Por José Luis Zampa
Las listas de candidatos cerraron y las incógnitas de tantos meses quedaron disipadas al inscribirse oficialmente los nombres que estarán a disposición de los correntinos en las elecciones del 31 de agosto. Se termina una etapa y comienza otra, crucial y agitada, signada por el ritmo del sprint final de una carrera que los políticos nunca dejan de disputar.
Escepticismos aparte, en tiempos de campaña cada ciudadano orbitante en el sistema solar democrático experimenta la activación de sus intelecciones selectivas. Y hasta aquellos que absurdamente se autodeclaran “apolíticos” son encontrados espiando furtivamente el menú de las distintas alianzas, asaltados por pulsos contradictorios entre los cuales predominan dos: el deseo de progreso y el afán por mantener lo conseguido.
Los candidatos finalmente se exponen al escrutinio público, abren sus escafandras para exhibir sus caras más amables y, al mismo tiempo, descienden a la arena de una justa cuerpo a cuerpo con un arsenal de propuestas, promesas y “medias verónicas” que durante 40 días desplegarán para seducir a los votantes. Lo harán sin las certezas analógicas de antaño, obligados a combinar las caminatas barriales con las inteligencias artificiales y los algoritmos de las redes.
¿Cuál es la ambición que mueve a estos seres políticos, a pesar de la indiferencia pública? Todos ellos albergan en sus discernimientos elementales pruebas para comprender que el grueso del electorado, en líneas generales, no se interesa por sus ideas ni sus proyectos ¿Por qué perseveran, entonces, en el intento de conquistar el poder si los que van a ser sus representados, llegado el momento, los someterán a un implacable dedo pulgar para desaparecerlos, scroll mediante, de la pantalla del móvil?
Los políticos avanzan porque es su naturaleza. Se dice casi como un deporte que van por la plata y el poder, pero no es tan lineal ni tan simple. Las motivaciones son más profundas y psicológicas. Puede que ganen dinero, es cierto, pero también es posible que pierdan y mucho. Han sido programados para obtener el respaldo popular como el saltador de garrocha que busca la altura máxima hasta el final, a riesgo de romperse la crisma.
A excepción de los outsider que de tanto en tanto irrumpen por fallos de la matrix, los que llegan a ocupar un casillero “salible” en las listas llevan una vida de militancia. Se autofabricaron en mil batallas y, aun heridos por la refriega de un ambiente tan hostil como cínico, sobrevivieron en un hábitat donde se practica la antropofagia.
En una abrumadora mayoría, los electores ignoran los entretelones comiteriles y el alto índice de batracios tragados para sellar una negociación con aquel que fue un adversario y que hoy es un aliado. Ven la foto final de una historia que se vino cocinando a fuego lento durante meses o años, a fuerza de horas perdidas con la familia para dar el presente en un encuentro vecinal, en un locro en el barrio equis o en un festival de facón y rastra en aquel paraje de allá ité.
¿Vale la pena elegir? Por supuesto. Si los habitantes de esta tierra regada con la sangre de sus héroes en Pago Largo y Caá Guazú se dejaran llevar por el desencanto y la apatía, la democracia que tanto costó recuperar caería en un estado comatoso hasta ser reemplazada por modelos despóticos, opresivos e ilegítimos. Porque la soberanía reside en el pueblo y si el pueblo renuncia a ella, se entregaría al arbitrio insensible de los poderes fácticos.
¿A quién elegir? El vademécum configurado por los laboratorios políticos de la provincia no sorprende, sino que certifica el esquema de un organigrama partidario enclavado en las tradiciones de figuras conocidas entre las que el oficialismo marca una diferencia significativa en materia generacional, al tiempo que apuesta por la continuidad de la marca Valdés.
El hermano Juan Pablo encabeza la fórmula de Vamos Corrientes con 41 años y promete así aunar la preferencia joven con la tranquilidad senior tan valorada por los sectores sociales que en la actual administración encontraron condiciones adecuadas para alcanzar sus metas. Cualquiera sea esa meta, mucha gente vivió tranquila en una Corrientes sin conflictos palaciegos, enfocada en bloques decisionales relacionados con el aprovechamiento de los atractivos turísticos, la cooperación público/privada y el sostenimiento de un Estado presente a través de la salud (con nuevos centros asistenciales), la educación (sin paros) y la seguridad (mediante capacitación y equipamiento).
Juan Pablo Valdés, escoltado por el siempre leal Pedro Braillard Poccard (quien enhebra su último match en el corolario de una épica resiliente) viene a proponer la continuidad de un clima de convivencia pacífica entre provincia y municipios, fruto de una formación pluripartidaria encabezada por un radicalismo que actualizó su estética sin perder esencia originaria.
Vienen por la quijotada los exponentes de una oposición incapaz de integrarse. Atomizados, los peronistas, los ricardistas, los exiliados de las fuerzas conservadoras y los libertarios hicieron sus movidas por separado, después de correr con la vaina en esa entente fallida que fue el grupo “Alondra”.
El ex gobernador Colombi es un exponente de veteranía indisimulable que salió a hacer trabajo de campo como si estuviéramos en los 90. Es meritorio, pero insuficiente. Intentó reclutar a todos los desahuciados por el valdecismo, pero terminó exhibiendo su debilidad en el diseño final de su coalición.
¿Cómo es eso? Ricardo lleva de compañero de fórmula a un peronista que supo ser hombre de confianza de Camau Espínola y que en el anterior turno electoral escoltó a Fabián Ríos en la misma categoría: segundo del binomio. Martín Barrionuevo intenta, como aspirante a vice, revivir la picaresca de Botón Galantini en el 2001, pero sin respaldo orgánico.
El nombre lógico era el de Gustavo Canteros, quizás el más astuto de los popes de ECO, pues escapa al complejo compromiso provincial para concentrarse en la capital, como candidato a intendente. Allí tiene a un hueso duro de roer, ya que Claudio Polich corre con el caballo del comisario sobre centenares de calles pavimentadas por Vialidad Urbana.
El peronismo orgánico presenta al libreño Tincho Ascúa, quien persistió en su convicción de postularse con el latiguillo de “limpiar Corrientes”. Habló de corrupción, de hospitales en crisis y de desplazar a los entenados de siempre, pero no consolidó sus denuncias en el terreno judicial. Además, se codeó con Cristina en el último acto público previo a una condena con olor a lawfare, pero se avergonzó de aquel mitin y nunca mostró su rostro en las congregaciones de fieles que se dan cita bajo el balcón de la ex presidenta cautiva, en el barrio de Constitución o en Parque Lezama. Desaprovechó así la oportunidad de galvanizar su identidad. Perdió sentido de pertenencia.
Los libertarios finalmente hicieron la propia. Lisandro Almirón se salió con la suya y va por todo con un vehículo electoral que no garantiza más que una chance remota de hacer roncha en el centro capitalino. Su meta, al parecer, es arrimar el bochín para desafíos futuros mediante el ecumenismo político que siempre lo caracterizó. Se le critica justamente el haber formado parte de heterogéneas expresiones partidarias, pero es allí donde reside su fortaleza.
En su capacidad de reinventarse sin ponerse colorado habita la fuente de energía de “Lisi”. Si ayer nomás era un aliado del kirchnerismo en el Concejo Deliberante, hoy porta orondo patillas mileistas y encuentra ingredientes nuevistas que completan su dueto desde ELI. Es la versatilidad de Evelyn Karsten, estrecha colaboradora de Perucho Cassani pero al mismo tiempo sobrina dilecta del líder del Panu, Tato Romero Feris, quien salió a aclarar que los naranjas van con Valdés. No vaya a ser que se confunda la muchachada.
Las cartas finalmente están echadas. Las listas para las elecciones correntinas 2025 están a consideración de la gente. Y eso solo sin más, en este tiempo de topos que vienen a destruir el Estado desde adentro, es para festejar.