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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Compañero Evo

Por Emilio Zola

Especial para El Litoral

Evo Morales, ex presidente derrocado de la vecina República de Bolivia, llegó a la Argentina para quedarse en la condición de refugiado, un estatus contemplado por la legislación nacional que de esta forma hace honor a su prestigiosa trayectoria de ofrecer cobijo a los extranjeros, que por diversos motivos eligen la tierra de San Martín y Belgrano para seguir con sus vidas.

Pero el ex mandatario boliviano no es uno más. Es un político activo que acaba de ser designado jefe de campaña del Movimiento al Socialismo (MAS), con vistas a las elecciones presidenciales que el gobierno interino de Bolivia prometió convocar en los primeros meses de 2020. Ergo, su presencia en suelo argentino tiene un sentido estratégico para sus objetivos más urgentes, dada la proximidad con su país, que comparte una extensa frontera terrestre con el norte argentino.

Por esa razón (y por otras que revisaremos más adelante) el flamante refugiado representa un motivo de irritación en las relaciones internacionales del Gobierno de Alberto Fernández, quien evidentemente actúa movido por razones donde se mezclan lo ideológico y la amistad personal con quien fuera el primer mandatario de estirpe originaria de la hermana República de Bolivia.

Hoy quizás no se perciban los chisporroteos que la estadía argentina de Evo genera en el concierto internacional, fundamentalmente en razón de que Alberto goza del crédito social que todo mandatario entrante recibe de una ciudadanía en cuyo seno predomina el sentimiento de esperanza ante los cambios anunciados en la faz económica.

Pero sin dudas habrá consecuencias. Una de ellas podría ser el empantanamiento del incipiente diálogo iniciado con Brasil, principal aliado estratégico de nuestro país en el hemisferio sur. Otro por supuesto será la reacción de Estados Unidos, cuyo gobierno no solamente apoyó el movimiento insurreccional que terminó con la renuncia forzosa de Morales, sino que reprobó la presencia en la asunción de Alberto Fernández del ministro de Comunicación de Venezuela, Jorge Rodríguez, quien figura en la nómina de sancionados por la administración Trump.

Uno de estos días el ministro de Economía, Martín Guzmán, irá a golpear las puertas del Fondo Monetario con su propuesta de un período de gracia para “empezar a pagar la deuda cuando la Argentina crezca”, pero la predisposición de los técnicos con los que supo codearse mientras era discípulo de Joseph Stiglitz tendrá un límite. El Tío Sam, que esta vez tiene el rostro ultraderechista de Trump, obrará en función de las demostraciones de alineamiento que emita la Casa Rosada. Es decir que las posibilidades de una renegociación exitosa con los organismos multilaterales de crédito estarán, en buena medida, atadas a la opinión sumamente influyente de Estados Unidos, donde la figura de un ex presidente de orígenes indígenas que se atrevió a estatizar los recursos naturales de su país es algo así como la reencarnación del anticristo.

La pregunta es: ¿Qué gana la Argentina teniendo a Evo Morales como refugiado? Consolida su tradición de país abierto a las personas necesitadas de cobijo político, víctimas de persecución ideológica y condenadas injustamente al oprobio. Pero esos laureles que supo conseguir a lo largo de la historia tienen un valor simbólico que en la complejidad de las políticas internacionales no conmueven a las potencias fácticas que manejan los hilos de la economía global, cuyo poder es tan subyugante que hasta han llegado al extremo de encarcelar a la hija del fundador del imperio industrial chino Huawei con tal de frenar la avanzada tecnológica oriental.

¿No hubiera sido mejor que Evo, si es verdad que valora tanto el triunfo del peronismo en una Argentina rodeada por administraciones de corte conservador, reflexionara sobre los pros y los contras de su radicación en un país limítrofe con Bolivia? ¿Pensó el ex presidente derrocado en la estabilidad de la administración de Fernández en un momento económico tan volátil? ¿Acaso no pudo seguir el ejemplo de Lula, quien prefirió no venir a la Argentina para no enturbiar el acto de asunción de su amigo Alberto?

Está claro que Evo Morales priorizó sus aspiraciones políticas al dejar México para instalarse en un domicilio argentino que no ha trascendido, pero desde el cual puede desplazarse libremente incluso hasta llegar a la frontera salteña con Santa Cruz de la Sierra, por citar una hipótesis. La única restricción que le impuso el Gobierno argentino es no hacer declaraciones políticas, condición que el líder Aimará desoyó a las 24 horas de haber llegado a Ezeiza, a través de la red social Twitter.

“El gobierno de facto de (Yanine) Añez, (Luis Fernando) Camacho y (Carlos) Mesa pretende volver al pasado. Hablan de privatizar y entregar nuestras empresas estratégicas a las transnacionales. Están preparando el retorno del FMI”, disparó Evo Morales en su cuenta oficial de Twitter horas después de que el canciller Felipe Solá aclarara que “le pedimos que no formule declaraciones políticas y lo aceptamos como refugiado para que su estatus en nuestro país tenga reglas”.

Medio siglo atrás, en plena dictadura de Franco, el general Juan Domingo Perón permanecía exiliado en su famosa residencia madrileña de Puerta de Hierro. La comparación con el caso Morales no es exacta porque el ex presidente argentino pasó 18 años en el destierro, pero cabe contemplar el caso en razón de que el fundador del Partido Justicialista logró desplegar sus estrategias políticas a más de 10.000 kilómetros de Buenos Aires, en una época donde la tecnología de las comunicaciones se reducía al teléfono fijo y al télex.

Evo Morales podría haber continuado ejerciendo el liderazgo del MAS desde el Distrito Federal de México, donde el presidente Andrés Manuel López Obrador le proporcionó todo tipo de garantías. Sin embargo, prefirió aterrizar en la delicada atmósfera política argentina, albergado por un nuevo Gobierno que hoy goza de un alto grado de legitimidad, pero que en el futuro podría enfrentar tormentas económicas producto del tremendo endeudamiento heredado y de la gran expectativa social frente a promesas de campaña relacionadas con mejoras salariales, aumento de las jubilaciones mínimas, créditos blandos para emprendedores y todo un abanico de medidas para las cuales necesita imperiosamente prorrogar los vencimientos de la deuda.

Frente al actual escenario, el asesor de Donald Trump para Latinoamérica, Mauricio Claver, espetó: ”Queremos saber si Alberto Fernández va a ser un abogado de la democracia o un apologista de las dictaduras y los caudillos de la región”. La frase resulta cuanto menos una insolencia diplomática, pero denuestra que la Argentina no lleva las de ganar en la mesa de las negociaciones con sus acreedores, entre los cuales Estados Unidos será desequilibrante.

No es casual que el Presidente haya decidido no contestarle a Claver. Es evidente que soporta todo tipo de presiones y busca con astucia demostrar que su administración tendrá la plasticidad necesaria para conjugar la autodeterminación política con las acciones pragmáticas que necesita desarrollar en lo económico, a fin de no pelearse con los dueños del dinero. Su estrategia pendula entre el asilo político de Evo y la designación del ultramoderado Scioli como embajador en Brasil. Del mismo modo, un día Ginés anuncia el protocolo del aborto legal y al día siguiente la primera dama, Fabiola Yáñez, se abraza con el Papa. 

El secreto de la fórmula albertista para no dilapidar crédito electoral es no atarse a los dogmas y moverse en toda la cancha, sin encasillamientos ideológicos. ¿Será suficiente?

 

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