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Memorias de un sereno de La Chacarita

El cementerio de La Chacarita en Buenos Aires es una de las necrópolis más grandes del mundo con sus 95 hectáreas de extensión, y por supuesto, es muy rica en hechos extraños y fenómenos paranormales ocurridos allí a lo largo de su funcionamiento. Los testimonios de un sereno jubilado en este cementerio son realmente estremecedores.
Testimonio. Casella en su barrio de La Chacarita.

Por Francisco Villagrán

villagranmail@gmail.com

Especial para El Litoral

El 14 de abril de 1871, a raíz de los estragos que causaba en la población la epidemia de fiebre amarilla que se había abatido sobre Buenos Aires, empezó a funcionar el cementerio que, posteriormente, 78 años después, iba a recibir el nombre que lleva actualmente, La Chacarita, y que es considerado uno de los más grandes del mundo.

Según los registros de la Dirección de Cementerios, ese día se realizaron las dos primeras defunciones a causa del flagelo. Manuel Rodríguez, de 50 años, y Rosario Ferreyra, de 30, fueron las primeras inhumaciones realizadas en el cementerio, por entonces una propiedad fiscal que había pertenecido anteriormente a los jesuitas. El predio estaba en la denominada Chacarita de los Colegiales, un punto alejado de la entonces reducida Buenos Aires, que requirió para el transporte del personal y los muertos que la epidemia causaba a raudales, la construcción de un tramo de ferrocarril. Después de sufrir distintas clausuras pasó a llamarse Cementerio del Oeste, hasta que el 5 de marzo de 1949 un decreto hizo valer el profundo arraigo popular del nombre Chacarita, por lo que se le dio su actual denominación.  

Sin duda los cementerios son el lugar donde nacen y germinan las más increíbles historias de fantasmas, aparecidos y todo tipo de fenómenos paranormales, que dan luego lugar a la aparición de las famosas leyendas urbanas. Anselmo Casella, actualmente de 86 años, ya jubilado luego de más de 50 años de ser sereno en el cementerio, tiene testimonios espectaculares de hechos sucedidos allí. Casella es autor de un libro que nunca editó llamado “Historias verídicas del cementerio de La Chacarita”, en los últimos años distribuyó copias del original entre sus amigos, hombres de letras y periodistas. En él cuenta historias terribles y atrapantes que no surgen de la imaginación creativa del autor, sino que son hechos reales los sucedidos en la necrópolis. Su padre también fue funebrero y desde chico lo llevaba como acompañante al cementerio. 

“La muerte es la continuación de la vida, de eso se puede estar seguro”, afirma Casella, quien en una parte el libro admite que no tiene miedo, pero cuando comienza su actividad se persigna para estar bajo la protección de Dios. Cuenta también la anécdota de un joven que se acercó a llevar flores a sus padres, para lo cual había invertido lo único que le quedaba en el bolsillo, ya que su situación económica era desesperante. Pero lo maravilloso de la historia fue que, en las sucesivas visitas, el muchacho comenzó a evidenciar un mejor pasar y quizás sus padres lo habrían ayudado desde donde estuvieran para superar el mal rato. Entre uno de sus relatos preferidos está el de dos hermanas tremendamente enfrentadas, que iban por separado a visitar a sus padres y le pedían a Casella que tirara las flores que había dejado la otra, en una inexplicable expresión de odio familiar que al parecer la pérdida no había aplacado. “Este trabajo me enseñó -dice- a ser una mejor persona, por eso de estar tan cerca del dolor de la gente”. En el ambiente frío, solitario y silencioso de las galerías de La Chacarita pudo juntar innumerables anécdotas que después las volcó en este libro nunca editado. 

Hechos extraños 

Una de las historias más impactantes fue la de un chico que un día llegó para poner flores a su madre y le preguntó a los cuidadores por qué un nicho de la segunda fila estaba tan abandonado. La respuesta de los cuidadores fue que el nicho estaba vacío y que las reparaciones necesarias se harían cuando un ataúd llegara para ser depositado allí. Al día siguiente arribó un cortejo que ocupó ese lugar. En el féretro estaba el joven de esta historia, que había muerto al salir del cementerio, atropellado por un auto. La desesperación por el dolor ante lo irreparable hizo que un hombre se suicidara frente a la tumba de su esposa. Pero en este ámbito, uno de los casos más impactantes fue el del cuidador del cementerio Rodolfo Salucci, quien pasó la Nochebuena sentado hasta el amanecer frente al nicho donde estaban los restos de su esposa.  

Otro caso: durante diez años un deudo depositó flores en un nicho que tenía la chapa con el nombre de su madre. Al morir su padre, quiso colocar los restos de ambos juntos. Pero se encontró con que en el nicho estaban los despojos de otra persona. Aparentemente un error de quien colocó la placa de bronce dio lugar a la confusión, ya que el nicho de la madre estaba ubicado justo al lado del que su hijo equivocadamente le ponía las flores. Las tareas para remover de una bóveda un ataúd con más de 70 años de presencia en el sepulcro, tuvo un final inesperado. Cuando los sepultureros lo izaron con las sogas desde el subsuelo, el féretro colapsó y el cadáver -aparentemente de un religioso- quedó a la vista. La cara parecía intacta, como si el tiempo no hubiera pasado, pero la acción del aire hizo que en instantes la amarillenta capa que cubría el rostro desapareciera y quedara a la vista solo la calavera. 

En 1970 fue colocada en los jardines de la galería 14, una imagen alegórica y al poco tiempo un sujeto apareció y le decía a la gente que frotando dinero (que después debían dejar allí) su suerte cambiaría, ya que de esta manera se cumplirían sus tres deseos. 

Pícaros hubo siempre, en todo momento y lugar. “Todo lo que cuento es real -sostuvo Casella-, y de muchas de las historias hay testigos”. “Yo creo que hay que tener más miedo a los vivos que a los muertos, aunque muchas veces he sentido voces, conversaciones, cuchicheos, gritos y llantos de mujer y bebés, en fin, una gama de sonidos inexplicables que suelen ocurrir por las noches o madrugadas. Incluso he llegado a ver sombras caminando entre los panteones o tumbas recientemente usadas. Yo no le tengo miedo, cuando esto ocurre me pongo a rezar para que esa alma atormentada vaya al lugar que le corresponde. 

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