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Confianza e intimidad

Pérez Bahamonde y Chemes reflexionan acerca de la construcción o pérdida de la intimidad y la confianza como riesgos en la forma alienada de nuestra cultura: la versión competitiva, la que mira más para afuera que para adentro. Esta es la manera en que se desarrolla la más común de las enfermedades: el estrés. En este artículo la propuesta nos brinda un espejo para conocer el modo en que abordamos y desarrollamos nuestras relaciones.

Por Marta Chemes

Especial para El Litoral

Por José Pérez Bahamonde

Especial para El Litoral

Marta: Un difícil aprendizaje es dejar de pelearnos contra nuestro modo de ser y llegar a reconocernos como personas con limitaciones. Aunque parezca lo contrario, en la escala de necesidades del ser humano, por encima de la alimentación está el “alimento afectivo”: sentirnos queridos y aceptados.

Es por esto que para alcanzar tal objetivo, somos capaces de lo más inverosímil: convertirnos en “esclavos del amor”… Renunciar a ser nosotros mismos… Esta es la base y el argumento del casi 100% de la literatura e historias románticas.

¡Cuántos fantasmas despierta el miedo a no ser queridos, a ser abandonados o ignorados, a sentirnos rechazados!

Pepe: Es cierto: los fantasmas que despiertan estos miedos, dan lugar a relaciones de dependencia, de sumisión, de enajenación… Lejos del placer de un vínculo. Para caer bien a los demás, nuestro interés de querer ser aceptados y queridos nos vuelve capaces de acomodarnos hasta límites, a veces, ridículos. Debemos encarar el deseo de bienestar sin asociarlo a la posesividad. La intimidad ha de ser generadora de paz. Paz en la comunicación.

Marta: estás planteando la confianza de “darse a conocer”: todos los días nos damos a conocer de mil maneras. Con lo que decimos, hacemos y también con lo que callamos. En realidad, en la vida, es imprescindible compartirnos y “revelarnos”(con v corta) espontáneamente.

Pepe: la actitud espontánea de darnos a conocer es garantía de cierta calidad de vida y generadora también de intimidad. Toda experiencia humana es una permanente búsqueda de armonía que enriquece dicha intimidad. Aun a pesar del miedo que nos significa “exponer” nuestras imperfecciones y fragilidades.

Marta: “Quitarnos la máscara”, “bajar la guardia”, mostrar fortalezas y debilidades (en el ámbito de construir la relación) es apostar a una amorosa actitud de encuentro con el otro.

Pepe: convivimos con la necesidad y el miedo de que nos conozcan y quedemos vulnerables: siempre hay en nosotros una historia, un episodio de nuestra vida que contar: compartirla es un acto de salud; el pasado es la referencia que nos permite mapear el futuro, con lo que, recordando y compartiendo nuestras historias, celebramos la construcción de los proyectos comunes.

Marta: esta reflexión me sugiere una propuesta. Es hora de preguntarnos cuánto y cómo nos damos a conocer; nos permitimos compartir; nos preocupamos y ocupamos de cultivar la franqueza en el vínculo. Me revelo ante ti y me descubro. Esto es un acto de amor.

Pepe: los hombres padecemos de muchas más dificultades que vosotras las mujeres para revelar nuestra intimidad, para mostrar ese costado más sensible que nos hace creer más débiles (cuando en realidad es mostrarnos más humanos en nuestra capacidad para amar).

Marta: este es el concepto sabio con el que los hombres necesitan quebrar el mito de la fortaleza asociada al silencio.

Hombres y mujeres: estamos llegando al tiempo en el que la complicidad –hija dilecta de la inteligencia emocional– nos abra el camino hacia la confortable libertad de hacer de la confianza y la intimidad los verdaderos pilares de nuestro modo de relacionarnos, de nuestro modo de educar, de nuestro modo de proponer usar los más caros talentos que poseemos a favor de confortarnos y fortalecer nuestra comunicación sencilla y desenfadadamente.

Pepe: si hombres y mujeres levantamos la propuesta de asociarnos en la complicidad, el futuro –paulatinamente– se nos llena de ilusiones y, por supuesto, acrecienta nuestras ganas de ser y hacer.

Marta: sin duda, confianza e intimidad son conceptos que deben entrar en la actitud de padres, maestros y docentes en general. Es absolutamente sutil cómo el lenguaje en la educación transmite calidez o frialdad (se terminaron los tiempos de “La letra con sangre entra”). Todos los docentes necesitan “aliarse” a la propuesta de la complicidad también como un camino para aprender.

Pepe: lo que queremos dejar como propuesta es que generar confianza nos hace mejores personas. Construir intimidad nos ayuda a crear un genuino confort emocional.

No existe ningún tipo de relación humana que pueda prescindir de este gesto que nos permite darle a la inteligencia emocional el merecido espacio para que la salud fluya y no nos atrape el paradigma que nos convoca: ser feliz y/o tener razón.

He aquí nuestra ilusión: nosotros como asesores de calidad de vida intentamos activar las formas de comunicación entre los miembros de una pareja, de una familia o equipo de trabajo.

Lo tuyo me importa tanto como lo mío, quiero conocerte para amarte y tratar de hacerte feliz. Todo emprendimiento (desde una empresa hasta una pareja) precisa de comprensión y reconocimiento.

Si me miro en los ojos de mi compañera/o no debe importarme que note mi preocupación (al contrario: se lo estoy mostrando) voy derecho al diálogo, a compartir lo que siento.

Confiar es sentir que puedo pensar en voz alta contigo. Intimar es poder contarte que contigo me es posible pensar en voz alta.

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