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Estereotipos argentinos

El humor nos grabó identificándonos tal cual somos. Mostrándonos en todo nuestro potencial de pícaros personajes. 

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Una vocación de ser tan diversos y tan distintos. Nos permite diferenciarnos y transformarnos en la fauna que sabemos ser, que nos distingue como país inigualado, por sus contradicciones, por caer siempre “en el mismo pozo”, y estar cada 4 años en la desventura proselitista de armar alianzas con nuestros enemigos, pero que juntos “somos más.”

De esto que no es nuevo, existen una serie de personajes que el dibujo humorístico se encargó de perpetuarnos de la forma más fiel, cuando el auge de las revistas populares encontró el camino de poder reírnos de nuestras propias desventuras. El “Rico Tipo” de Guillermo Divito, Dante Quinterno y su “Patoruzú” y otras tantas que llegaron a todos, con la firmeza de “analizarnos” sin dudar de nuestros grandes desaciertos. “Pochita Morfoni”, la lucha a muerte por mantener la silueta más allá de nuestras ansiedades y posibilidades, sin olvidar el maquillaje, el peinado y la moda que exige sacrificios incumplidos. “Fúlmine”, encarando al pesimista, al negativo, al que siempre por más que exista viento a favor se recuesta en su propio espacio donde lo posible es imposible. “Fallutelli”, el clásico que todos conocemos, el que detrás de una palmada salamera va con todo con tal de sacarnos del medio, el hipócrita que elogia lo que acontece en contra, con tal de disminuirnos fatalmente. El adulador sin remedio que siempre pone “palo en la rueda.” “Bómbolo” representa el más sacrosanto de todos los personajes elaborados por Divito. Bonachón e ingenuo. Amable con todos, actuando siempre por derecha sin ánimo de entorpecer la vida de nadie. Los menos, que muy a pesar se salvan de toda crítica salvaje que todos proclamamos. “El Abuelo”, cuando no, el anciano picaflor no sólo enamorado de la vida sino también de las adolescentes. Y “Gracielita”, aquella que de alguna manera abunda hoy día, ligera, agraciada, siempre producida, que no tiene complejo alguno para largarse un lance o para rebotarnos de plano. “El otro yo del Dr. Merengue”, es el clásico personaje siempre formal y ecuánime, mientras su otro yo se debate por hacer todo lo que su envase lo niega, incluido lo prohibido. Un juego de personalidades dignas de Freud, como más de uno lo poseemos, pero que no lo develamos para no deschavarnos.

Abel Ianiro, un formidable dibujante que hacía también de las suyas en “El Rico Tipo”, creó un clásico argentino, “Purapinta”. Enamorado de sí mismo, lanzado pero siempre rebotado, porque bajo ese disfraz se esconde lo opuesto que minimiza esa supuesta pinta que ostenta tener. “Buenos Aires en camiseta” de Alejandro del Prado “Calé”, era una mirada indiscreta que desnudaba al habitante diverso y disperso del Buenos Aires hasta en sus mínimas debilidades, con sus tics que lo corporizan a cuerpo entero.

Lino Palacio no sólo fue dibujante, sino también caricaturista, guionista de cine, pintor, publicista, y ceramista argentino. Muchos medios obtuvieron su intervención con sus grandes aciertos, famosos y queridos personajes nacidos del argentino mismo. “Avivato”, ese ser que abunda hoy más que nunca, que siempre “está tocando el cielo” merced a sus avivadas que le permiten llegar donde nadie imagina, personajes y negociados que le dan “chapa”, para seguir engrupiendo. “Don Fulgencio, el hombre que no tuvo infancia”, ese niño que todos tenemos y que siempre posibilita lo inexplicable que no cabe en personas mayores. “Ramona”, esa inefable empleada de servicio doméstico venida de su Galicia natal, haciendo siempre de las suyas.

Por estar conectado con los medios, siempre admiré ese trabajo último que le cupo a Mauricio Boresztein “Tato Bores”: la Televisión. Ya que al principio hizo radio-teatro-cine, pero en su madurez felizmente marcando una gran diferencia con todo el resto, demostró lo que un monólogo bien escrito y más que nada muy bien formulado era capaz de impactar. Inteligencia. Talento. Rostro con una mirada cómplice, pausas y tonos correctos, demostrando su gran ductilidad para con el medio y la gente. En épocas difíciles se avenía a decir cosas muy peliagudas que tenían su explosiva verdad y que más que humor, era la dura verdad de un país siempre conflictuado por sus dirigentes y dirigidos, la causa era común: todo somos culpables de lo que nos acontece. Fuera de cámaras era un hombre tremendamente inteligente y sincero. Tato Bores, le dice a un periodista: “No tengo miedo a opinar, tengo miedo de convertirme en otro imbécil más que por el hecho de ser notorio se cree que al público le interesa su opinión. ¿Por qué un artista o un tipo notorio tiene que andar diagnosticando, tirando la precisa…?  ¿Acaso uno por tener un cacho de fama sabe más que un albañil, que un colectivero…? Por favor, dejémonos de jorobar…”

Siempre los argentinos vivimos otra realidad. Cada uno hace lo que le parece, no lo que se debe. Comenta el Diario “El País” de España sobre nosotros: Que “uno de los mayores males, es gastar más de lo que se gana” no por necesidad, sino por la maldita costumbre de aparentar. En vez de un coche, se compra un avión. Es como si la mentira es la salvaguarda para cambiar la realidad. Vivimos un mito que lo construimos y lo pagamos entre todos.

La verdad es dura pero por el temor, nos engañamos. Nos drogamos con una dulce mentira. Esa mentira nos hipoteca, vivimos para pagar no lo que debemos, sino financiar una inmerecida vida de objetos. La vida es mucho más que eso porque no se compra, sino como a un hijo se lo colma de amor, afecto, educación, respeto. Sino, comprendamos un fragmento de un sketch de Tato Bores de sus monólogos políticos por TV: “Pienso que todos, de golpe, nos hemos vuelto financistas. Fíjese que antes, cuando un tipo tenía unos ahorritos ponía un tallercito, abría una fabriquita, compraba un campito para criar gallinas o  plantar tomates, esas cosas que hace la gente en los países pobres. En cambio acá es distinto. Usted va por calle San Martín, adonde están las casas de cambio, y está todo el país parado frente a la pizarra. Hay obreros, albañiles, peones, sastres, músicos, artistas, de todo hay. Tipos que antes trabajaban como locos, ahora de repente se han vuelto economistas.”

Imagino que para los artistas no tuvo que ser difícil retratarnos con personajes a imagen y semejanza que crearon tal vez sin pensarlo, promoviendo una brecha saludable, pero preocupante que la autocrítica se permite develar escandalosamente. Lo bueno hubiera sido si con tantos personajes que nos pintan de cuerpo entero a esta altura de la historia argentina, nos hayamos enmendado. Hay un desconocimiento que por conveniencia personal pasamos por alto, porque es perentorio continuar la farra gastando lo que no tenemos.

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