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/Ellitoral.com.ar/ Política

Presupuesto Nacional: cuando lo importante no debe ser sinónimo de complicado

Por Pedro Braillard Poccard *

La “Ley de Leyes” se la llama en nuestro país. Su no aprobación en tiempo y forma en Estados Unidos provoca un singular problema: el “Cierre del Gobierno”, con la consecuente detención de toda la administración pública. En Alemania se lo resume como “el programa gubernamental en números”. Nuestro vecino y socio comercial Brasil, muchos años tuvo un Ministerio dedicado a su seguimiento, al igual que Francia. En la República Popular China lo analizan los casi 3000 integrantes de la Asamblea Nacional Popular y aprueban, anualmente, uno “Central” y varios otros “Territoriales”. 

De lo expuesto surge que el Presupuesto –de él hablamos- es una herramienta esencial en prácticamente todos los países del mundo, tengan el sistema de gobierno que tengan: presidencialismo, parlamentarismo, de inspiración socialdemócrata, de partido único… Digamos que, en medio de un amplio arco de diversidad de miradas políticas y criterios económicos, esta herramienta de gestión del Estado es el común denominador porque es central, es fundamental para la estructuración y orden de cualquier organización política estatal.

De ahí que los poderes Legislativo y Ejecutivo de estos países una vez por año se aboquen a su tratamiento con extensas deliberaciones, aportes técnicos, enfoques multidisciplinarios, estadísticas, establecimiento de prioridades… Todo para lograr una formulación lo más pulcra posible, que después facilite su adecuada instrumentación y –finalmente- el logro de las metas económicas y financieras establecidas que también, en general, suelen ser comunes a todas las naciones: lograr crecimiento y bienestar para sus pueblos, de la mano de equilibrio y racionalidad en las cuentas de los dineros públicos.

Y atención: cuando decimos “públicos” no nos referimos a una entelequia, a algo sin corporeidad. No. Esto significa que pertenecen a cada uno de los integrantes de la sociedad. Y en la Argentina, según el Presupuesto 2021 que se define por estas horas en el Congreso de la Nación, es un monto importantísimo. Son 8.344.825.000.000 pesos.

Es decir: el Presupuesto es un tema de gran importancia, pero eso no debe hacerlo algo inasible, alejado de la comprensión del gran público. Porque como se ve en la simplificación que se expuso renglones arriba, el concepto no es complejo. Quien quiera complejizarlo podemos inferir que, o bien no maneja muy bien la materia, o trata de desviar el foco de atención de lo que debe ser el fin último de las finanzas públicas. Insistimos: el bienestar de una sociedad.

A otra escala, claro, pero esencialmente es el mismo concepto, puede comparárselo con el manejo financiero de un hogar. La familia sabe que dispone de tal capacidad de ingresos, lo que marca el límite más contundente de su posibilidad de gasto. “Entran tantos pesos a la casa, deben salir tantos otros”. Y todos entienden que, si esta regla básica se rompe, la sostenibilidad del proyecto familiar no será posible.

Y si bien existen herramientas para corregir esos desbalances (financiamiento, préstamos de un familiar, amigo, etc.)  se sabe que el vulnerar esas premisas básicas de ingresos/egresos por demasiado tiempo más tarde o más temprano derivarán en una crisis que ponga en riesgo no solo la situación patrimonial, sino también emocional, anímica e incluso la salud de los integrantes de todos los miembros de ese grupo.

Volviendo al Presupuesto de un país, la complejidad entonces deviene de cómo evitar semejante desenlace y eludir desbalances que coadyuven al arribo de tales resultados nefastos. Y de ahí surge entonces la necesidad de que el ciudadano se informe de cuáles son los destinos que le da a los recursos públicos quien momentáneamente esté en la función Ejecutiva (nacional, provincial o municipal) y cómo lo monitorean sus cuerpos legislativos, que en este caso fungen de fiscalizadores de esa tarea. Y analizar qué prioridades fijan unos y otros.

Si los gastos en salud son los adecuados para garantizarnos un presente sano. Si la inversión en educación e investigación nos aseguran un futuro de desarrollo. Si la promoción de la industria y el comercio nos aseguran un tiempo continuo de acceso al trabajo y el crecimiento. Si los incentivos van en beneficio de las mayorías y no a minorías que aseguren un rédito político sectorial y un beneficio parcial. Si la política tributaria no se transforma en un instrumento de desaliento a la producción. Si se garantizan recursos para la protección de nuestra riqueza y diversidad territorial. Si se asegura el merecido goce del retiro a nuestros mayores. Si alientan vocaciones deportivas, buenos hábitos alimenticios, conductas responsables. Si –por qué no- se piensa en políticas de poblamiento para la vasta casa que es la República Argentina. Si se arbitran los recursos para que las fuerzas de seguridad cumplan sus funciones. Si se aplica racionalidad en gastos de la estructura del Estado y no se gasta más de lo que entra…

Y luego, una vez concluida la vigencia de cada período, que se interpele e informe qué porcentaje de lo presupuestado se ejecutó correctamente en cada área, método inequívoco para evaluar la gestión (para mal o bien) de un gobierno.

Lograr que el ciudadano promedio se plantee estas proposiciones cuando se habla del “Presupuesto” también debe ser tarea de quienes lo delinean y quienes lo controlamos o monitoreamos. Todo esto también hace a la premisa sarmientina de “educar al soberano”, pero en sentido inverso. Porque nadie mejor que el propio pueblo sabe de ejercicios presupuestarios.

*Senador nacional por Corrientes – Juntos Por el Cambio

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