Especial para El Litoral
En el siglo VII a.C. en la Grecia arcaica, más precisamente en Lesbos, nacía Safo, una de las grandes y primeras poetas femeninas (en Occidente) que se atrevió a escribir y a dar a conocer poemas eróticos, en los que los actos de amor respondían a vivencias personales. Los breves fragmentos que llegan a nuestros días bastaron para inscribir a Safo como la gran universalizadora de experiencias amorosas comunes a los seres humanos.
No ha de extrañar entonces que los poetas venideros se abocaran a seguir sus pasos y así algunos nombres propios de amantes (reales o cambiados) pasaran a la historia de la literatura con mayor o menor fortuna, crudeza o idealización. Veamos algunos: Lesbia de Catulo; Cintia de Propercio; Delia de Tibulo; Beatriz de Dante; Laura de Petrarca; Marie de Ronsard; y en nuestra lengua Claudia de Cardenal; más cerca aún Laura de Bernárdez, Elbiamor de Marechal, etc.
En los años que llevo viviendo en Madrid he tenido la suerte de hacerlo en sitios de la ciudad que de algún modo me han ofrecido la compañía de poetas: en los primeros meses me manejaba con la parada de metro Antonio Machado; luego en el barrio obrero de Vallecas con la de Miguel Hernández y tenía que caminar unas cuadras por la avenida Pablo Neruda. Más tarde viví muy cerca de la plaza Tirso de Molina y tras algunas (o muchas) incursiones en la taberna Quevedo (zona del mismo nombre) me radiqué hasta hoy en día en la calle Pedro Salinas. Debe ser nomás que vivir en la calle del autor de “La voz a ti debida” me trae un puñado hermoso de poemas pertenecientes al poemario inédito “Cancionero de Valeria” de Rafael Costarelli, cuya voz se alza para callarse, para extender un desierto a la medida de la herida: “el amor/ temible y callado”(…) “No tan temible/ por malo,/ sino por solo y callado/ como la brasa que ardiendo/ disimula entre cenizas/ que está viva”.
El título “Cancionero de Valeria” nos remite a la antigua tradición poética española, desde la galaico-portuguesa a inclusive los poetas del siglo XX. Con gran habilidad y decantación los poemas de Costarelli dialogan sutilmente con la tradición pero lo hacen desde el hálito de la voz, no desde las formas. Así la experiencia de vida del poeta halla su cauce propio para contar, grabar a fuego en aquello que en definitiva no se ve pero que se ramifica en el dolor propio e intransferible: “Para que quede/ testimonio de este amor/ escribo:/ arco tenso, flecha y herida,/ raudos y ardientes,/ por el dominio/ del corazón”.
Cuando en el tono que atraviesa y sustenta los poemas quiere imponerse lo elegíaco surge, se impone de manera natural otro conciliador (también cargado de dolor) que de ninguna manera expresa resignación sino más bien un pacto de amor, un devenir calmo, lleno de luz.
Y este tono, que aquilata “la función poética del lenguaje” lo logra a través de la transformación de la experiencia amorosa que sabe respirar (nacerse) en el lenguaje: “Para que quede/ voz de ti,/ de tu nombre triunfal,/ Valeria./ Ni el granizo se atreve/ Para que ya/ disipado/ en olvidos/ el cuerpo que fuimos” (…) “hasta que Dios parta/ con su mano/ el pan de los amantes/ y de los siglos”.
Muestrario mInimo
1.
Temible y callado
amor,
a prisa se va
la vida…
Yo me quedé con
heridas;
pero atesoré
el amor
temible y callado.
No tan temible
por malo,
sino por solo y callado
como la brasa que
[ardiendo
disimula entre cenizas
que está viva.
Temible y callado
amor,
al silencio profundo
[de tus ojos
van mis versos;
ojos, que no por ser
[silenciosos,
gritan menos,
y a la pena que hay
[en ellos
va mi vida
(Silencio.
Temible.)
temeraria, tremolante
y atrevida.
(Otra vida.)
2.
Para que quede
testimonio
de este amor
escribo:
arco tenso, flecha
[y herida,
raudos y ardientes,
por el dominio
del corazón.
Para que quede
voz
de ti,
de tu nombre triunfal,
Valeria.
Ni el granizo se atreve
a tus campos.
Para que ya
disipado
en olvidos
el cuerpo que fuimos
los dos
tenga su semilla
durmiendo en el macizo
de mi voz,
hasta que Dios parta
con su mano
el pan de los amantes
y de los siglos.
3.
Historia de tus ojos
Las primeras selvas
fueron preludio
no humano
de tus ojos.
Palmeras ancestrales,
verdes plátanos,
extenso pradal.
Fue memoria
no humana también
el sol,
dando color
al mar y a los procelosos [ríos.
Cuando cambió
su configuración
la tierra
la piedra fraguada
y atesorada
en silencio
fue memoria
no humana,
fue costumbre.
El relámpago
interrumpió el sueño
y alguna vez
la repentina visión
[nocturna
conservó la memoria
de las hojas
bañadas de luz.
El árbol,
los insectos.
la hiedra invasora
fueron un mapa
ilusorio,
una carta radiante
hacia tu luz.
Pero tu mirada
no creció
en silencio.
El lejano murmullo
del océano y
el canto de las aves
celebrando
la entrada del sol
interrumpieron también [el sueño.
Se despeñó el agua
a la distancia.
La luz, la hebra de sonido
y el preludio del canto
fueron memoria no
[humana
[de tus ojos.
Faltaba entonces
el movimiento,
la traslación nocturna
de los astros,
el repentino cambio
de la llama,
la cúspide dinámica
de la herida del músculo
exigido por el instinto.
Así existió el párpado,
repentino y dinámico,
en la memoria
no humana
de todo el dinamismo.
Pero a la materia
[de tus ojos
le faltabas tú.
Una sustancia edificante
los compuso,
reuniendo color,
luz, sonido, movimiento
y los dotó de un lenguaje,
esencia amorosa
con que te miraron
tus padres,
ajena por completo
al infierno de los ojos
y a la culpa.
En tus ojos
creció el anhelo:
memoria perfecta
de la tierra,
dinamismo superior
y apabullante
que al revisar
lo que le rodea
evoca un destino,
un Dios,
una historia de prístinos
colores y sonidos,
en los que se despliega
el mundo;
a ello van mis ojos,
absortos y entregados,
como vástagos desnudos [indefensos
que buscan
para siempre en los
[tuyos
el pacto
que funda el amor.