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Náufrago

El náufrago es una buena experiencia para darse por ausente un tiempo indeterminado. La soledad generalmente acompaña al estar fuera de sistema porque, confinados, la nada es lo más próximo a la identidad perdida.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Perdido. Extraviado. El shock de esa situación repentina, que cambia de ya para ya todo lo conocido, es como cuando alguien pierde la orientación. Ese movimiento de direcciones, puntos cardinales alterados, rastros borrados aparentemente cambiados, se convierten en una constante sin tiempo que nos desvela, que reconviene todo lo conocido hasta ahora. Es como si se comenzara por el final en vez del principio.

Recuerdo, una vez más, la gran repercusión que tuvo el excelente trabajo cinematográfico realizado por Tom Hanks en “Náufrago” (“Cast Away”), el mismo de otros prestigiosos títulos: “Forrest Gump”, “Filadelfia” o una de sus primeras, “Quisiera ser grande”. Tom Hanks conformó un equipo de producción a través de una idea que se le ocurrió para que los guionistas la desarrollaran, la historia de un náufrago que vivió en una isla durante cuatro años. Se trata en la ficción del ingeniero en Sistemas Chuk Nolan, integrante del staff de la conocida empresa de correos norteamericana, Federal Express (Fedex). Esta memorable película fue producida en el año 2000 por el propio Tom Hanks, y un relevante equipo tanto de actores como de técnicos, dirigida por el exitoso Robert Zemekis, actuando como pareja del ingeniero Nolan la actriz Helen Hunt. Se trata de un vuelo en un avión de la empresa sobre el Pacífico que, por inconvenientes, capota en pleno océano, poniendo de relieve que el único que logra salvarse es justamente  él, y que a partir de allí ocuure toda la adversidad de lo desconocido. Este filme tiene detalles peculiares, no haber ganado Tom Hanks el Oscar como mejor actor. Tardó dos años el rodaje de la misma, si bien la ficción apuntaba cuatro años desaparecido. Para dar esa sensación, Robert Zemekis logró que Tom Hanks bajara 24 kilos. La misma fue filmada en la Isla Monuriki al norte de las Fiyi.

En la soledad que el náufrago de pronto experimenta, le hace perder toda razón de ser, y dibuja incansablemente imágenes confusas, tratando de no sentirse solo. Recuerdos alterados por el fuerte envión, que ni él puede compaginarlos, creando otros mundos no imaginados con el solo paisaje, el día y la noche para contabilizar instantes sumidos en la desesperanza. Procurar un ardid que le ayude a sostener la esperanza, armando otra historia en caso de que el salvataje que, por ahora es una pesadilla, le permita acceder hacia ese mundo conocido o mejor aún. Son los extremos que permiten muchas veces cambiar el derrotero humano, ver en quienes nos rodean ese amor no reclamado ni potenciado mientras todas las cosas pintaban opíparamente. También es un puerto lejano, no imposible, poder recomenzar mirando a todos predispuestos a la palabra no ensayada, esa sin intereses pecuniarios, sino predispuesta al abrazo colectivo de sentirlos nuestros. De que sus atribulaciones nos llegan más fuerte que nunca, y nos sentimos fortalecidos de contarlos, en el decir cotidiano, en las breves líneas de un papel amarillento pero emotivo, en un mensaje dejado al pasar, en la sonrisa que abraza y contiene.

Algo que se asemeja bastante a “Náufrago”, en cuanto a lo apocalíptico y aterrador de la desolación, es justamente otro largometraje nominado, que logró transmitir ese estado mental de la soledad ante la falta de soluciones que los libere a los personajes, ha sido “Papillón”. Fue una película del año 1973, basada en la novela del propio autor, que soportó todas las vicisitudes de un confinado en tiempos duros. Fue dirigida por Franklin J. Schaffer, con el protagónico de Steve MacQueen en el papel de “Papillón”, y la de un débil compañero de celda, el actor Dustin Hoffman corporizando a un Louis Degá. Ello se remonta a una historia negra con epicentro en la famosa Isla del Diablo en Centro América, perteneciente a la Guayana Francesa. El nombre real de “Papillón” obedece al tatuaje de una bella mariposa que ostentaba como clara identidad su pecho. Pasaron por esa isla de nombre tan dramático, Isla del Diablo, muchos políticos que marcaron la historia de Francia, como el capitán Dreyfus, que las crónicas del escritor y periodista Emilio Zola permitieron abrir el trascendente  juicio. Esa posesión fue instalada en el año 1851 por Napoleón III para castigar asesinos de fuste. Sin embargo, ya que lo habían culpado y enjuiciado a Henri Charrieri “Papillón” por el supuesto asesinato del proxeneta Roland Legrand. La pena prescribe en 1945, logrando un “perdón provisorio”, mientras este se encontraba viviendo ya en Venezuela, recalada primera de su tumultuoso escape de la Isla del Diablo. 

 Charriere imprimió como evidencia testigo de su angustiante soledad, procesado injustamente y pagando pena indebida, volcó en un libro titulado “Papillón”, que de arranque se imprimió un millón de ejemplares, traducido en 23 idiomas dado su espectacular éxito. Alguna vez la prensa le preguntó a Henri Charrieri si lo escrito guardaba entera verdad, él respondió: “Un 75%. El resto narra la angustia de los otros”, el dolor lacerante de sus compañeros de celda.

Ambos filmes, ya sea por el libreto o la propia historia conferida entre ambas, guardan perfectamente el marco del reencuentro. Uno logra de ser náufrago para convertirse en rescatado. El otro, libre con su escape rumbo a la esperanza y su posterior prescripción de la causa, aunque “Papillón” en su fuga mucho antes vio el sol. 

La dura prueba, que siempre significa la falta de libertad en cualquiera de las situaciones, es la soledad que trunca la vida común de las personas. Es un estado indescriptible que, sin embargo, siempre viene cargado de sorpresas, una mano cálida, un recuerdo que como el viento revuelve la cabellera de los árboles, puede hacer cambiar en un santiamén la experiencia del náufrago o del propio presidiario. 

Alfredo Le Pera, ese brasileño hijo de italianos que venían para radicarse en Buenos Aires, pero tuvieron que recalar en San Paulo, dado el estado de gravidez de su madre próximo a tenerlo, que luego vivió como un porteño más, sumada la historia vívida del tango, y conformar con Carlos Gardel una dupla inolvidable, compuso “Soledad” con tanta precisión que vale la pena recordar porque marca el estado de ánimo que el náufrago, el perdido, el fuera de sí, el expulsado del sistema siente esa ausencia en carne propia, cuando el amor, los afectos, los recuerdos pierden realidad.

“En la plateada esfera del reloj, / las horas que agonizan se niegan a pasar. / Hay un desfile de extrañas figuras / que me contemplan con burlón mirar. / Es una caravana interminable / que se hunde en el olvido en su mueca espectral”.

“Soledad” fue una canción estrenada por Carlos Gardel en 1934, en la película “El Tango en Broadway”, que se filmó en Long Island (Nueva York). 

El audio lo grabó en los estudios Víctor con la orquesta dirigida por el maestro Terig Tucci. Le Pera y Gardel fueron una promesa esperanzada que impulsaron mundialmente al tango, con trabajo constante de músicos, artistas y técnicos que en el país del norte era un proyecto esperanzado. La alegría de lograr cometidos ciertos entre todos nunca naufraga porque es lo que salva una buena obra. 

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