Especial
El autor es ceremonialista y estudiante de Relaciones Públicas.
Se puede pensar que el ceremonial 1.0 es la práctica tradicional, el de las dinastías, imperios, monarquías y relaciones de poder hasta la primera década del siglo 21. Esa práctica, entre tantas funciones, intenta establecer distancia entre los funcionarios y los ciudadanos, sobre todo los que tienen una cultura suburbana.
Esa distancia puede explicarse como un signo de poder, de superioridad humana inclusive. En algunos Estados, los funcionarios siguen creyéndose humanos superiores al resto y por eso mantienen esas grandes distancias en los eventos públicos; inclusive algunos primeros mandatarios subordinan también a sus ministros.
En otros Estados, algunos latinoamericanos, por ejemplo, esa percepción de altura fue disminuyendo a tal punto que algunos primeros mandatarios afirman ser el pueblo y le dan todo el crédito a la ciudadanía popular.
En esos Estados y con esos presidentes, el ceremonial y el protocolo se flexibilizan. Posiblemente, los funcionarios pidan a sus encargados de ceremonial y seguridad personal que dejen a la gente acercarse: “humanizarse” no significa perder poder, es más, podría tratarse de un “poder inteligente”, apoyado por el ser permisivo del mandatario; un poder justificado por el afecto y la emoción, y no por distancia y subordinación.
Esa barrera eliminada es una metáfora que las redes sociales también permiten. Las redes sociales, las pantallas, eliminan las distancias geográficas y no solo eso, sino también, si la interacción es frecuente, nos hacen creer que conocemos personalmente a quien está del otro lado.
Entonces, el ceremonial 2.0 puede trabajar para eliminar la distancia que hay entre los funcionarios y los ciudadanos; el nuevo concepto viene a flexibilizar las injustas separaciones que suele haber en los actos públicos presenciales, donde muy pocas veces un ciudadano puede interactuar con un gobernador o un presidente. Por ejemplo, en un acto gubernamental vía Facebook, los ciudadanos pueden comentar en vivo y en directo lo que piensan o quieren transmitir, y por supuesto, el funcionario puede leer y devolver el mensaje.
Por eso, el ceremonial clásico no significa que sea malo, simplemente la sociedad avanzó y evolucionó hacia un entorno digital, y como Carlos Scolari afirma, “las interfaces no desaparecen, se transforman”; sí, el ceremonial es una interfaz. El ceremonial es un espacio de interacción, un lugar abstracto donde los funcionarios interactúan con los ciudadanos y con otros gobernantes. Si el ceremonial no desaparece, los ceremonialistas tampoco, simplemente debemos evolucionar intelectual y académicamente en torno a lo que los nuevos medios y dispositivos exigen.
La mayoría de la ciudadanía está en redes y medios sociales digitales, los funcionarios también, y por eso los ceremonialistas también debemos estar ahí, a la altura de la circunstancia.
Por ahora, en muchos gobiernos todavía no hace falta mutar tanto el espacio de interacción, pero en algunos pocos, los gobiernos y sociedades están totalmente digitalizados y no hay lugar para quien no interactúe en el espacio de las pantallas móviles y los medios sociales digitales.