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Christo, una artista que envuelve islas, valles y monumentos

Las islas de la Bahía de Biscayne rodeadas de tela rosa, 1983.

Por Julio Sánchez Baroni (*)

Nació en Villa Ángela, Chaco, es licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Buenos Aires, ha sido docente de la Universidad de Nueva York y actualmente de la Universidad Nacional del Nordeste. Escribe crítica de arte en diferentes medios (La Maga, La Nación, Clarín) y es director de la revista digital NAÉ, Nuestro Arte de Enfrente, editada por la Fadycc (Unne).

Especial para El Litoral

Pocos días atrás, desde el 16 de septiembre y hasta el 3 de octubre, uno de los monumentos más emblemáticos de París, el Arco de Triunfo, fue envuelto como un paquete para asombro de toda la ciudad. La idea tiene más de 60 años y el responsable es Christo, un artista francés de origen búlgaro que murió en 2020 en Nueva York sin poder ver su sueño. Un día de 1935, en un país balcánico con cinco siglos de dominación turca en su historia y de gobierno comunista en los últimos años, nació Christo Javacheff. Su cuna fue la de una familia búlgara culta, su padre era un científico industrial y le procuró un tutor particular de arte en su primera juventud. En su educación se cruzaron las tradiciones de una familia acomodada con los valores marxistas impuestos por el régimen comunista que tomó el poder luego de la Segunda Guerra Mundial. 

Durante su adolescencia trabajó para el partido comunista con una tarea que marcaría sus rumbos artísticos, estaba encargado de embellecer las granjas situadas a la vera de las líneas del ferrocarril; de este modo los viajeros occidentales del tren Orient Express verían un paisaje de prosperidad y belleza a su paso por Bulgaria. 

De su ciudad natal Gabrovo el artista pasó a Sofía y luego a Praga y a Viena para completar sus estudios. A comienzos de los 60, Christo conoció a Jeanne-Claude de Guillebon, de familia castrense y perteneciente a la alta sociedad francesa, que durante su juventud y según sus propias declaraciones “cabalgaba mi propio caballo, jugaba muy bien al bridge y bailaba como un ángel”. Jeanne-Claude fue algo más que su compañera y la madre del único hijo del matrimonio, el poeta Cyril Javacheff, es la mujer que batalló detrás de cada megaproyecto de Christo para convertirlo en realidad. Cuando Christo llegó a París conoció al crítico francés Pierre Restany que a principio de los sesenta impulsaba un movimiento conocido como Nouveau Realism, que contaba entre sus filas a Yves Klein, Arman, Raymond Haines, Jean Tinguely, Daniel Spoerri, Mimmo Rotella y Niki de Saint Phalle, entre otros. Ya entonces Christo había comenzado con sus operaciones de empaquetamiento; su trabajo consistía en tomar ready mades -término acuñado por Marcel Duchamp para designar cualquier objeto que adquiere una dimensión artística sólo por ser señalado así- y envolverlos con telas y sogas. Con esta operación un objeto real pasa a convertirse en una forma geométrica, es decir que, de alguna manera, se cruzaban dos posiciones enfrentadas: el realismo socialista de Europa Oriental y la abstracción dominante en Occidente. 

Para Christo, envolver algo es continuar con una tradición en la que un manto sea de tela o de mármol se arroja sobre algo para enfatizar el poder y la belleza de lo que hay debajo. El artista ejemplifica con las dos versiones de Balzac de August Rodin: “En la primera Balzac está completamente desnudo, gran barriga, piernas escuálidas, muchos detalles. En la segunda, Rodin toma la capa de Balzac y vela la figura, y ese es el famoso Balzac. Haciendo esto nos dio la esencia de Balzac. Eso fue lo que hicimos cuando envolvimos el Pont Neuf, cubrimos todos los detalles para subrayar las proporciones y las fuerzas del puente”. 

En 1962 Christo cerró el acceso de la calle Visconti, una de las más viejas y angostas en pleno Saint Germain de Prés, con 240 barriles de petróleo, Wall of Oil Drums- Iron Curtain (Muro de barriles de petróleo- Cortina de hierro), tal el nombre de la obra, además de las connotaciones económicas y ecológicas del petróleo, fue una clara referencia al muro de Berlín levantado un año antes. A partir de este momento y cada vez con más intensidad, Christo se involucró en proyectos públicos y sus obras tendrían un carácter fuertemente efímero; Wall of oil drums duró apenas unas horas de una noche de junio. 

Cuando Christo se estableció en los Estados Unidos en 1964 comenzó a elevar su gesto de empaquetar a dimensiones arquitectónicas; “de aquí en más el artista comienza a trabajar con lo fantástico, lo desmedido, lo colosal”, según la clara adjetivación de Restany. De dimensiones heroicas, los proyectos de modificación de paisaje natural emprendidos por Christo llevan años de preparación, cientos de operarios voluntarios y millones de dólares para que puedan ser vistos apenas unos días, cuando no algunas pocas horas. La descripción de cada proyecto implica información matemática suficiente para captar la atmósfera de irrealidad de una isla envuelta por una tela rosada o una cortina anaranjada cerrando un valle. Según Christo, la financiación de sus obras se solventa con la venta de sus dibujos preparatorios, litografías, montajes fotográficos, modelos en escala, libros y videos; no acepta auspiciantes de ningún tipo para evitar condicionamientos. En 1969, para Wrapped Coast (Costa empaquetada) Christo cubrió acantilados y playas de una franja costera de aproximadamente 2 kilómetros de longitud, 50 a 250 metros de ancho y 25 m de alto en Little Bay, Australia a 15 km del centro de Sidney. Se cubrieron 100.000 metros cuadrados con tejido de fibra sintética que fueron fijados con 60 kilómetros de soga de polipropileno de 30 mm mediante 25.000 cargas de fijadores, tornillos y grampas; 15 escaladores profesionales, 110 operarios, estudiantes y maestros de arte trabajaron 17.000 horas para dejar envuelto en un sector de la costa por un período de 10 semanas. 

Los emprendimientos faraónicos de Christo a veces parecen ilustraciones de cuentos de hadas. Tal es el caso de Surrounded Islands (Islas rodeadas) en Biscayne Bay, Miami, obra de 1983 cuyo costo fue de tres millones y medio de dólares, y en la que trabajaron dos abogados, un biólogo marino, un especialista en mamíferos, dos ornitólogos, cuatro ingenieros y 430 operarios. Durante solo un par de semanas de mayo de 1983 once islas fueron rodeadas de tejido de polipropileno color rosado flamenco que contrastaba con el verde esmeralda de las aguas y el azul del cielo. La obra fue planteada como un grandioso homenaje a los nenúfares de Claude Monet y en todo momento se tuvo en cuenta el cuidado de la flora y la fauna del lugar.

 

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