Los mismos procederes suelen conducir a los mismos resultados. A veces es bueno aventurarse por nuevos caminos precisamente para introducir cambios y, por ende, producir efectos diferentes. Con ese espíritu, un grupo de preocupados conciudadanos difundió una carta abierta a la sociedad bajo el lema “¿Y si probamos dialogando?”. El documento plasma una idea que reconoce que “los dolores del ayer” alimentan todavía hoy un conflicto del que muchos han sabido aprovecharse.
El documento menciona que “muchos argentinos fuimos generando sucesivas justificaciones, lecturas históricas sesgadas y posturas ideológicas que obstruyeron y obstruyen el diálogo y se niegan a la comprensión del otro”. A diferencia de otros países, señala también que no hemos sabido crear instituciones que interpretaran verazmente el pasado y eso obstaculizó la sanación de las heridas. Lo importante es que los promotores rescatan su confianza en que todavía podemos explorar nuevos caminos. La razón los asiste.
Para ello, resulta imprescindible contar con la buena fe de todos los actores, lo cual presupone un estado mental de honradez y rectitud. No basta solo con el respeto. Hay que evitar las imposiciones tanto como las tramposas tergiversaciones que conducen a plantear el diálogo para confirmar las razones de unos y otros en lugar de construir un discurso nuevo, que surja del enriquecedor intercambio y que abra instancias a un futuro compartido.
La convocatoria no hace referencia alguna a nada que identifique a quienes encarnaron las luchas internas que aún nos dividen. “No deberíamos confundir justicia con venganza ni hacer crecer el rencor que obstruye la paz y el camino de los que quieren lograrla”, se afirma. Sí menciona que el aprendizaje a partir de los “errores históricos” debe dar lugar a condiciones superadoras. De eso precisamente se trata. De desarrollar la capacidad de contemplar los argumentos de las partes, acercando las miradas para liberarnos de una carga que tanto nos pesa y nos daña. Desde un nuevo espacio, abierto a todas las opiniones, en el que primen el diálogo y la voluntad de encontrarnos desde la diversidad podremos construir un futuro compartido, con objetivos comunes sostenidos en el tiempo. Esto incluye una indispensable cuota de autocrítica por parte de todos los actores. “Todavía nos falta recuperar y resignificar entre todos, sin exclusión alguna, el gesto que vemos en el escudo nacional: las manos unidas de los argentinos para sostener el gorro frigio de la libertad”, expresa el escrito.
La iniciativa reconoce que en nuestra memoria social “hay víctimas que esperan que alguien les dé voz” y registra que “no nos hace bien que todavía hoy se quiera reivindicar o justificar la violencia pasada”, máxime cuando esta “fue abogada ideológicamente y desatada por sectores minoritarios”. Y destaca que “nada justifica que se vulneren los derechos que consagran nuestras leyes” y que a todos nos consta que protegen y premian a unos y condenan a otros.
Las nuevas generaciones acceden al pasado desde visiones tan enfrentadas como contaminadas. ¿Qué sentido tiene inocular en ellas un espíritu que ya lastimó tanto a tantos? Ese afán por perpetrar la división nace de un falso orgullo y de la propia incapacidad para mirar hacia adelante. Ciertamente, pocos parecen darse cuenta de que en las grietas abrevan quienes sacan provecho azuzando el odio. Para ellos siempre reportará más ganancia mantener al soberano ocupado en pelearse que concentrando su atención en los enormes desafíos que plantea el futuro. Hay banderas que pagan más que otras, nadie lo duda. Basta con analizar el camino recorrido por muchos de quienes accedieron desde distintas vertientes al poder para confirmar que nada mejor ni más sencillo que acomodar la ideología a las necesidades propias o del partido. Y si se la perpetúa convirtiéndola en botín, mucho mejor, aunque huela a naftalina.
Alteremos el paso. Alterémoselo a quienes convenientemente quieren llevarnos por viejos caminos que no nos sacarán de este atolladero. No cedamos nuestra responsabilidad. Una sociedad mansa y pasiva puede terminar como las ranas hirviendo a fuego lento en una olla. Necesitamos, sin demoras, una cuota de heroísmo y renunciamiento que arranque en nuestras cabezas, movilice nuestro corazón y se ponga en acción en nuestras manos. Probemos. El diálogo no solo es posible. Es un imperativo si aceptamos asumir la responsabilidad colectiva que nos cabe frente a nuestros hijos.