El año pasado la pandemia hizo que las clases se desarrollaran de manera virtual. Y más allá de la evaluación del impacto que esto tuvo sobre la dimensión pedagógica y psicológica, supuso un esfuerzo muy grande para las familias y los docentes. Fue movilizador ver la predisposición para tratar de naturalizar una lógica que estaba muy alejada de las posibilidades de todos y en tan corto tiempo.
En los últimos días la discusión sobre la vuelta a clases de millones de alumnos argentinos ganó espacio en los medios masivos de comunicación. El interrogante que se impone es: ¿por qué ahora y no el año pasado?
Durante 2020 los argentinos fuimos receptores de un discurso que planteaba privilegiar la salud por sobre todo lo demás, como la economía y la educación. La política planteada por el Gobierno nacional desde las primeras conferencias de prensa dejaron en claro el orden de prioridades, decían que las clases presenciales no eran lo más importante, sino cuidar la salud de las comunidades educativas.
La falta de clases presenciales es altamente compleja y conlleva múltiples consecuencias. En principio, acrecienta la rotura del tejido social, que ya estaba muy castigado.
No podemos dejar de decir que a pesar de la enorme voluntad nos quedamos con el sabor amargo de saber que se perdió terreno en materia educativa. Y no por la falta de compromiso de los docentes, al contrario, hubiese sido aún peor sin el amor y la dedicación que le pusieron. No fue un año normal.
Es decir, los niños y niñas pobres, que según Unicef, hace dos meses habrían llegado a los 8 millones, encuentran mermadas sus posibilidades de tener una rutina que les ordene su vida diaria con objetivos claros y alcanzables. El acceso a la educación sigue siendo la puerta al ascenso social, la esperanza de crecimiento y de desarrollo personal y el futuro de nuestra sociedad en general, pero con la situación actual las perspectivas empeoran día a día. Especialmente para quienes provienen de hogares más castigados, cuyos padres no tienen trabajo o son parte del mercado informal.
Así, los más vulnerables son los primeros que quedan fuera del sistema. A esto se le suma la desesperación por la falta de previsibilidad con el consecuente cansancio frente a la imposibilidad de ver una salida en el futuro cercano, teniendo en cuenta que toda capacitación brinda herramientas para desarrollar un pensamiento crítico.
Quienes desde la política insistimos desde el principio de la cuarentena en la vuelta a las aulas, nunca perdimos de vista a los niños y niñas con problemas de desarrollo en particular y de todos los niños en general. Pero algo cambió, la educación antes estaba en la agenda pública y era compartido por todos los sectores, sobre todo después de lo ocurrido con la carpa docente. Y, lamentablemente, en el último tiempo y por decisión política, el kirchnerismo no solo hizo que la educación dejara de ser prioridad, sino que intentó muchas veces convertirla en un canal de adoctrinamiento a través de la inclusión de textos con contenido político en las currículas.
El hartazgo de los padres causado por la postergación del futuro de sus hijos por parte del Estado los ha llevado a organizarse para presionar. Empezamos a transitar un año electoral y el Gobierno frente a las encuestas y a la demanda social decidió abandonar su postura.
Tenemos plena conciencia de que el regreso a las aulas debe ser gradual y con todas las medidas de seguridad, poder conversar con el alumnado dentro de las escuelas sobre la problemática que los aqueja sería un buen comienzo para retomar la normalidad de sus planes educativos. Pero el diálogo entre todos los actores de la comunidad educativa debería ser la llave para destrabar esta situación. Padres, docentes, sindicatos, alumnos y autoridades deben llegar a un acuerdo sobre cómo será la nueva normalidad. Cómo se va priorizar a quienes están más atrasados por la falta de conectividad o a los hijos de trabajadores esenciales, en etapa de transición o cambio de ciclo.
Mucho se ha hablado de declarar a la educación como un servicio esencial, pero debemos recordar que se trata de un derecho. Es hora de hacerlo valer.