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Los duelos y las pérdidas

Se calcula que, a lo largo de la vida, experimentaremos entre 40 y 70 pérdidas. Pero no solo de seres queridos, sino además de colegios, de amistades, de casas por mudanza, del esquema corporal, etc. Ahora es importante entender que el dolor no es un problema que se debe resolver o superar. No tiene sentido decirle a alguien que, por ejemplo, perdió un hijo o una hija: “Ya lo vas a superar”. 

Por Bernardo Stamateas

Colaboración Especial

¿Qué sucede con el dolor emocional? 

Se transforma y nos transforma. El dolor es parte de nuestra historia y provoca en nosotros una transformación. Esa idea tan arraigada en nosotros que nos dice: “Lo tengo que superar”, en realidad, hace referencia a la transformación del dolor. El dolor no es un pozo en el que caemos, sino más bien un camino que tenemos que recorrer.

La palabra duelo viene de duelum (dolor) pero también significa “combate entre dos”. Esto es así porque hay en nosotros, frente a la pérdida de alguien amado, una parte que la acepta y otra parte que se niega a aceptarla y la niega. Y, en este proceso de duelo que alguna vez nos toca atravesar a todos, siempre sentimos un gran cúmulo de emociones: culpa, bronca, tristeza, alivio, etc. 

Cuando amamos a una persona, deseamos que él o ella esté siempre a nuestro lado. Es por ello que sufrimos cuando parte de este mundo. Pero si a cada uno de nosotros, nos permitiesen elegir no sufrir nunca en la vida, pero al mismo tiempo no ser capaces de amar a nadie, sin duda todos escogeríamos amar, a pesar del dolor que sentimos al perder un ser querido. El dolor, entonces, viene a ser la expresión del amor. 

Otra actitud que resulta inútil es intentar explicarle el porqué de la partida al doliente. Ninguna explicación, por muy buena que sea, remueve o alivia al menos el dolor. La mayoría de nosotros nos preguntamos: “¿Por qué?, pero el dolor es una pregunta que no tiene respuesta. Explicaciones del tipo “bueno, pero tenés otro hijo”, o “pensá que ya dejó de sufrir”, calman más la angustia de quien las está dando que la del doliente. 

Muchos años atrás trabajé en grupos con padres que perdieron a sus hijos en accidentes. Una de las cosas que aprendí es que, aunque todos tenían pérdidas similares (porque habían perdido a su hijo o a su hija), ninguno podía entender el dolor del otro. Porque el dolor emocional por una pérdida es único. Lo mejor cuando estamos con un doliente es limitarnos a acompañar, poner el hombro, abrazar y expresar un “acá estoy para lo que necesites”.

Cada pérdida, en especial de otro ser humano, es distinta porque cada vínculo es distinto. No es lo mismo perder a uno de los padres a los 100 años que perder a un hijo. Tampoco es lo mismo perder a un ser querido después de una enfermedad de años que en un accidente o un robo. Existen una multiplicidad de factores que hacen que ese dolor, o ese camino, sea especial. Pero en todos los casos, solo debemos limitarnos a acompañar el proceso de elaboración del duelo y la forma que el doliente elija, lo cual nos habla de respeto y consideración por la vida.

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