Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral
De un tiempo hasta aquí, como dicen los españoles, qué aburrida se han puesto las palabras. De pronto se repiten haciendo “cháchara”, solamente ruido en una sucesión como en Pasapalabra pero con menos sentido y razón. Bueno, razón hay, es una forma de justificar lo injustificable. Pero si bien nos permiten cubrir baches en los mandatos vacíos donde una “apuntadora” muy por lo bajo marca la letra faltándole a la investidura a quien está dirigido tanto autoritarismo. La gente común, con acierto, suele remarcar diciendo “doble comando”, pero en realidad es mucho más que eso, amén de ser falta de respeto, sino a quien supuestamente tiene la sartén por el mango que le otorga el natural poder, le resulta muy difícil calzar los pantalones largos.
Ese ventarrón de palabras, algunas salidas por erigirse en autoridad asumida no otorgada, se contrapone con las que se emiten en el tembladeral del sumo poder que al poco se contradicen, dejando un gusto amargo junto con la pandemia impensada y no provocada, pero que le suma tropiezos y una inseguridad de poder establecer desde “el timón” la ruta que, aunque encrespada, nos lleve a tierra firme.
Nunca se habló tanto y se hizo tan poco, perdiéndose ese liderazgo mesurado pero convincente que gobierna un país serio, sin caer en despotismos arbitrarios y en una palabra con fuerza convincente, autorizada, que en la tormenta tranquiliza, guarda “la salud” de todos.
Con tantos barquinazos la gente en mayoría lamentablemente trata de sedarse no dándose cuenta, tratando de alejar otro problema más y pasa por alto todos los desmanes con una corrupción crecida, mientras los pobres crecen en el otro extremo. El desorden de las vacunas, su administración, las cantidades prometidas, es la guinda del postre, sin embargo a la hora de juzgar las palabras se tornan “rollo”, es decir, aburrido, que proviene del español cotidiano.
Las palabras honestamente tienen un gran valor, nos referimos a las respetables, a las que sirven de enseñanza, pero más que nada en actitud para actuar con sentido común cuando se incurre en esas faltas, tan vacías y denigrantes de la actitud crecida en moda, mirar para otro lado, no escuchar ni ver. Ayn Rand fue una filósofa de origen ruso con posterior ciudadanía norteamericana, que dijo: “Cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores, cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti, cuando descubras que la corrupción recompensada y la honradez se convierten en un autosacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada”.
Uno se nutre con formulaciones que nos desvelan las malas influencias de los “rollos”, que insensibilizan la verdadera razón de las cosas. Porque empañan los buenos gestos, corroen la ética, y lo peor es que hacen normales las vías sinceras que debieran ser, mala gimnasia tomada por los poderes de turno que por contagio espontáneo van enfermando la incuestionable moral, desplomándose como una catarata, inundando todos los campos de la vida.
Lamentablemente no se trata de una pirámide ordenada, sino de un desbande de todos contra todos donde las palabras se entrecruzan, por ello es aconsejable el uso de cedazo capaz de contener lo que no corresponde, pero ante tanto palabrerío incongruente resulta tarea improbable, aunque de ello depende la salud del país.
El tango, como lo fue la música de protesta alguna vez encabezada internacionalmente por Bob Dylan y Joan Baez cuando la guerra de Vietnam, permite escribir filosas letras donde constan saludables ejemplos: “Cambalache” de Discépolo o “Al mundo le falta un tornillo” de Enrique Cadícamo. Pero en nuestros días existe un decidor, autor de sus palabras, nacido en el porteño barrio de Palermo, que en la década del sesenta cantó con la orquesta de Carlos Figari, alternando escenario con Alberto Marino, Edmundo Rivero y Floreal Ruiz, actuando justamente en el local Cambalache de Tania, la esposa de Enrique Santos Discépolo; se trata pues de Juan Vattuone. En su tango “Ni olvido ni perdón”, hastiado de los desbordes y desencuentros de una ciudadanía enferma de políticos, dice: “La dignidad se la vendieron a un finao / el corralito en el banco del mamao, / y a la justicia que es divina, / y a mi Argentina la han empomao. / ¿Pa’ qué juran por la patria, / por los santos evangelios, / por la bendita nación? / Es mejor que lo pensemos, / sino para el año nuevo / vamo’ a estar en un cajón. / Si no les tiembla la jeta / en un reino de caretas / usurparon la de Dios. / Hagámonos responsables / y a los que fueron culpables / ni el olvido, ni el perdón. / Si serán tan caraduras / pa’ nosotros mishiadura / y ellos morfan con chandón”.
Las crisis nunca dejaron de lado las críticas porque es la vía natural de expresión, en que la mesura llevada al máximo de su buena voluntad hace lo imposible por contener y contenerse cuando se dan todas que hacen mella a quienes pateamos este bendito país.
El tango siempre se hizo eco como voz popular cada vez que el cinto se debió apretar. Mucho antes de “Cambalache”, Enrique Cadícamo construyó el poema de un anticipo de lo que se venía: “Al mundo le falta un tornillo”, que fuera estrenado en el año 1932: “Hoy no hay guita ni de asalto / y el puchero está tan alto que hay que usar un trampolín…/ Si habrá crisis, bronca y hambre / que el que compra diez de fiambre / hoy se morfa hasta el piolín…”. Más elocuente, imposible. Es la válvula de escape cuando quema la realidad. Más que “rollo” queremos realidades que no aburran, sino que incentiven la voluntad perdida. Es decir, la palabra para volver a recuperar la esperanza añorada con hechos, porque la palabra sin hechos es mentira piadosa. Como dice el autor Juan Vattuone: “Ni olvido ni perdón”.