Por Julio Sánchez Baroni (*)
Nació en Villa Ángela, Chaco, es licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Buenos Aires, ha sido docente de la Universidad de Nueva York y actualmente de la Universidad Nacional del Nordeste. Escribe crítica de arte en diferentes medios (La Maga, La Nación, Clarín) y es director de la revista digital NAÉ, Nuestro Arte de Enfrente, editada por la Fadycc (Unne).
Especial para El Litoral
Cómo entender el arte conceptual? Con el budismo zen. ¿Cómo entender el zen? Con el arte conceptual. Si bien los términos no son intercambiables, sus puntos de contacto abren un diálogo fluido que raras veces fue explorado por la crítica de arte. El budismo zen puede convertirse en una metodología para la comprensión de sentido de los conceptualismos artísticos. Bajo esta gran sombrilla se abrigan manifestaciones como el land art, el body art, la performance, el arte povera y otras tantas.
El budismo zen, que se puede definir como una actitud de vida, más que una religión, no tiene dogmas ni libros sagrados, valora por igual las acciones nobles y las vulgares, suprime las jerarquías y propone eludir la palabra escrita o hablada para llegar por intuición a la verdad. Conceptualismo y zen tienen en común la incomprensión generalizada por una aparente falta de sentido y lógica. El gesto que hace una persona cotidianamente estrechándole la mano a otra es arte para John Cage y una expresión del Tao para un budista. Tanto para uno como para otro el silencio es preferible a cualquier discurso.
Para referirse a lo Absoluto los maestros zen hablan de dos kilos de lino o del ciprés en el patio del templo. Los diálogos (mondôs) de los maestros budistas con sus discípulos son concisos y sirven para mostrar las deficiencias de la lógica para la comprensión del Absoluto (Tao). De forma análoga los artistas conceptuales demuestran en cada obra que el arte no es más que una convención cultural que cambia a cada momento. Entender el zen es zafar de los preconceptos con que enfrentamos al mundo; entender el conceptualismo es zafar de los prejuicios sobre qué es arte. Para los artistas conceptuales todo lo que rodea al hombre es susceptible de convertirse en arte, de adquirir una dimensión especial.
Cuando el italiano Piero Manzoni enlató sus propias heces con una etiqueta que rezaba “Mierda de artista, contiene 30 gramos conservada en forma natural, producida y enlatada en mayo de 1961”, además de causar estupor y rechazo en el público, estaba exaltando una condición vital, estaba vivo (aquí y ahora) y podía defecar. Un mondô cuenta que ante la pregunta qué es el Tao, el maestro se levantó y dijo “tengo que ir al baño, ¿cómo algo tan simple puede ser hecho sólo por mí?”.
El artista californiano James Turrell horada en el techo de museos un cuadrado que permite ver directamente el firmamento, con sus variables lumínicas y climáticas. Señala lo que no se puede representar: el infinito, el ritmo incesante del universo. Y esto nos recuerda un mondô clásico que afirma que la verdad y las palabras no guardan relación. La verdad puede compararse a la luna, dicen los budistas, y las palabras a un dedo. Puedo usar mi dedo para señalar la luna, pero mi dedo no es la luna. Pero no se necesita del dedo para ver la luna. El lenguaje es un mero instrumento para señalar la verdad, un medio útil para alcanzar la sabiduría. Pero confundir las palabras con la verdad es casi tan ridículo como confundir un dedo con la luna. Quizá por la misma razón en 1969 el greco italiano Jannis Kounellis presentó doce caballos vivos en la Galeria de l’Attico de Roma.
La presencia física, el olor, la temperatura de los cuerpos no se puede comparar a ninguna representación pictórica o escultórica. Con la misma intención Piero Manzoni firmaba como esculturas los cuerpos de mujeres desnudas. Su obra más extrema fue Zócalo del Mundo, un cubo de hierro con esa inscripción, pero puesta boca abajo, de manera tal que ese mínimo elemento pareciera soportar todo el planeta como una gran obra de arte.
Para el budista zen las palabras son innecesarias. Más de un mondo cuenta cómo fueron quemados libros doctrinarios, pues afirman que el aprendizaje de las distintas filosofías es como una gota de agua en la inmensidad del espacio. El británico John Latham pidió a la biblioteca del St Martin School of Arts un libro de Clement Greenberg, influyente crítico defensor de la abstracción expresionista. Latham invitó a artistas, críticos y estudiantes a su casa y les pidió que arrancaran una página del libro, la mastiquen y escupan el resto en un frasco. Las páginas masticadas fueron inmersas en ácido hasta que la solución se convirtió en una especie de azúcar, se neutralizó con bicarbonato de sodio y se agregó levadura para hincharlo. Un año más tarde la biblioteca reclamó el libro de Greenberg, Latham envió la solución con un aparato de destilación. Días después fue despedido. Hoy esa obra forma parte de la colección permanente del Moma.
El Tao está en casa. Para los budistas zen no hace falta recorrer el mundo para encontrarse con el Absoluto. Está cerca nuestro si sabemos distinguirlo. Para muchos artistas el arte está en la vida misma. Una opinión que comparten Ives Klein, Joseph Beuys, John Cage, Marcel Duchamp y otros tantos. Para la Tercera Exhibición Internacional de Arte Figurativo celebrada en Amalfi, Italia, en 1968 Richard Long (importante figura del land art) se arremangó la camisa y le dio la mano a veinte personas que pasaban por la calle. Tom Marioni, excurador del Richmond Art Center de California, presentó tempranas performances como El acto de beber cerveza con amigos es la forma más suprema del arte (1970), que, como era de esperar, terminaba en borrachera. Los residuos de la performance, botellas vacías, eran expuestas como obra. El mismo Marioni abrió un espacio alternativo en San Francisco que llamó Museo de Arte Conceptual, donde Paul Kos exhibió una pieza llamada Sonido del hielo derritiéndose. Once kilos de hielo fueron rodeados de ocho micrófonos que amplificaban y registraban ese sonido. Escuchar el sonido del silencio es para los budistas el umbral de entrada al Tao.
El más extremo de los conceptualistas inmateriales es Robert Barry. Su Obra Telepática consistía en la siguiente afirmación: “Durante la exposición voy a tratar de comunicar telepáticamente una obra de arte cuya naturaleza es una serie de pensamientos que no son aplicables al lenguaje o a la imagen”.
De igual modo nació el zen: Un día el príncipe Siddharta Gautama, luego conocido como Buda, se preparó para hablar. De pronto arrancó una flor mientras observaba la reacción de sus discípulos. Sin comprender la intención de Buda, permanecieron sentados mirándolo en silencio. Sólo uno sonrió y a él le fue transmitida la mente zen. El zen es revelación procedente de la resonancia entre los principios de un universo puro y la mente de una vida pura, la lógica no sirve para llegar a la revelación, en su lugar debe usarse la intuición.