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“Con la pandemia, debemos mirar cómo se recupera una sociedad”

Por Hugo Alconada Mon

Publicado en La Nación

El gran historiador irlandés afirma que hay en el pasado ejemplos de resiliencia a veces ocultos que muestran la heroica capacidad humana de consuelo, de superación, de reorganización para salir adelante.

“Deme unos segundos”, dice Peter Brown, mientras su esposa conecta la cámara. Entonces sí, quien para muchos es el mayor historiador vivo en lengua inglesa aparece en la pantalla. A los 85 años, es la encarnación misma de un sabio. O así imagino a los sabios, qué va. Con su espalda algo encorvada, sus pocos pelos al viento, su tono mesurado, su humildad apabullante y hasta un ligerísimo tartamudeo.

Ya no da clases en la Universidad de Princeton, pero Brown sigue viviendo y estudiando allí, a metros del campus. Habla 16 idiomas y ahora estudia etíope antiguo para leer documentos antiguos que le permitan vislumbrar, de primera mano, cómo irrumpió y creció el cristianismo en el cuerno de África, para compararlo luego con su expansión y consolidación en otras regiones, como Europa. “La historia es un anhelo de conocimiento y una adopción constante de nuevas perspectivas”, explica.

A los 36 años, Brown publicó El mundo de la Antigüedad tardía, un libro que cambió para siempre la visión sobre aquellos tiempos, entre los siglos III y VIII de nuestra era, enfatizando las luces de lo que nacía por sobre las sombras de lo que moría. Una premisa que mantiene durante la pandemia. “Ahora debemos mirar no sólo como sufre una sociedad, sino también cómo se recupera”, sugiere.

De sonrisa afable, su rostro se ilumina cuando este cronista le muestra qué está leyendo: el tercero de los cinco libros de Historia de la Guerra del Peloponeso, que Tucídides, padre de la historiografía científica, escribió hace casi 2500 años. Un período anterior al de su especialidad, pero que aun así Brown tomará como referencia durante la entrevista.

Le muestro la obra de Tucídides como excusa o disparador, ya que el ateniense abordó la guerra y la pandemia que asoló a la Antigua Grecia durante muchos años.

—¿Cuáles son las lecciones que podemos aprender del pasado sobre la pandemia?

—Tucídides puede ayudarnos a responder su pregunta. Porque lo que tenemos que hacer es lo que él trató de hacer. Primero, medir su impacto. En su caso, lo hizo con descripciones horrendas sobre la vulnerabilidad de una pequeña sociedad, inconmensurablemente diferente de la nuestra en muchos sentidos, pero golpeada también por una plaga terrible. Y al igual que otros historiadores de otros períodos que presenciaron o estudiaron casos de enfermedades pandémicas, se interesó en la resiliencia de la sociedad. Así es como Tucídides dio un relato horrendo del colapso de su sociedad, aunque no analizó los resortes ocultos de su resistencia. Durante los siguientes dos mil años, no obstante, hemos aprendido a hacer preguntas más amplias, ocupándonos de la historia de civilizaciones enteras. Si a Tucídides le hubieran dicho que un incidente en Wuhan, China, impactó en todos los rincones del mundo, se habría asombrado. Estamos lidiando con horizontes cada vez más amplios y ahora debemos mirar comparativamente no solo cómo sufre una sociedad, sino también cómo se recupera. Ciertamente, como historiador de la Antigüedad tardía, me interesa bastante menos el melodrama del impacto de la peste o la perturbación climática, que buscar los manantiales más ocultos, esas áreas de resiliencia que muestran la heroica capacidad humana de superación, de consuelo, de reorganizarse. Por eso, mi mensaje siempre será leer con atención a Tucídides, tratarlo con el mayor respeto como un analista de su propio tiempo, pero recordar que su misma agudeza, su misma claridad contrasta con la complejidad de nuestros tiempos.

—¿Es optimista con lo que ve por estos días?

—[Sonríe] Una de las pocas cosas que he aprendido como historiador es que los historiadores son muy buenos en el diagnóstico, pero son malos para el pronóstico [risas]. Obviamente todo enfermo quiere saber cuál es su pronóstico y ahí los historiadores deben enfatizar su humildad, en el gran sentido trágico griego de que el ser humano no conoce el futuro. Por eso, siempre tengo cuidado con los pronósticos, más aún cuando muchas personas, al plantear esa pregunta, muy a menudo ya tienen ideas muy rígidas sobre lo que quieren escuchar. Me pasa lo mismo cuando me preguntan sobre cómo se relaciona la historia con el presente. Mi primera respuesta es, siempre, ¿qué presente? Mi presente, a los 80 y en Estados Unidos, no es necesariamente tu presente, a los 40 y en la Argentina. Y eso conlleva una llamada al diálogo, a aclarar lo que pensamos. ¿Creemos realmente que el presente será totalmente desestabilizado por el covid-19, por ejemplo? ¿O creemos que hay menos partidos xenófobos en, digamos, Europa? Por eso, mi primera respuesta a tu pregunta es: ¿percibes tu propio tiempo con precisión? Creo que la agudeza de hoy tiene que distribuirse entre quienes hacen las preguntas y quienes intentan dar respuestas.

—¿Qué deberíamos aprender de la Antigüedad tardía?

—La Antigüedad tardía, como su nombre lo indica, es el mundo antiguo en sus últimos siglos, que siempre se ha visto bajo una sombra de decadencia, del miedo a la inmigración y la mezcla cultural. Pero mi intención siempre ha sido sacarla de esas sombras. Al hacerlo, ganamos un gran respeto por la continuidad humana. Hablamos de mixturas y democracia, en lugar de caída o decadencia. Eso nos permite mostrar respeto por la resiliencia humana, a menudo en circunstancias terriblemente difíciles, en las que no obstante triunfaron. En el caso de la Antigüedad tardía, me concentré por ejemplo en los filósofos de los siglos V y VI que contemplaban cómo el mundo que conocían había cambiado irrevocablemente por el surgimiento del cristianismo, al que miraban con profunda desconfianza y tristeza, pero que aun así resistieron, reafirmando que Platón seguía siendo relevante, que estaba allí como un bien perpetuo que se podría compartir entre paganos y cristianos. Y que incluso si la mayoría del mundo cristiano avanzaba en contra de los principios filosóficos, estos todavía estaban allí. Estos filósofos de la Antigüedad tardía encarnaron un mundo que se elevó por encima de las tensiones de aquel presente, dejándonos su legado.

—En una entrevista reciente con El País de España, usted destacó que “retorcer la historia es aún peor que olvidarla”, y que “lo peligroso son las medias memorias que utilizan los políticos para avivar el resentimiento y los miedos”. ¿Cómo sostener ese concepto de “continuidad humana”, que recién destacó, en tiempos de la “cultura de la cancelación”?

— Como Tucídides en su tiempo, nosotros también sabemos que mucha gente abusa del pasado porque quiere que no suceda. Pero no hay nada más trágico que el hombre cuando ha perdido su memoria. Por eso, el deber del historiador es como el del filósofo. Tucídides era amigo de los filósofos. Nuestro deber es simplemente decir y apoyar la verdad, siempre que sea posible, sin glorificar la cultura de cancelación como si fuera un fenómeno maravilloso, sino como algo, de hecho, profundamente perturbador. No asumir aquello que pueda resultarnos hasta vergonzoso del pasado es un rechazo a estar aquí, a ser adulto, aunque no estemos orgullosos de aquello. Es un signo de inmadurez.

—¿Cuáles son las preguntas que deberíamos habernos hecho hace tiempo, pero que considera que no nos planteamos? ¿Cuáles son las preguntas que deberíamos hacernos ahora?

—[Calla varios segundos] Es una pregunta sumamente pertinente. Los historiadores somos como trabajadores de una mina de carbón que deben sacar el carbón a la superficie. ¿Qué más puedo aprender? ¿Qué más hay ahí? Nosotros tenemos que hacer las preguntas sociales que nos animan a saber más, que abran nuevas puertas, que no las cierren. Debemos pensar, por tanto, en una batalla constante por expandir nuestro campo de estudio y rehuir de la creencia de que lo sabemos todo sobre un tema. Uno de los privilegios de ser historiador es que siempre estamos frente a puertas que con un ligero empujón se abren, aunque muchas veces no lo sepamos. La historia se trata de descubrimientos, de aprendizajes constantes en lenguajes metafóricamente nuevos. Aunque solemos pensar en la historia como algo sólido, como esas filas de libros detrás tuyo [señala la biblioteca detrás de este cronista], no es así. La historia es un anhelo de conocimiento y una adopción constante de nuevas perspectivas, con la mejor fidelidad posible.

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