Jueves 25de Abril de 2024CORRIENTES25°Pronóstico Extendido

Dolar Compra:$853,0

Dolar Venta:$893,0

Jueves 25de Abril de 2024CORRIENTES25°Pronóstico Extendido

Dolar Compra:$853,0

Dolar Venta:$893,0

/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La obsesiva sobreactuación acerca de la igualdad

Un debate apasionante ha tomado un rumbo inexplicable que no solo amenaza con dañar los avances, sino que adicionalmente engendra resistencias totalmente evitables. 

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

El mundo evoluciona a pesar de los eternos pesimistas. La humanidad asume su presente y revisa sus errores para intentar superarse a diario. A veces lo consigue rápidamente en muy pocas décadas y en otras ocasiones le lleva siglos despertarse para recién dar vuelta la página tardíamente.

Esos procesos históricos han acontecido desde siempre. Esta vez la novedad tiene que ver con la velocidad con la que suceden algunos de estos múltiples adelantos que se consolidan progresivamente hasta afirmarse.

Por políticamente incorrecto que suene cabe decir, en primer lugar, que los seres humanos son esencialmente diferentes y orgullosamente distintos. Se debería celebrar esa bendición porque es ella, justamente, la que permite a todos ser únicos e irrepetibles. Esa es la singularidad vital de la especie.

La única igualdad virtuosa es aquella que nos recuerda la paridad frente a la ley impidiendo que algunos establezcan privilegios de casta y que se arroguen una retorcida superioridad utilizando para sí mismos, reglas de juego especiales frente a situaciones cotidianas.

Pese a este planteo, una serie de movimientos cuasipolíticos, con una clara intencionalidad ideológica han venido trabajando fuertemente primero para instalarse y después para apropiarse de causas con las que el sistema de ideas que promueven no tiene ningún tipo de vínculos.

Ellos intentan sacarle el máximo provecho a una vertiente completamente genuina que viene cuestionando la inequidad a la hora de la aplicación de normas denunciando ridículas reglamentaciones e incitando reformas que permitan a las personas disfrutar de los derechos más elementales.

Muchos de estos personajes se han parapetado creando ciertos “colectivos”. Los más astutos han conseguido convertir esa batalla en un enorme negocio económico que les permite recaudar no solo para financiar sus objetivos declarados sino también para diseñar compensaciones nada despreciables.

Han decidido liderar peleas gigantescas con el fin de visibilizar a ciertas minorías usando esa dinámica para reivindicar derechos, pero por momentos, en ese afán épico cometen el pecado de pasarse de la raya transformando todo lo elogiable en una indigna parodia en la que los supuestos beneficiarios son burdamente utilizados de forma canalla.

Es así entonces que aquello que pretendían igualar deriva en una nueva diferencia explícita y al final en vez de promover la diversidad y la inclusión generan nuevas corporaciones favoreciendo una temible estigmatización y fomentando exactamente lo opuesto a lo que originalmente declamaban.

Abundan ejemplos en esta dirección, pero tal vez un caso paradigmático sea el del género. La creación del documento “no binario” se presentó como un intento por validar opciones distintas a las ya tradicionales.

El argumento central es que existen quienes no se sienten representados por las definiciones de masculino o femenino y por lo tanto precisan de una alternativa propia. Es paradójico ya que una vez alcanzada esa “conquista” se crea una clasificación que separa personas llevando a una inexplorada dualidad mucho más artificial aún que sus antecesoras.

En realidad, lo que debería preocuparles y hasta tendrían que denunciar es que una credencial oficial de identidad incluya el género. Es un dato irrelevante en términos de derechos que no aporta nada. El Estado no precisa de esa descripción para nada significativo. Si se intenta ser igual ante la ley, incorporar rangos no tiene utilidad práctica alguna.

Si efectivamente se está luchando por la igualdad y la admisión de las diferencias la tarea no es crear categorías, sino eliminarlas de la vida pública por su intrascendencia como medio eficaz para certificar derechos.

Hay que entender que son los individuos los que tienen derechos y no las características particulares que definen a cada uno. Ser alto, flaco, ciego, judío, homosexual, seguidor de un equipo de fútbol, narigón, celíaco, de izquierda o anciano no implica que se deban registrar esas cuestiones, sobre todo porque no tiene pertinencia ni sentido alguno.

Más allá de los intereses bastante poco transparentes de esos tantos que usufructúan este incomprensible fetiche contemporáneo son demasiados los que han suscripto estas tendencias al punto de fanatizarse y odiar a quienes no suscriben o avalan sus teorías al pie de la letra.

Han desarrollado una suerte de intolerancia manifiesta. Creen que lo que impulsan es tan positivo que eso los habilita a ponerse violentos, agredir a otros y ser despectivos con quienes no aceptan sus posturas.

No han entendido lo más básico de la civilización universal. Ellos han abrazado esas banderas y esa actitud es bienvenida sin embargo sus creencias están sujetas a la misma interpelación que cualquier otra, y es posible que muchos no adhieran a sus visiones por las razones que fueran.

Habrá que aprender a convivir, a aceptar que el reconocimiento de los derechos es paulatino y solo consigue ser eficiente cuando es el producto de un proceso social voluntario que deriva en la aprobación general de esa óptica.

Las posiciones autoritarias no ayudan y hasta es probable que produzcan reacciones negativas que impidan mejoras relativas, o al menos las terminan haciendo más lentas solo porque la estrategia seleccionada no es la adecuada para lograr la meta.

Si verdaderamente se cree en la igualdad ante la ley, la más legítima, esa que pone a todos los individuos en el mismo escalón, tal vez sea esta la oportunidad de revisar si el camino elegido no es torpe y si esa obsesión en vez de sumar solo genera distorsiones inaceptables que colocan a ciertos grupos haciéndolos más vulnerables y por lo tanto perjudicándolo.

¿Te gustó la nota?

Ocurrió un error