La diferencia de la filosofía y de las ciencias, que versan sobre las causas, la magia predica verdades, sin recurrir a los principios de la lógica, ni de la física, para explicar sus conclusiones. De antigua raíz indoeuropea, “magh” se asocia a la capacidad para crear ilusiones, irrealidades, engaños, trucos y hechicerías. En 2015, Cristina Kirchner acuñó su memorable frase “no fue magia”, para explicar -aunque ella no lo dijo así- que fue la soja y no una ilusión, truco o hechicería, lo que financió el exponencial aumento del gasto durante su gestión. A niveles que nadie pudo luego reducir.
En la actual crisis argentina, el gobierno de Alberto Fernández ha sido incapaz de estructurar un discurso unívoco, que convoque a poner a la Argentina de pie, tras un programa que ordene las cuentas y atraiga inversiones. Solo relato, peroratas monocordes, listando culpas ajenas y con la vista clavada hacia atrás, mientras el país cae en tirabuzón.
Las distintas áreas del Gobierno se encuentran parceladas entre sectores del heterogéneo Frente de Todos, cuyo objetivo es consolidar el poder de sus distintas facciones, a través del control de “cajas” discrecionales que permitan la irracional gestión de recursos públicos a los que nos tienen acostumbrados. Todo es militancia, promesas, chicanas, tribunas y estadios.
En una experiencia con pocos antecedentes mundiales, se prefiere recurrir a supuestos “magos de la pobreza” y a ahuyentar a quienes saben cómo crear genuina riqueza. A diferencia de 2015, esta vez sí podemos afirmar que “es magia”, pero en sentido inverso. Los magos de 2022, en lugar de transformar en oro los metales de baja ley, convierten en pobres a los sectores medios y en indigentes a los pobres, humillándolos con bolsones, tarjetas y comedores. No saben, o simulan ignorar, que de la pobreza se sale hacia arriba y no hacia abajo. No con controles de precios, cepos o ayudas puntuales, sino aumentando el poder de compra del salario, para que precios y tarifas sean alcanzables con la normal retribución del trabajo, como en nuestros países vecinos. No incrementando salarios nominales ni con planes sociales, sino fortaleciendo el valor del peso.
Cada mes aumenta la inflación. Y cada mes, por ese aumento de precios, son más las personas que no pueden cubrir con sus ingresos lo que necesitan para una subsistencia apenas digna. Sus billetes para pagar el changuito nunca alcanzan y son ellos las mayores víctimas del impuesto inflacionario. Los “magos de la pobreza”, expertos en mover fichas en el tablero de cargos de organismos y municipios solo conciben alternativas inconexas, que implican más emisión y mayor penuria para quienes no pueden protegerse de la escalada inflacionaria.
No hay medida que los “magos” propongan que no implique mayor inflación o desaliento a la inversión. El déficit fiscal, originado en desajustes económicos, fuerza a multiplicar los subsidios sociales, para paliar sus propias consecuencias. El congelamiento tarifario diseñado por Julio de Vido se ha convertido en una bola de nieve de difícil solución y de incierta segmentación, además de dejar a muchísimas familias a oscuras, en plenas fiestas. Los aportes a las empresas públicas, como Aysa (Malena Galmarini); Aerolíneas Argentinas (La Cámpora); Correo Argentino (La Cámpora); Ieasa, ex Enarsa (importaciones de GNL, también La Cámpora); Cammesa (subsidios eléctricos, La Cámpora); Yacimientos Carboníferos Río Turbio; Radio y Televisión Argentina, entre otras, insumen al Tesoro unos 16 mil millones de dólares por año.
En lugar de reducir esos gastos, los nuevos “magos” inventan programas para paliar la misma miseria que esos déficits provocan, mediante programas de nombres ingeniosos y nefastos resultados, pues se basan en mayor emisión monetaria.
“No fue magia”. Eso debería decir el dirigente que tenga la capacidad, el talento y el apoyo político para cambiar el rumbo actual de la Argentina, sobre bases genuinas. Basta de medidas casuísticas y de remiendos que atizan la inflación. Tener que culpar al FMI para justificar políticamente un programa de ajuste es otra solución perversa. Optar por ese camino de pseudoimposiciones foráneas luce atractivo para el discurso populista, pero implicará que el Gobierno cargue con todo un costo social que más le valdría aprovechar como generador de confianza en pos del ingreso de capitales, nuevas inversiones, generación de empleo genuino y fortalecimiento de la moneda. Y si caemos en “default” por creer en la magia, ningún rey mago vendrá en nuestra ayuda.