Por Jorge Eduardo Simonetti
jorgesimonetti.com
Especial para El Litoral
“Sonriente, Moshen Rezai se acercó a Daniel Ortega y le estrechó la mano. Segundos después, el funcionario iraní posaba junto al venezolano Nicolás Maduro y el cubano Miguel Díaz Canel. El embajador argentino en Managua, Daniel Capitanich, asistía a la escena a pocos pasos”.
Clarín, 12 de enero de 2022
Moshen Rezaee, Moshen Rezaei, o Moshen Rezai, tal como se lo conoce en Argentina, es el jerarca iraní que estuvo días pasados en la reasunción como presidente de Nicaragua del dictador Daniel Ortega. Pende sobre él una alerta roja de Interpol a pedido de la justicia argentina, que lo acusa de ser uno de los autores intelectuales de la voladura de la Amia en 1994, que dejó un saldo de 85 muertos y más de 300 heridos.
Actualmente es vicepresidente de Asuntos Económicos de la República Islámica de Irán. En los tiempos del sangriento atentado, Rezai era comandante de la Guardia Revolucionaria y participó en la reunión de 1993 en la que la inteligencia iraní planificó la masacre.
Lo dije siempre, la causa de encubrimiento por la firma del Memorandum de Entendimiento con Irán es la de mayor volumen y gravedad delictual que todas las otras que involucran al kirchnerismo, incluyendo el magnicidio del fiscal Nisman. Ni las montañas de dinero sustraídas del erario, ni las licitaciones arregladas, ni los hoteles y posadas puestas bajo la lupa, ni los transportes de bolsas de billetes en aviones oficiales, ni los cuadernos de la corrupción, superan en gravedad al encubrimiento del atentado terrorista más tremendo en la historia nacional.
El escándalo judicial del sobreseimiento de todos los acusados de encubrimiento por la firma del Pacto con Irán hace poco tiempo, utilizando un procedimiento inexistente en la ley procesal para evitar el juicio oral y público, es el dato contundente de la Argentina fáctica, cuya justicia “inventa” un trámite VIP para poderosos.
A 27 años del atentado terrorista más terrible, todo está en fojas cero.
Hay más, y lo seguirá habiendo en la medida que el maridaje carnal del gobierno argentino con las autocracias más retrógradas y represoras del planeta, en especial las del subcontinente como Cuba, Venezuela y Nicaragua, siga marcando el rumbo de una política exterior improvisada y equivocada.
Pero esta vez fueron demasiado lejos, sobre todo por el significado simbólico de la presencia del embajador argentino en la quinta asunción consecutiva del dictador Ortega y segunda de su mujer, Rosario Murillo, como vicepresidenta.
En primer término, el ignoto Capitanich (hermano del Coqui) no vale por sí mismo sino por ser el embajador argentino en Managua. Su presencia en el acto no hace sino ratificar que el kirchnerismo gobernante apoya a un régimen que masacró a 355 personas en las protestas de 2018, que encarcela y tortura a sus opositores, que se halla fraudulentamente en el poder, que manipula las elecciones, que en los últimos comicios encarceló a todos los opositores que, obviamente, no pudieron competir.
Esa caricatura democrática, esa dictadura perversa, está aislada internacionalmente, es solo apoyada por los pocos países en los que se sustenta sentimentalmente el gobierno kirchnerista, precisamente aquellos donde los gobernantes se perpetúan en el poder a través de la persecución política y el fraude. Rusia, China, la teocracia iraní, Cuba, Venezuela y, por supuesto, la Argentina pendular.
El presidente Fernández, la vicepresidenta Cristina Kirchner, el canciller Cafiero, a través de Capitanich, estuvieron codo a codo con el autor intelectual de la muerte de 85 argentinos. Esto no lo demuestra solo la presencia física del embajador argentino sino la simpatía del régimen cristinista con la teocracia iraní, desde siempre.
Pero, para exhibir una coherencia en el tradicional comportamiento de Fernández y compañía, la duplicidad volvió a hacerse presente. Estuvimos al lado del delincuente Rezai a través de nuestro representante oficial en Nicaragua, mostrando solidaridad con nuestros aliados estratégicos, pero acto siguiente nos encargamos de repudiarlo a través de un tibio comunicado de la cancillería argentina.
Esta vez fueron muy lejos, aunque ya nada sorprende a esta altura. La conducta pendular de la que hace gala el gobierno albertista en todas las áreas, invadió el sagrado terreno de los sentimientos más profundos de la sociedad argentina.
No se puede, no se debe, no es concebible, haber estado oficialmente al lado del cobarde asesino de muchos argentinos, con pedido de captura internacional, para luego creer que se lavan las culpas con un tibio comunicado diplomático.
Y no es la primera vez que sucede. En honor a la verdad, lo propio ocurrió con el hoy ministro del Interior de Irán Ahmad Vahidi, también requerido por la justicia argentina y con alerta roja de Interpol, que en 2011 visitó Bolivia y Venezuela, sin que el gobierno de Cristina Kirchner moviera un dedo ni dijera nada sobre ello. Nobleza obliga, Néstor Kirchner jamás quiso negociar con Irán, y fue el que designó al fiscal Nisman.
Macri no está exento del accionar omisivo. Su gobierno reaccionó tarde cuando el excanciller iraní Alí Akbar Velayati, también acusado por la voladura de la Amia, estuviera en Rusia reunido con Putin, aunque en descargo hay que decir que no pesaba sobre el mismo la alerta roja de Interpol.
En contraste, el entonces embajador en Bogotá, el radical Marcelo Stubrin, alertó en 2018 a las autoridades de Colombia del arribo a ese país del clérigo Moshen Rabbani, con alerta roja de Interpol, y el iraní debió abortar el viaje.
Según fuentes de la Cancillería, Capitanich no actuó porque desconocía la presencia de Rezai en Nicaragua, y se enteró por la noticia de Infobae. Sin embargo, este medio periodístico aclaró que luego de la publicación, el criminal iraní continuaba en Managua, por lo que la excusa se da de frente con la realidad: miraron para otro lado.
La duplicidad del cristinismo resulta casi vomitiva. Vahidi y Rezai se mueven sin problemas por países amigos del gobierno, como Nicaragua, Venezuela, Bolivia e incluso Rusia. Está claro, entonces, que la Argentina de Cristina ha hecho la opción moral más escandalosa y repudiable: los “amigos” (aunque sean asesinos) de las autocracias más retrógradas están por encima de los 85 muertos y más de 300 heridos, y sus familias.
No extraña entonces que nuestro país pierda aceleradamente peso específico, si alguna vez lo tuvo en los últimos tiempos, en el contexto mundial, ni siquiera importamos demasiado en las actividades de Interpol, llamativamente pasiva sobre la cuestión Amia.
Hay que decir, además, que Irán es un país estratégico a nivel político y petrolero en el juego de las potencias, por lo que la escasa relevancia internacional de la Argentina es un impedimento más para llevar a los acusados ante la justicia de nuestro país. Por ahora, y no sé si definitivamente, ganan los malos, los que idearon, organizaron y ejecutaron la masacre más grande en la historia nacional.
Amia, impunidad por 27 años. Todos revueltos: asesinos y gobernantes de doble moral.