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Año 22: convivirus

Por El Litoral

Domingo, 02 de enero de 2022 a las 02:07

Por Emilio Zola
Especial Para El Litoral

Era de esperar. En el fin del segundo año de pandemia, el virus volvió a golpear con todas sus fuerzas y elevó los contagios a los picos que hasta hace algunos meses representaban hospitales saturados y mortandades estremecedoras. Sin embargo, este 2022 que comenzamos a transitar con la incertidumbre consabida de un país no apto para impresionables, llega con datos de letalidad abismalmente inferiores a los dolorosos números que infligió la pandemia en sus dos primeras oleadas.
¿Por qué? La vacunación, en una campaña que al principio fue intensa, luego se aletargó y volvió a acelerarse en los últimos tiempos, es sin dudas el factor clave en esta tercera ola que mete miedo en las cifras generales, pero tranquiliza con estadísticas que muestran un desacople entre los casos positivos por las nubes, los internados por el suelo y los fallecidos por el subsuelo.
Si en 2020 perdió la vida el 2.8 por ciento de los infectados, en 2021 ese número descendió al 1.4 por ciento gracias a los sueros inmunizantes que llegaron a la Argentina, en mayor o menor ritmo- en las cantidades necesarias para que hoy, 2 de enero, más del 84 por ciento de la población nacional se encuentre protegido por al menos una dosis y más del 72 por ciento cuente con dos, mientras crece hora tras hora el número de inoculados con el tercer componente de un plan de vacunación que en Corrientes adquirió un ritmo sobresaliente, con personal sanitario idóneo, agilidad y buen trato.
En estas condiciones, el año nuevo da sus primeros pasos con la sensación de que, en materia sanitaria al menos, todo lo que venga será mejor. Si bien la transmisión viral se aceleró con una vertiginosidad exponencial, mientras la curva de positivos se eleva, la de internados graves se mantiene en los niveles promedio del año pasado, con una mortalidad en descenso que sin dudas se atribuye a la eficacia de las vacunas.
Sputnik, Moderna, Sinopharm, Pfizer o AstraZeneca, entre otras, no han sido diseñadas para impedir la diseminación del Sars-Cov-2, sino para mitigar sus efectos hasta convertirlo (en la mayoría de los casos) en lo más parecido a una gripe común. En especial desde que la variante Ómicron comenzó su expansión, ya que según las primeras investigaciones se trata de una cepa que anida en las vías respiratorias superiores, mucosas y fauces, sin descender a los alveolos pulmonares.
En este escenario, fuentes calificadas del Gobierno provincial han revelado a este cronista que el criterio para la nueva fase pandémica no será el de cerrar actividades o restringir eventos (a menos que los números futuros indiquen la necesidad de tales medidas), sino de apelar a la responsabilidad ciudadana en dos aspectos: que todos los que estén en condiciones de recibir las segundas y terceras dosis lo hagan, y que en las reuniones sociales se cuide a los más vulnerables, ya que las personas con enfermedades prevalentes o inmunodeprimidas podrían sufrir cuadros graves a pesar de los nuevos paradigmas pandémicos.
La gran fortaleza de Corrientes sigue siendo el hospital de campaña, un centro especializado en covid único en el país que concentró la atención de contagiados en todos los estadíos de la enfermedad, lo que permitió contener a los casos más graves y salvar vidas que de otra forma, tal lo ocurrido en otras provincias, se hubieran perdido por factores evitables como la demora en el diagnóstico o la falta de experiencia de los planteles de centros asistenciales dedicados a la medicina generalista
El “campaña”, como se popularizó entre la gente, está equipado con unas 1.100 camas de las cuales 320 son de terapia intensiva y cuenta con lo más importante: recurso humano entrenado para recibir a los pacientes con la pericia que emana de las horas de vuelo “ganadas” en los tiempos más trágicos del devastador ataque que significó la irrupción del microorganismo surgido en Wuhan a fines de 2019.
¿Por qué sigue siendo estratégico el nodo anticovid de la avenida Ferré? Porque aunque las nuevas cepas resulten menos agresivas, las internaciones tenderán a incrementarse en la medida que los casos de coronavirus suban hasta alcanzar niveles estratosféricos, algo que podría suceder en el mediano plazo en razón de que no hay espíritu ni político, ni social, ni económico para una cuarentena. Para darse cuenta basta con reproducir el siguiente diálogo registrado en la fila de un supermercado, en la hora pico de un 31 de diciembre, en medio de un tumulto consumista al que bien podríamos catalogar como un auténtico maremágnum covidiano: “¿Y el virus se tomó feriado hoy o le perdimos el miedo?”, preguntó un ensardinado cliente a quien lo precedía, un señor de setenta y muchos con dos Alma Mora en el canasto. “Ya tengo las tres dosis, a mí no me encierran más”, respondió el caballero, eso sí, con el barbijo correctamente colocado.
De allí el acierto correntino de no haber desguarnecido su principal herramienta de combate contra el protozoo que hace dos años se erigió en el mayor enemigo de la humanidad, pues de esa forma el Gobierno provincial proporciona con artillería propia un reaseguro extra frente los indicadores globales que predicen la universalización de contagios sobre la base de una máxima científica recientemente expresada por el director del laboratorio de la Universidad Hebrea, Zvika Granot: “Los virus muy agresivos no son muy contagiosos y los virus muy contagiosos no son muy agresivos”. 
Según los especialistas, el mundo se encamina hacia un nuevo contexto de convivencia con el virus en el cual buena parte de sus habitantes terminará contagiada, pero afectada por manifestaciones moderadas de cuadros respiratorios superficiales. Esto es, sin el impacto catastrófico que hace un año y medio presagiaban las más imbricadas teorías apocalípticas. 
“Mucha gente va a contraer coronavirus, pero tendrán mocos y tal vez fiebre por un par de días. Luego seguirán con su vida normal. Cuando empecemos a ver este tipo de casos en los cuales la gran mayoría se infecta y supera el cuadro, estaremos en una situación de inmunidad grupal y posiblemente esa sea la luz al final del túnel”, detalló Granot en una publicación de la agencia de noticias Europa Press.
El problema siguen siendo los colectivos antivacunas. Bolsones poblacionales sin peso numérico en términos absolutos, pero al fin de cuentas minorías de alta peligrosidad porque al negarse a la inmunización se predisponen a contraer enfermedades que de otra forma tenderían a la desaparición.
Sucedió con el sarampión, la rubeola y la varicela, cuyos regresos han sido estentóreos en Europa como consecuencia de los movimientos negacionistas que multiplican por internet todo tipo de información errónea sobre el impacto de las vacunas.
Sobre ellas deberán avanzar los organismos de contralor, sino a través de la declaración de obligatoriedad de la inmunización, mediante instrumentos que funcionen como filtros sociales como es el caso del pase sanitario que empezó a regir desde ayer, 1 de enero, a través de la aplicación Cuidar.
Quizás un antivacuna pueda alegar el derecho de ejercer su libre albedrío, pero frente al riesgo que impone su actitud individualista, el resto de la sociedad tendrá derecho a prevenirse cerrándole puertas a las actividades grupales, turísticas, estudiantiles e incluso laborales. 
Quien rechaza la vacunación incurre en el más indolente egocentrismo. Por un lado se beneficia con la inmunidad del conjunto que sí accedió a ser inoculado, con lo cual asume una apuesta relativamente menor para sí mismo; pero por otro, genera un peligro potencialmente mortal para los vacunados vulnerables que por padecer dolencias previas pueden enfermar severamente en contacto con un supercontagiador que ande vagando por el mundo sin haber aceptado el antídoto contra el covid-19.

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