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Adversidad

Domingo, 04 de diciembre de 2022 a las 01:00

Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral

Ese pozo donde todos caemos alguna vez. Ese bache que peligra el tránsito. El estado de desazón, que marca un antes y un después. 
Las decepciones en la vida de las personas y los pueblos son una constante, de las cuales recapacitamos, o seguimos en la misma y nos hundimos.
La adversidad marca. Castiga. Anuncia. Establece un desenlace. Nos dice a gritos, nos recuerda duramente que ella no viene sola. Que hay algo más, que somos nosotros con nosotros mismos, debatiéndonos, o entregándonos a la inacción que nada construye. Sin sueños. Sin nada.
Dicen que en los duros momentos cuando ella aflora igualmente debe de ser la fuerza oponente, con intensidad y predisposición. Reacción que responde con todas sus fuerzas, que hace se persevere y se ponga en movimiento la resiliencia, esa actitud titánica.
Lo mismo que la selección argentina que, estando en el pozo, se encontró con esa fuerza opuesta que hace milagros. Uno, se pregunta si somos tan capaces de increíbles récords, cómo estando en la llama nos quedamos de brazos cruzados.
Alguien por allí dijo y no sin razón: “Todos enloquecidos por el Mundial de Qatar, pero nadie hace nada por el país, que se nos escapa como arena entre los dedos”. Nos quejamos, pero hay que hacer cola para poder sentarnos a la mesa y pedir el menú. Programamos vacaciones a todo el país y el extranjero, como si nada estuviera ocurriendo hace tres años. Un país en crisis consciente de ello se ajusta los cinturones, prevé y trata de combatir la prometida lucha contra la inflación, adopta la austeridad como forma de vida, aunque muchos menos, los que están por arriba, no se privan de nada. Al déficit no se lo combate empapelando el país con dinero desvalido, ni con fiestas, ni con cotillón, como si nada ocurriera. Es que los argentinos ante las crisis se autoengañan siempre, viviendo una realidad mentirosa, gastando más de la cuenta para “tener”, aparentando lo que no se tiene. Hoy, que cuando se cobra hay que ir con una carretilla, porque el dinero abulta tanto pero no vale lo que pesa. 
Otros países se preocupan, condenan, critican y ven la manera de contribuir para subsanar, cuando quienes están para eso han pasado tres años discutiendo entre ellos, y nada de la inflación cuando hoy ya es una endemia asumida.
Solo les preocupa: la inmunidad, la impunidad, los fueros y la encuesta de última hora. Uno observa países vecinos y recuerda algunas palabras notables cuando asumió en Uruguay el presidente José Alberto Mujica, el querido Pepe Mujica, y realmente queda admirado por el alto sentido democrático. Dijo entre otras cosas: “Apenas hemos elegido un gobierno, que no es dueño de la verdad y que precisa de todos los uruguayos. Mi reconocimiento al doctor Lacalle, (su adversario político en ese momento) y si en algún momento mi temperamento de combatiente hizo llegar la lengua demasiado lejos, le pido que me perdone. Desde mañana, andaremos juntos”. Más adelante sigue sorprendiéndonos: “Ni vencedores ni vencidos. Que los opositores y quienes nos votaron son nuestros hermanos de sangre”. Acá, la oposición es el equivalente al “opositor que conspira”, el “culpable” de todo, por más que ellos gobiernen. Prosigue su lección republicana, diciendo: “Vamos a negociar todo con la oposición y todos los sectores, negociar, negociar y negociar”. Tomando otra parte de su brillante alocución de asunción: “Pienso escuchar, en primer término, a aquellos que no concuerden con nosotros porque sus razones tienen y son una parte de la realidad”.
El final es emocionante por su grandeza, y a la vez comprobar que remedo somos ante las verdades de Mujica, que toca un tema esencial, hoy, cuando tantos se han enriquecido con el sistema: “Un gobierno honrado es un país de primera.”
Le agregamos para mayor contundencia, y por si alguien aún no se dio por enterado de que la adversidad en el límite suele generar principios esperanzadores. Suelo alentar haciendo referencia a una virtud no fortalecida el regreso a un país que alguna vez supimos ser: DECENTE. Decentes en todo el sentido de la acepción, en la transparencia, en la actitud no velada, sino de cara al pueblo. 
Es cierto que tanto nos apasiona el fútbol, pero cuando está por encima de los reales intereses de un país en bancarrota, donde los principios perdieron plafond, creo que se equivocan las prioridades. 
Ernesto Sábato no era un hombre fatalista sino realista por la sinceridad de sus palabras, pero no se pueden negar las verdades de ellas. En una de sus obras máximas: Sobre héroes y tumbas, él nos recuerda la urgencia del tanto para poder ganar más allá del juego: “Y a la final, pibe, se diga lo que se diga, lo que se persigue en el fútbol es el cepillar. Y te advierto que yo soy de los que piensan que mi juego espectacular es algo que llena el corazón y que la hinchada agradece, ¡qué joder..! ¡Pero el mundo es así y a la final es cuestión de goles..!”
Es cierto, “goles son amores”. Pero el bienestar de un país no se desvela en una cancha, sino en el consenso serio, responsable de gente ejecutiva, con la participación de todos, no por ser “odiadores” dejan de tener razón, cuando el naufragio se aproxima. 
Es cierto, se necesita hacer goles. Tantos que sumen virtudes. Pero primero está la estabilidad de un pueblo, no una barra brava, fuerza y fiesta pasajera. Significa dejar la politiquería barata, ser ejecutivos, expeditivos, trabajar en serio, de palabra y orden, sin discursos ni relatos.
Por eso es bueno terminar con “el tirón de orejas” que a las clases dirigentes formulara con acierto el Dr. René Favaloro, en su libro Recuerdos de un médico rural: “Todos somos responsables, pero si hubiera que repartir responsabilidades las mayores caerían sobre las clases dirigentes. ¡Si resurgiera San Martín caparía a lo paisano varias generaciones de mandantes!”.

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