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Fuego en Corrientes, el fuego perfecto

Por Fernando Laprovitta.

Por El Litoral

Miércoles, 09 de marzo de 2022 a las 16:58

Cómo cuesta hacer letra de sensaciones raras y encontradas. De verdad cuesta mucho. La objetividad se desvanece ante cualquier intento por racionalizar los sucesos. La distancia para el análisis de los acontecimientos cual hecho social -disruptivo al tiempo que catastrófico- sería fundamental para lograr objetividad. Es difícil ser sujeto a la vez que objeto. Amén de ello, creo posible la generación de algunas reflexiones de corte deterministas, que de alguna manera, permitirían interpretar los sucesos que hoy se viven en Corrientes. El enfoque de tales reflexiones está procurado en base a algunos elementos vinculados a la noción de riesgo y vulnerabilidades sociales evidenciadas en Corrientes como efecto del uso y manejo del fuego como herramienta incorporada a los modos de producción (agrícola-ganaderos) y manejo de ambientes naturales (conservación de la naturaleza). Asimismo, discurren sobre las políticas públicas, las deficiencias en materia de planificación participativa, los aspectos culturales asociados y los nuevos enfoques productivos sobre el territorio.

Ciertamente, la situación amerita ser abordada desde la hiper complejidad que la caracteriza pero vale iniciarla desde una pregunta que empuja, cual cascada, una lluvia de inquietudes. ¿Por qué el uso del fuego está tan arraigado en el campo correntino? Para responder, apelo a la síntesis de Antonio (Ex-mariscador del Yvera, habitante del norte correntino y ganadero de subsistencia. Comunicación personal. 23/12/2021). Su respuesta fue contundente: ¡Por la seca y así los animales en unos días pueden tener para su pasto tierno! Antonio no desconoce la reproducción de los ciclos biogeoquímicos y de sus elementos. Su decisión de quemar está asociada a la reproducción de dichos ciclos. Sabe que si quema y no llueve, el pastizal tardará más en ser productivo para su ganado. Porque entiende que hasta la misma humedad del ambiente, incluyendo al rocío nocturno, contribuyen a la renovación de pasturas. Asume riesgos al hacerlo, lo que implica un ejercicio racional. En definitiva, al quemar, está reproduciendo una técnica de manejo del suelo, un modo de producción sostenido en la simbiosis cultura-naturaleza en la que vive. De allí, entonces, que el fuego esté asociado a los modos de producción de la vida material, de la cultura misma. Es consciente del riesgo que representa en circunstancias de sequías que no saben de los tecnicismos de las predicciones en idioma extranjero. Pero al no manejar adecuadamente las incertidumbres que traen consigo los fenómenos asociados al cambio climático se convierte en presa de sus vulnerabilidades. La misma situación de Antonio se replica en la mayor parte del arco ganadero. Desde el productor más chico al más grande. Las excepciones están dadas por el manejo de la producción vegetal mediante la regulación de la carga animal y los estados de alertas tempranas sobre los que pudieran hacerse eco

Tal como expresa Anthony Giddens (1993) en su teoría social del riesgo: "la fiabilidad de sus prácticas derivan de su propia fe" (p.42) y no de los riesgos acrecentados por el cambio climático y los cambios en el uso del suelo. Fe en sus prácticas que por siglos reportan resultados y en sus creencias que sirven a modo de manto protector ante las inclemencias de la coyuntura. Así podemos entender que la percepción del riesgo es un proceso social y, en sí misma, una construcción cultural y no un problema cultural tal como ligeramente se afirma en estos tiempos. De modo que lejos estamos de considerar a las prácticas incendiarias como problemas culturales. Lo que acontece es producto del desfasaje entre las condiciones meteorológicas como emergencia del cambio climático, el cambio del uso del suelo y el mantenimiento -en condiciones de sequía extrema- de prácticas productivas asociadas al ciclo anual de los elementos climáticos en condiciones "normales".

El uso del fuego como herramienta de trabajo, en general, está incorporado al manejo de los campos ganaderos de la región y no solo en Corrientes. Hacen más de doscientos años, el naturalista francés Alcide D´Orbigny apuntaba con sorpresa mayúscula la utilización de este elemento para la renovación de las pasturas en la zona (para propiciar las vaquerías) destacando la imposibilidad de manejarlo o detenerlo y sus consecuencias en la modificación de los paisajes. En los últimos cuarenta años, se incorporaron otras variables al paisaje, motivados por cambios en los patrones del uso del suelo. La notable expansión forestal y la consagración de una importante porción del territorio a categorías estrictas de conservación, aumentaron los riesgos consecuentes del fuego. Claramente, son sectores que operan desde lógicas diferentes con respecto al fuego. El sector forestal a través de dispositivos que conlleven al manejo de los riesgos y reducción de incertidumbres. El sector de la conservación (que incluye al sector público) a través de la utilización del fuego -bajo estrictos protocolos- como herramienta de manejo de los paisajes conservados. Es decir: son distintas las lógicas que operan en el uso y manejo del suelo por lo que el tratamiento del riesgo al que conlleva su aplicación como herramienta se complejiza aún más. Y desde esa complejidad -se insiste- propia de los problemas ambientales debería ser abordado.

Fuego, catástrofe y riesgo
La teoría social del riesgo es una expresión de los nuevos estilos de actividad científica. Busca dar respuesta a los principales desafíos del presente moderno asociados a la incertidumbre derivadas de los problemas de riesgo ambiental global y la inequidad social. En efecto, los pilares teóricos asociados al riesgo y a la construcción social del mismo, reemplazan a la naturalización de las catástrofes determinadas por la fortuna, el azar o un castigo divino. Esta superación resulta posible a partir de reconocer a los sistemas naturales desde su complejidad y dinamismo amparados en los cambios y transformaciones ligadas a las presiones antrópicas. En consecuencia, obliga a tomar decisiones políticas en el seno de la incertidumbre científica, caracterizada por la impredictibilidad, el control incompleto y la pluralidad de lógicas o perspectivas legítimas. A su vez, el carácter inter y multidisciplinario de esta forma de abordaje de la realidad permite la interpretación transdisciplinaria (conocimientos nuevos que llegan desde la integración disciplinar) de la construcción social del riesgo. Desde luego, estos aspectos incluyen la incertidumbre, las políticas públicas, los patrones culturales y sociales, que permiten "ir más allá" de las explicaciones monodisciplinarias (provenientes de un solo campo de estudio) como también para echar luz sobre las especulaciones. Ciertamente, desde esta integración resulta factible establecer escenarios futuros/prospectivos para manejar la incertidumbre a la cual nos expone el cambio climático y el cambio del uso del suelo y las nuevas economías en lo local.

La construcción social del riesgo asociado al fuego en Corrientes está emparentado con su particular dinamismo social, los sistemas de creencias, la estructuración de vínculos y relaciones con el pasado, conjugado a la vez, con las vulnerabilidades socioeconómicas. Desde luego que esas cosmovisiones no incluyen a las catástrofes derivadas del fuego porque la fiabilidad de la práctica solo incluye el riesgo percibido. Es más, no hay evidencias que puedan extraerse desde la memoria colectiva de incendios de estas proporciones y a semejante escala como tampoco -al momento- emergen desde el saber experto. No así, por ejemplo, con otro tipo de catástrofes como lo son las inundaciones extraordinarias de los ríos de la región con la cual es válido emparentarla. Pues claro. Los efectos del cambio climático y el cambio del uso del suelo son relativamente recientes y operan alterando las reglas de la relación cultura-naturaleza. En tal sentido, hay que recordar que el cambio climático es un fenómeno de escala global pero con manifestaciones específicas a escala local. La sequía extrema es claramente un indicador de aquel cambio.

El tránsito por el valle de los lamentos no puede detenerse en la idea de considerar este tipo de sucesos como una eventualidad. Es indispensable para interpretarlos en su ocurrencia, considerar a los elementos conceptuales y componentes empíricos que conforman esa suerte de tablero de control del riesgo, los que a su vez, están atravesados por un conjunto de variables e indicadores específicos. Entre ellos destacamos a la peligrosidad dada por la carga de fuego potenciada por los niveles alarmantes de sequía, entendida a esta como la ausencia de humedad suficiente en el ambiente que permita el sostenimiento de las comunidades bióticas. La vastedad vegetal seca en su máxima expresión, se convierte en una bomba de tiempo dispuesta a activarse ante el más mínimo incentivo como una chispa. Otro elemento clave es la vulnerabilidad entendida como las condiciones sociales previas que presenta una comunidad determinada para sufrir o evitar un daño determinado. Son los niveles de exposición al peligro alentados por factores de orden económicos y sociales que la potencien. En este caso, no están dados por el uso y manipulación del fuego sino más bien por las debilidades organizacionales, de equipamiento y materiales, al igual que condiciones ambientales de los entornos sociales de las personas humanas y no humanas.

La exposición también constituye una dimensión importante. Emana de la carencia de ordenamiento e intervención dialógica a escala territorial y de las debilidades para la adecuación hacia la sustentabilidad de las prácticas sociales y productivas implicadas en el intercambio cultura-naturaleza. Se insiste en que no es el fuego la amenaza per se pues forma parte de los elementos de la naturaleza y es y ha sido utilizado como herramienta de manejo para la producción de servicios ecosistémicos. La amenaza constante está dada en el uso del fuego como herramienta ante circunstancias ambientalmente inviables. La exposición es directamente proporcional a la disponibilidad de medios adecuados para el control del fuego y de las condiciones ambientales para su manejo.

Finalmente incluimos dentro de este conjunto de elementos a considerar a la incertidumbre. El IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) refiere a esta como las situaciones donde los datos adecuados pueden estar fragmentados o no disponibles, es decir, hechos inciertos que demandan decisiones urgentes en base factores y variables desconocidas o poco conocidas. Deviene de la incapacidad para cuantificar el riesgo, el cual puede determinarse a partir de teorías bien establecidas con datos fiables y completos. Claramente, los incendios correntinos pueden interpretarse como una consecuencia de la falta de un adecuado y oportuno abordaje de la problemática asociada al cambio climático y de la producción política para el tratamiento de los riesgos. Para esto es fundamental el liderazgo y protagonismo del estado nacional a través del Programa Nacional de Prevención y Reducción del Riesgo de Desastres y su multiplicación en las provincias como también la necesidad de revisar los sistemas comunicacionales y jurídicos relativos a la efectividad en la manipulación de las alertas tempranas.

Ciertamente, cuando las condiciones ambientales son susceptibles de desnudar las debilidades políticas en la atención de cada uno de los elementos señalados, al sucederse algún acontecimiento natural de magnitudes cómo esta sequía, la catástrofe quedará asegurada. Como en un tablero de control, cuando se encienden todas las alarmas y no se presta la debida atención. La naturaleza siempre anuncia. Está en nosotros saber interpretarla. Por eso mismo es que no hablamos de catástrofes naturales, pues la naturaleza da sobradas muestras de lo que podría acontecer ante determinadas condiciones. Somos nosotros quienes estamos anestesiados ante sus anuncios siempre evidentes. Por eso es que no alcanza con detenerse en la causa (natural) y el efecto (social) de la catástrofe. La teoría social del riesgo se constituye en un recurso político en base a la participación pública y adaptación que a la vez se sostiene en producciones científicas transdiciplinarias. Es una expresión de lo que Silvio Funtowicz y Jerome Ravetz (1993) dieron en llamar ciencia pos-normal, la cual emerge cuando los hechos son inciertos, hay valores en disputa, las apuestas son muy altas y las decisiones urgentes. Su sentido se acrecienta cuando queda a la vista la imposibilidad de domesticar a la incertidumbre.

Vulnerabilidad social, justicia ambiental y riesgos de desastres
En la línea de los postulados de la justicia ambiental considero que la vulnerabilidad social es el grado de susceptibilidad que poseen los grupos humanos ante afectaciones provocadas por eventos naturales o tecnológicos, como producto de un complejo entramado de aspectos ambientales, políticos, económicos, sociales y culturales que acentúan y reproducen las inequidades y terminan por configurar escenarios ideales para tales contingencias o bien de acelerar los procesos de vulnerabilización. A mayores niveles de inequidad, mayor vulnerabilidad social. La polisemia que caracteriza al término sirve de clúster conceptual, hecho que facilita su aplicación para el abordaje de los problemas. Así también se entrama con el concepto de justicia social, el que según De Souza Porto (2011), busca desterrar las "culpabilidades ambientales" de los sectores sociales más vulnerables. Para el caso de los incendios en Corrientes, las injusticias ambientales se reflejan en expresiones del tipo "mirá que estos menchos saben lo que puede pasar con el fuego…pero prenden hasta a la basura" (XX. Funcionario público. Comunicación personal. 23/02/22) Estas visiones sesgadas y etnocéntricas consideran que la vulnerabilidad social resulta de la propia construcción social dejando de lado cualquier consideración que ataña a la indisponibilidad de organización, medios o infraestructura. Implica también desconocimientos acerca de las utilidades generadas. Incluso el fuego como parte del entorno, resguardo y medio de subsistencia. Tampoco incluye la consideración al comportamiento de iniciar fuegos en los pastizales a mandatos de la patronal, que sin intención dolosa, también son parte de la reproducción de los modos de producción. Sin embargo, aunque la vulnerabilidad subyace a la condición humana, no puede ser uniforme a todos los grupos sociales, porque las dimensiones en las que se desenvuelven, incluyendo sus perspectivas políticas y éticas, no son homogéneas aún dentro de la misma Corrientes. Esto por la diversidad cultural, los altos niveles de inequidad y pobreza estructural.

La vulnerabilidad de las condiciones de vida resulta de procesos de toma de decisiones que van desde lo global a lo local y establecen un nexo entre riesgos de desastres y pobreza. Así, el resultado inesperado de las propias acciones es elevado, dejando expuesta la ocurrencia de catástrofes ante cada situación por fuera de las condiciones ambientales habituales. La peligrosidad generada por el fuego en condiciones de sequía extrema, es siempre alto por lo que solo cabe preguntarse ¿cuándo ocurrirá? De manera entonces que ante la situación creada en Corrientes, el resultado de la ecuación R=PxVxE (R, riesgo; P, peligro; V, vulnerabilidad; E, exposición) arroja un ratio elevado. En verdad estamos en presencia de un riesgo de desastre continuo, que no se agotará con la extinción de las masas ígneas. Queda como tarea pendiente acortar las brechas de inequidad social a través del trabajo social que permita generar un descenso del riesgo de desastre y de la vulnerabilidad social. En esta línea, podemos interpretar a su gestión del riesgo como un proceso complejo de planificación social, económica y territorial de carácter estratégico, integral, participativo y sostenible. Su objetivo es reducir y controlar los factores durante todos los momentos del proceso riesgo-desastre que caracterizan el movimiento y desarrollo del riesgo en el tiempo y el espacio. En otras palabras, la gestión de riesgos de desastres contiene a la reducción del riesgo de ocurrencia, a partir de la gestión integral, participativa y multidisciplinaria por la vía de acciones preventivas específicas y con intervenciones en función del proceso. Su abordaje se genera desde un proceso de construcción del riesgo. En el caso de la provincia de Corrientes su aplicación pudo haber actuado sobre las causalidades sociales y económicas que los crean en base a sistemas de creencias y dinámicas sociales y económicas. Esto implica indagar sobre cuestiones antes no contempladas. Por consiguiente, estas actuaciones previas conforman una estrategia que se inicia con la reflexión para la acción sobre las formas de apropiación territorial y las cosmovisiones intervinientes. Todo como parte de la planificación y generación de conocimientos sobre la dinámica del riesgo en las comunidades rurales correntinas.

En línea con la tercera prioridad del Marco de Sendai*, la reducción de riesgos es clave para aumentar la resiliencia comunitaria. Para ello, no solo se debe trabajar en la transformación de las dinámicas sociales que "rompan" el círculo en el que se encuentran (Gráfico 1). Indefectiblemente, esta estrategia debe ser aplicada de ahora en más, a pesar de demandar una readecuación de la intervención de los gobiernos (nacional y provincial), para lo cual, siguiendo los postulados expertos, resulta necesario restablecer un ordenamiento territorial como primera medida política. También demandará medidas de tipo estructural relacionado con la infraestructura y servicios (¿cuánto menos se quemaría un campo de haber señal telefónica?) y también a las intervenciones socio-comunitarias integrales, construcción de mapas de riesgos, diagnósticos y consensos participativos, sin dejar de lado a la salud mental de los afectados y de quienes trabajan en la generación de paliativos. A propósito: ¿cómo se está trabajando sobre este aspecto?

Al ensayo de un cierre
Nuestros avances tecnológicos nos permitieron lograr cosas maravillosas. No obstante, el balance augura un resultado negativo al que llamamos antropoceno o la era en que las afectaciones humanas alcanzan magnitudes tan poderosas como la de la misma naturaleza. Nuestro crecimiento (a veces confundido con desarrollo) se realizó a un costo ambiental demasiado alto, incluyendo una indiscutida soberbia sobre las personas no humanas. Fue el precio de convertirnos en dioses antes que en administradores sabios y responsables de los bienes de la naturaleza. Harari (2014) pregunta "¿hay algo más peligroso que unos dioses insatisfechos e irresponsables que no saben lo que quieren?" (p. 384). Adhiero al peligro que representan los dioses insatisfechos, pero creo que saben lo que quieren. Al capitalismo, como gran motor de nuestro sistema cultural occidental le queda claro lo que quiere y no es otra cosa que la domesticación y sometimiento de la naturaleza (Wagner, 2016). Pero quedarse en las culpas al capitalismo no resuelven los problemas como el que estamos viviendo en Corrientes y los que vendrán. Regenerar la naturaleza es importante y ayuda. Pero creo, como Donna Haraway, que en la re-fundación de los lazos y re-creación de las relaciones donde deben situarse los esfuerzos. Tanto como en la acción misma de restaurar lo que destruimos. De otro modo todo queda en imposición. Y la imposición no es conducente a los mejores puertos. Las ciencias sociales, en el marco de interdisiciplinariedad que nos demandan los cambios radicales, tienen que aportar los insumos para hacer ver que otras maneras de ser-y-estar-en-el-mundo es posible como también de que el futuro no es una prolongación lineal del presente. Asimismo, es imprescindible hacerlo, antes de terminar siendo testigos del derrumbamiento total de nuestra casa común por los efectos de la devastación despreocupada. De hecho: la importancia del cambio climático dependerá de cómo evolucione la sociedad lo cual será directamente proporcional a lo que se haga, comporte y actúe localmente, sin soberbias sobre la naturaleza.

Lo hecho y actuado en los Esteros del Iberá desde 1983 hasta el presente nos hace presumir que las cosas son posibles. La desgracia del exterminio en el Iberá se estaba revirtiendo. El problema es que lo veníamos haciendo desde una lógica tradicional, que apela a la tecnocracia y al poder de la ciencia que todavía se empecina en desacreditar, subestimar o desmerecer las variables culturales y sociales. De esa clase de ciencia que impone qué hacer y pensar, como en tiempos coloniales sobre qué hacer y pensar de la vida. ¿Es eso bueno y aceptable, incluso en el nombre de la reversión del antropoceno? El regreso del yaguareté al Iberá -como el de otras especies que se extinguieran del lugar- es asombroso. Muestra nuestra capacidad de agencia para revertir la era que tenemos encima. El fuego se valió de la sequía y nos condujo a una situación literalmente catastrófica, aunque también llegó para recordarnos y demostrarnos la primera ley de la termodinámica que dice que la energía no se crea ni se destruye sino que solo se transforma. Y en ese plano, el de la transformación, la refundación y recreación de lo que hoy quedara reducido a cenizas se nos presenta la oportunidad de hacerlo con un sentido democrático y participativo, en el que tengan lugar los valores y la reducción de incertidumbres. En tal sentido, debe recordarse que esta era de cambios y transformaciones ambientales que comienza a ser reconocida como antropoceno, está dominada por la incertidumbre. Por ende, y como nunca antes, las decisiones políticas deberían ser participativas y adaptativas, acompañadas de inversiones necesarias para el tratamiento de los riesgos de desastres. Agrego que no se trata de una expresión técnico-discursiva pues debemos dar por hecho que prontamente la naturaleza, otra vez, nos lo recordará de alguna otra forma.

Por otra parte, es esencial interpretar que esto resulta posible solo desde la política, pues nuestras acciones incluso en el marco del vínculo cultura-naturaleza son políticas. Solo desde esta arena podemos hacer frente el devenir configurado por el antropoceno y sus tentáculos como el cambio climático. La prevención, entre otras acciones, solo puede ser el producto de la acción política seria que se manifieste no solo "por la naturaleza" sino "para-y-en-la-naturaleza" de la que el hombre es parte. Para ello es necesario recordar las afirmaciones de Néstor García Canclini en su obra Culturas híbridas, estrategias para entrar y salir de la modernidad (1990). En ella, este filósofo mexicano afirma que gran parte de la política se sostiene con recursos teatrales, los cuales se manifiestan con anuncios e inauguraciones de lo que no se sabe si va a disponer de personal o presupuestos para funcionar o del reconocimiento público de los derechos que luego serán negados en privado. Pues bien. Los riesgos de catástrofes en particular demandan dejar de lado las prácticas demagógicas habituales, pues son muchos los valores materiales e inmateriales los que están en juego. De allí también los imperativos por dejar de lado las improvisaciones, reemplazar la banalidad del poder por un verdadero poder de cambio, dejar fluir el conocimiento y la experiencia y abrir el juego de las decisiones. No hay escapatoria. Estamos obligados a embarcarnos a los cambios que las circunstancias ambientales nos exigen. De no hacerlo, solo estaremos contribuyendo a la creación de otro fuego perfecto.

* Marco de Sendai para la Reducción de Riesgos de Desastres 2015-2030. 3° Conf. Mundial ONU para la RRD. Sendai. Japón. Marzo de 2015.

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