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Un pacto roto y la muerte inolvidable

En 1982, los pilotos y amigos Gilles Villeneuve y Didier Pironi tenían todo para descollar en Ferrari. Pero el marcado espíritu competitivo de ambos alteró las posibilidades hasta desembocar en el peor final.
 

Por El Litoral

Sabado, 30 de abril de 2022 a las 01:00

José Luis Zampa

Hace escasos nueve días se cumplió un aniversario lúgubre para la historia del automovilismo. El 19 de abril de 1982, la disciplina deportiva que mueve multitudes en torno de motores, neumáticos y chasis hiperveloces fue testigo de una traición entre amigos que además eran compañeros de equipo en Ferrari, uno de los cuales acabaría muerto dos semanas después.
Este hecho detonante de la tragedia ocurrió en el Gran Premio de San Marino, en el famoso circuito de Ímola, donde se presentaría la gran oportunidad de que los autos de Maranello triunfaran a lo grande, en un “uno-dos” que no solamente los catapultara al liderazgo de la tabla de posiciones, sino que proyectara a la estrella de aquellos años, Gilles Villeneuve, al campeonato mundial de Fórmula 1.
El punto es que si bien no había un piloto número uno en la escudería, el compañero de Gilles y hasta ese momento su amigo, el francés Didier Pironi, decidió avanzar hacia la meta sin miramientos, contrariando las posibilidades de su colega y, lo más grave, rompiendo un pacto de caballeros según el cual, una vez que faltasen 10 vueltas o menos para finalizar la competencia, ambos conductores respetarían las posiciones en pista hasta la bandera a cuadros.
Aquellas últimas 10 vueltas en San Marino fueron para el infarto. Pironi ganó la punta cuando faltaban justamente 10 giros para el final, pero Gilles no se rindió. Dio batalla en todo momento, incluso llegó a recuperar el liderazgo, pero la Ferrari del francés llegó primera tras una arriesgada maniobra en la última curva, cuando faltaban metros para la llegada. La traición de Ímola pesó en el alma y en la mentalidad ganadora del canadiense, quien declaró públicamente la guerra a su compañero: “De ahora en adelante no le dirigiré más la palabra, le declaro la guerra y voy a hacer mis carreras sin concesiones. Me ha robado una victoria”.


Las palabras de Villeneuve demostraron su profundo malestar, con el cual transcurrió las dos semanas hasta la siguiente fecha del campeonato: el GP de Bélgica. Nadie lo sabía, pero iba a ser el final menos querido de la trayectoria de un diamante en bruto, como se lo consideraba a Gilles en función de su gran talento y su espíritu aguerrido, que le permitía correr incluso con autos semidestruidos.
Fue el sábado 8 de mayo de 1982, cuando en las pruebas de clasificación Pironi se quedó con la pole position faltando cinco minutos para cerrar la jornada. Villeneuve, que ya se había bajado de su auto, volvió a calzarse el casco y salió a la pista resuelto a bajar los tiempos de su ahora enemigo. Con el ímpetu de siempre pero corroído por la ira, aceleró con todo para sacar milésimas de ventaja en cada curva.
Pudo haberlo conseguido si el March de Jochen Mass no hubiera ido tan lento a la salida de una curva de Zolder. La Ferrari de Gilles, que venía a 250 por hora, no pudo evitar el topetazo, se montó sobre las cubiertas traseras de Mass y despegó en un descontrolado vuelo que terminó con el auto partido en dos pedazos. El cuerpo de Villeneuve, que había sido despedido del habitáculo, quedó contra los alambrados, inerte.
Las maniobras de resucitación fueron inútiles. De ese modo, la Fórmula 1 perdió a la joya más preciada de una generación dorada de pilotos, integrada entre otros por el argentino Carlos Reutemann. El brillante y carismático piloto canadiense dejó de existir a los 32 años. Es considerado un campeón sin corona.

Signado por la tragedia

A partir de la muerte de Gilles Villeneuve, Didier Pironi quedaba (se suponía) con el camino expedito para avanzar hacia el campeonato. Pero el destino dijo lo contrario. Unas pocas carreras más tarde, en la misma temporada de 1982, el parisino tuvo un accidente muy similar al que le costó la vida a su compañero de escudería, al embestir por detrás a Alain Prost en Alemania. Sobrevivió, pero padeció lesiones gravísimas en las piernas (de hecho, tardaron un largo rato en rescatarlo de su Ferrari). Pironi quiso regresar a la Fórmula 1, pero sus lesiones eran demasiado traumáticas. Recién en 1987 hizo pruebas privadas para el equipo AGS, pero no lo convencieron. Decidió dedicarse a correr en el agua, en motonáutica. Fue en ese hábitat donde su vida acabaría signada por la tragedia, cuando su lancha “Colibrí” dio vuelta de campana a alta velocidad. Pironi murió junto con sus dos copilotos.

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