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/Ellitoral.com.ar/ Especiales

Serradori, un joven llamado a combatir en Malvinas

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

Yayo Cáceres publicó este año su primera novela, titulada “Serradori”, donde cuenta la historia de un soldado del interior de la provincia de Corrientes que es convocado al frente en la guerra de Malvinas. Esta anécdota es apenas el disparador de esta ficción que sin duda tiene algo de verdad.

Un día el capitán Sinapellido les dice a sus soldados que tiene una mala y una buena noticia. La mala es que ninguno de los colimbas saldrán de baja y la buena es que mediante el Operativo Rosario, la Argentina recuperó las Islas Malvinas y ellos fueron convocados al frente de combate.

El 15 de abril de 1982 los soldados del regimiento de Curuzú Cuatiá viajaron al sur y el 26 de abril los embarcaron a las islas, así de simple y rápido comenzaba la historia de cientos de jóvenes conscriptos en su camino a la guerra, a un infierno frío hecho de balas y soledad.

El autor nos presenta una mirada crítica sobre aquel episodio que comenzó con un entusiasmo generalizado y terminó en una tragedia anunciada por los sectores opositores del gobierno militar de entonces.

La novela estructura tres territorios bien definidos: Curuzú Cuatiá, las Islas Malvinas y la ciudad de Londres. Del mismo modo uno puede leer fácilmente que esos territorios definen protagonistas, acciones, generan situaciones reflexivas y críticas sobre el gobierno y sociedad de entonces, plantea pesares, dudas, miedos y culpas de unos y otros.

La Argentina es un país signado por la desmesura y Cáceres da cuenta de esa impronta al plantear como opuestos claramente dibujados: los que se fueron y los que se quedaron. Allá y acá, como tantas veces en la historia patria, serán un hilo narrativo en Serradori, y que pueden insertarse en una tradición nacional que tiende a los antagonismos dicotómicos.

La historia de nuestro país está hecha y escrita por esos vaivenes y de posturas irreconciliables. Los que se fueron a las islas soportando las penurias, los fríos, las soledades y miedos. Los que se quedaron acá masticando la culpa en algunos casos o en otros mostrando su desdén o desatención al grave conflicto que llevó a la muerte a cientos de jóvenes argentinos.

Libros y crónicas

La novela de Cáceres se inscribe en una tradición que comienza con el iluminador texto de Fogwill, “Los pichiciegos” (1994). Fue escrito durante la dictadura y cuya circulación en forma de manuscritos lo convirtió en un libro de culto hasta su primera edición en 1983.

“Las Islas” de Carlos Gamerro, por su parte, plantea la visión de los soldados argentinos más cruda aún. Es difícil poner en pocas palabras la visión de la guerra que se presenta en esta novela, de más de 600 páginas en su primera edición, en 1992.

Señalamos también “Isla interior”, tres vidas después de Malvinas (Marea), del escritor y psicólogo Pablo Melicchio, conocido en Corrientes ya que Moglia ha editado uno de sus libros. 

“La otra guerra”, una historia del cementerio en las islas Malvinas (Anagrama), es una crónica de cronista Leila Guerriero que cuenta la historia del oficial Geoffrey Cardozo, que identificó a los soldados argentinos caídos en Malvinas y que diseñó un cementerio para albergarlos.

Un libro académico y de investigación histórica destacado y producido en nuestra región es “Qué podemos hacer con los héroes? Los veteranos de Malvinas como problema”, de Daniel Chao, que aborda las múltiples formas en que se intervino o se intentó intervenir en la vida de los exsoldados, oficiales y suboficiales partícipes de la guerra de Malvinas desde el Estado nacional argentino entre los años 1982 y 2017. 

Cuenta con un digesto de leyes, decretos, resoluciones, proyectos de ley y otros documentos utilizados en el corpus analítico desde los que se ha tratado al veterano, los caídos y sus familias como un “problema” de resolución estatal; con lo cual puede ayudar a los hacedores de políticas públicas o a las organizaciones de veteranos y excombatientes a ver en perspectiva los caminos que se han tomado o simplemente contar con un dossier organizado y analizado a fines orientativos.

Eduardo Ledesma, por su parte, escribió este año para el diario La Nación la crónica “La resurrección de Gabino”, el primer soldado “solo conocido por Dios” que pudo ser identificado.

Se trata de la historia de Gabino Ruiz Díaz, muerto en combate en las islas y de las gestiones que permitieron la identificación de su cadáver, el viaje a las islas de Elma, su madre, que vive en Colonia Pando, y el vínculo que tejió con Julio Aro, excombatiente, motor de las gestiones de reconocimiento. El momento más alto por lo emotivo y simbólico es el encuentro de Elma con el exoficial británico Geoffrey Cardozo, que fue quien enterró con cuidado los cuerpos de los muchachos argentinos.

Los unos y los otros

Serradori narra también la historia detrás de la guerra, cuenta la vida y el clima social de esos días en la Argentina y en Corrientes. Por un lado el compromiso de los soldados y parte de la población que acompañó su gesta, pero por otro la distracción o el olvido de muchos.

Por un lado las voces oficiales y la corte de aduladores de siempre del poder de turno, y por otro los que intentaron ver desde la tragedia lo que sucedía a miles de kilómetros de distancia en las islas pero también en los hogares de cada combatiente. En ese sentido la novela rescata a las voces olvidadas y críticas del conflicto.

Es muy valorable el señalamiento de Cáceres de la existencia en la nación y sobre todo en nuestra provincia de voces disidentes de lo oficial.

Serradori echa luz sobre las opiniones diferentes que intentan que sus voces sean oídas, un rasgo común de las provincias donde los discursos oficiales tienden a ser hegemónicos y las diferencias censuradas.

La novela es una ficción que se apoya en hechos verdaderos y trágicos de la Guerra de Malvinas el año que se cumplen 40 años de aquellos episodios. 

Recordemos que el 14 de junio de 1982 se firmó la rendición, y el 15 de junio fueron tomados como prisioneros los conscriptos sobrevivientes.

El 13 de junio Argentina había jugado el partido inaugural del mundial de fútbol en España.

—¿Por qué surgió “Serradori” y cuándo aparece la necesidad de escribirlo?

—Aparece de un desafío de Fran García, un amigo,  que me dijo: “Vos tenés que escribir una novela”. Entonces, le prometí que si encontraba una idea que me pareciera satisfactoria, que no quiere decir que fuera un puerto, iba a escribir, y entonces me acordé de Serradori. Siempre me impactó mucho el apellido, la palabra, el sonido Serradori, y era, además, la calle de al lado de donde vivíamos. La calle de la vuelta, y a partir de ahí empecé a pensar en una idea desde donde contar la novela y creo que me pareció por lo menos que había encontrado algo original y ahí me largué escribir. Esto pasó en coincidencia con un tiempo en el que estaba averiguando cosas sobre él. Me fijé la fecha y era justo la fecha que él había muerto en batalla. Y eso me terminó de decidir.

—O sea, tiene alguna huella de realidad. Es una novela, pero tiene algo de realidad.

—Tiene cosas de realidad concreta que son las cosas que me contaron los hermanos sobre él y otras cosas que son completamente ficcionales; por ejemplo, hay un par de encuentros de él en Curuzú que son ficción pura, todo lo que sucede en Malvinas por supuesto es ficción pura, y todo lo que sucede en Londres también. Entonces, digamos que tiene hechos reales que me contaron los hermanos y las cosas del colegio, hay cosas que vivieron amigos míos o cosas que viví en persona, estando en el colegio en ese momento.

—En la estructura de la novela claramente hay territorios definidos y hay personajes definidos en ellos que van hilvanando la historia en esos dos lugares. Eso la hace muy llevadera. Uno lee rápidamente la novela. ¿Cómo pensaste la estructura?

—Y… copiando. Agarré “El ruido y la furia” de Faulkner y me parece que “Tiempos recios” y “Sueño del celta” de Vargas Llosa.

Vargas Llosa hace ese tipo de saltos que me parece muy interesante, porque siempre te deja con el colmillo largo cuando termina un capítulo. Y salvando las distancias, por supuesto, me copié del maestro, que a mi me parece uno de los grandes escritores que ha dado la literatura en el mundo. Lo sigo leyendo siempre de manera asidua y eso me ha ayudado a encontrar la forma de contar mi historia. La estructura también se fue dando sola, luego, de hecho, me tranqué en un par de momentos y tuve que idear maneras de seguir, y en algunos casos, cambiar completamente el ángulo de la historia. Se fue estructurando sola a partir de ese comienzo.

—Sos una persona que está acostumbrada a trabajar con personajes, pero aquí en la novela el personaje tiene un tratamiento diferente. Contarme cómo hiciste. ¿Cómo aparecen y cómo se desarrolla la idea de un personaje en la novela?

—La verdad es que no tengo tan claro. Lo que me sorprendió es que, de alguna manera, repetía los diálogos en voz alta, sobre todo diálogos que tenían que ver con la parte que transcurre en Londres referido a la Revolución Industrial. Me ponía en casa a hablar mientras iba escribiendo repetía en voz alta. Trate de pensar cómo generaba una especie de sonoridad o de libro disco si querés. Entonces, las respuestas me empezaron a salir de manera natural también. De hecho, lo que me comentan un par de amigos españoles que leyeron la novela es que lo que les había encantado era conocer la manera en que se hablaba por acá, que me causaba mucha inquietud porque tenía miedo de que no se entienda y luego lo escribí porque me parece que Corrientes sin nuestra manera de hablar no tiene sentido. Creo que hay un lenguaje coloquial correntino en toda la parte que transcurre en Curuzú, que transcurre en el colegio.

—Pero, sin embargo, hay otro registro de lengua cuando la novela pasa de un lugar a otro. 

—Sí, claro. Eso tiene otro campo semántico, hablando en términos estrictamente literarios. Otras palabras, otras maneras de adjetivar, otra manera de armar las cosas, intentando tirar de cosas de oxímoron, cosas que a mi me parecen muy interesantes. 

Claramente, se va a un campo semántico mucho más, es que no quiero usar el término elevado porque no lo es, probablemente épico o no sé, no sé cómo sería si tuviera que definirlo, pero desde luego es un campo semántico completamente diferente. Entonces, en el pueblo, la gente habla como hablamos nosotros entonces y en lo que es ficción, el lenguaje es otro.

—Porque la de un artista como vos en un momento de tu vida necesita contar algo trágico como lo que pasó con Malvinas. ¿Eso te pasó? 

—Y a mí me pegó mucho en su momento y echando un poco la vista atrás y escribiendo incluso y recordando: nosotros mirando al mundial mientras los gurises estaban cagándose a tiros me produce algo. Creo que es un grado de locura o de perversión muy alto, muy difícil. De hecho, cuando yo comentaba esto con amigos españoles, ellos no se habían dado cuenta de esto probablemente, y me decían “¿de verdad que vino la selección a jugar?”.

Recuerdo los días de Malvinas, los actores pasando los chivos de sus obras de teatro. No sé, creo que hubo una gran solidaridad, por una parte, y por otra una cosa muy, muy, muy oscura en toda esa época, y para mí es el gran quiebre de la Argentina. Para mí, Malvinas es donde Argentina se quiebra.

—En la novela están claramente planteados los territorios, los tipos de personajes, es casi dicotómico lo que sucede y eso está bueno, eso está logrado. Mientras unos estaban peleando y los otros seguían su vida casi normal, digamos. 

—Exactamente. Y probablemente en nuestra redención como pueblo venga por ese lado, no por los grandes actos, ni los grandes discursos de las plazas sino para encontrarnos con otros, y aclaro bien esto, con un conscripto, con un soldado conscripto que que fue llevado del servicio militar o sin instrucción incluso al frente. Deberíamos encontrarnos con ellos y decirles “mirá, perdoname, mientras vos estabas ahí en el frente yo estaba mirando fútbol” o “perdoname, yo me robé un chocolatín de la caja que tenía tu nombre cuando íbamos a enviaste“. Creo que estuvimos distraídos con todo esto durante 40 años.

¿Y esto coincidió con los 40 años del conflicto o fue pensado así?

Coincidió nomás. Caí en la cuenta después. Ya te digo que fue de chiripa como salió todo. Fue a raíz de lo que me dijo Fran, de acordarme de la calle, de la palabra Serradori, es todo el sonido de las palabras que parece que tiene nombre de soldado porque cualquier otro apellido, no suene igual.  Tenía algo ahí, había algo ahí que me llamaba la atención y me largué a la pileta y ahora estoy muy asustado con el asunto, porque estoy metido en un problema. Le decía a una amiga “estoy metido en un problema, porque si digo no soy escritor me van a decir para qué te metes a escribir y si digo soy escritor, me tendrían que responder lo de Borges: “¿Pero eso lo dice usted o lo dicen los demás?”.

—¿Habías escrito alguna canción, habías planteado alguna escena relacionada con la guerra antes? ¿Tenías algún vínculo entre lo que vos hacés habitualmente y las Malvinas? 

—Sí, había hecho tres cosas, y una de ellas fue musicalizar un poema que se llama “La guerra” de Miguel Hernández, que de hecho lo grabé ahora en un disco de chamamé con poetas españoles, musicalizando poetas españoles y luego habíamos hecho otro tema para Malvinas con Aldy Balestra, Romy Espinoza y “Waly” García en un espectáculo que estuvimos a punto de hacer y que al final se quedó en la nada.

—Claro, somos todos contemporáneos a los acontecimientos.

—Exactamente.

—¿Esta novela va a aparecer en España, se va a llevar a libro, se la puede comprar por internet?

—Todavía no tengo instrumentado cómo va a ser la venta. Yo pienso llevar ejemplares, aunque haga una edición allá; porque como es edición del autor la puedo hacer tranquilamente también. 

—La novela es muy visual y tiene una estructura que facilita la lectura. Pienso en tus vínculos como actor y director y la creación de escenas, sabemos que sos autor de canciones, como intérprete de esas canciones y esta nueva faceta tuya, ¿creés que estas facetas en algún punto se tocan?

—Creo que siempre se tocan. Hay un momento en que Serradori, de guardia, canta chamamé al barrio Alberdi. Me vino chamamé a la cabeza y lo metí en la novela en la noche de guardia, un chamamé que tiene música; pero que lo compuse para el libro. O sea, que siempre se mezcla, siempre viene todo mezclado. Y con respecto a lo visual, creo que sí —efectivamente— es bastante visual tanto es así que Fran enloqueció ahora porque quiere hacer una película con el libro. 

—Es que es visual. Es tremendamente visual.

—Sí, era una búsqueda también que produjera inquietud de imágenes. 

—Creo que lo logra. Por eso puntualizo el tema, porque es muy fácil de llevarlo a un guión, no así a la dramaturgia, supongo, pero al guión cinematográfico va muy bien porque tiene un ritmo.

—Sí, sí. Yo también lo creo, de hecho, tengo alguna idea sobre una posible película y me gustaría no sé si pudiera, imagínate si se pudiera ser, filmar en Corrientes y con actores de acá y que no tenga necesidad de estar y yo creo que se podría hacer algo interesante. Pero bueno, ya aparecerá. 

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