Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral
Todo nacimiento es doloroso. Se asimila porque la vida viene empujando. Todos deseamos un país mejor, la contracara de este. Donde el dolor forme solo una parte de su renacer. En que el bienestar pueda más, mucho más que la frustración. Donde imaginarnos no sea un sueño, sino una realidad. En que comer no sea una mala digestión de estómagos vacíos. Un país donde la decencia se reinstale, la justicia sea creíble, la sonrisa un gesto de felicidad, y que el trabajo y el estudio constituyan una yunta inseparable.
Hemos andado los últimos cien años de dolor en dolor, con algunos chispazos breves como muestra, pero sin consolidar la estancia de un tiempo ejemplar. Todos sufrimos. Todos nos quejamos. Pero no pasamos de ello. No tomamos el toro por las astas y pasamos a exigir como ciudadanos, seriamente sin “viáticos piqueteros” porque es un derecho que nos asiste. Asumiendo firmemente los todos, los que trabajan y los que no. También los subsidiados. Los que se desvelan estudiando para tomar el título y rajarse.
Los que hicieron de la política su patria. Los que aplauden y los que no. Los que crecieron, “germinaron” y hasta disfrutan de reelecciones indefinidas. Los jubilados por derecha y los privilegiados. Los que viven y le viven al Estado. Los escépticos. Los que han perdido las esperanzas. Todos nosotros, pidiéndoles que rindan cuentas por tantas desventuras juntas, por tanto engaño de decir y desdecirse. De buscar culpables, cuando son ellos y no otros quienes marcan la jugada. De asumir porque gobernar no es una pasantía. De escuchar oyendo. Es decir, sintonizando lo que el ama de casa sin ningún master, nos grita al oído. Cambiar, que ante el embate despiadado de los aumentos de precios que giran y giran como calesita, seguimos pagando. Pero hasta cuándo, poniendo en jaque la salud ya deteriorada con visitas o consultas siderales que cuesta entender. No habrá que detenernos y tomar otra vía. El motivo es uno: combatir la inflación, también la corrupción. No, masacrar al oponente, pensando, siempre pensando en las últimas encuestas. Hasta cuándo vamos a permitirlo, teniendo por paisaje una sociedad diezmada donde menos de la mitad sale más o menos ilesa.
No podemos estar solamente pensando que no nos falte el asado, existen otras cosas mucho más importantes como la economía, la justicia, la seguridad, la educación; claro, está por verse, por discutirse si es que logran formar quorum. Depongamos actitudes supremacistas, no queremos doctorados en ciencias políticas, sino ciudadanos preocupados, sensibles, visionarios, ejemplares, personas comunes, capaces de aportar, resolutivos, sensibles ante la pobreza, capaces de traducir lo que la gente toda, nosotros, pedimos a gritos pero con eso solo no alcanza. Sino con la firme voluntad de pegar un “volantazo”, que nos vuelva a dirimir en primera, donde nadie vuelva a pedir un plato de comida, sin gente en situación de calle, donde las necesidades básicas estén satisfechas, donde volvamos a crecer. Cuando digo un país más decente, me refiero a todas las chicanas que hemos aprendido de representantes que han dejado tanto que desear, y que lo hemos aceptado como si nada. Es necesario y urgente revertir esta historia repetida, pero conminándolos, exigiendo inteligente y educadamente, actuando como ciudadanos responsables preocupados seriamente por lo que se viene sucediendo, pero institucionalmente. Ya que lo que pasa no es cuestión del periodismo, sino que su actuar les da letra, para comentar y criticar como corresponde a un Estado democrático. Los temas son los que acontecen. Tienen lugar día por día, segundo a segundo. Ellos son tristemente los protagonistas de una novela que nadie sabe cómo termina, pero se intuye si tomamos episodio por episodio, que la gravedad crece y el dramatismo está en su máximo grado.
Quiero terminar mencionando a tres personas que aportan ideas, efectos de la misma causa. Marc Lazar, pensador francés, director de la Escuela de Doctorado de Ciencias Políticas: “La política argentina se encarga de exponer en la previa que el juicio político pone en bandera, el primer dictamen condenatorio que siempre está muy cerca de la verdad. Para derrotar al populismo hemos de resolver el problema de desconfianza de la gente hacia la clase política, promoviendo una democracia más participativa”. Por su parte, Ralf Sholer, autor del libro “Dejadnos ser populistas”, afirma: “Debemos admitir que el populismo es la especia y el ingrediente básico de la política. El populismo es útil porque muestra una brecha de representación, una deficiencia de la democracia y una señal de alarma. Todos los políticos dicen representar a la gente, hacen promesas insostenibles y promocionan soluciones demasiado fáciles para problemas demasiado complejos”. Y, por último, el español José Luis Sampedro arriesga su pensamiento firme: “Sin libertad no hay pensamiento; la libertad de expresión no sirve de nada. Nos educan para ser productores y consumidores, no para ser hombres libres. Nos educan para ser súbditos y no para tener pensamiento propio. El tiempo no es oro. El oro no vale nada.
El tiempo es vida. La libertad es como una cometa. Vuela porque está atada”. Lo que nos sucede, estamos atados a la ineptitud. Se promete mucho, no se hace nada, pero se pelean entre ellos. Lo malo es que siempre jugando a la eternidad del poder, la vida se nos va. Y para colmo de males, en esta gestión los culpables son los otros, no ellos. Cuando en realidad sus roles estelares se llevan todos los Óscars, por constituir un gobierno por entregas, donde las refriegas de palacio han dado argumento para que el más alto rating corone de mediocridad y estancamiento nunca vistos. Qué hacer cuando no sabemos qué hacer, es la pregunta: actuar responsablemente como ciudadanos, exigiéndoles, obligándolos, auditando por que se dispongan a hacerlo ante la desmesura y distorsión del maldito poder, y que la oposición se juegue más allá de encuestas porque todos peligramos. Romper la inercia. Jugarnos institucionalmente. Atenti muchachos, que no hay retorno. O todos en la balsa. O la balsa sola. O todos. O nada.