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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Las escuelas y la política

Con la libertad de expresión en medio de una espiral de tensión política, volvió a abrirse un debate sobre la intromisión de la política en las escuelas.

Recientemente la legisladora porteña del Frente de Todos, Ofelia Fernández, denunció: “Hoy tenía una charla ya autorizada en la escuela Belgrano con el centro de estudiantes y el gobierno de la ciudad la prohibió una hora antes. Hace poco la supervisión llevó a esa misma escuela a un legislador de su partido. Después hablan de libertad de expresión…”.

Se trata de una relación dispar, sin dudas, por la relación de fuerzas entre oficialismo y oposición, pero que adquiere una dimensión aún mayor si se consideran todas las aristas de una geometría en la que hasta ahora, solo cabe la discusión y no los acuerdos.

La fruición del peronismo por adoctrinar políticamente en las escuelas sumó un capítulo con el gobierno de Axel Kicillof, que usó el intento de asesinato de Cristina Kirchner como disparador para “aleccionar” a estudiantes del nivel medio de la provincia de Buenos Aires.

Bajo el camuflaje de debatir para comprender la gravedad de lo ocurrido, se entregó a los alumnos un instructivo referido a “los discursos del odio”. Presentándolos como responsables del deterioro democrático del país, la guía contiene declaraciones al respecto del expresidente uruguayo José Mujica y una ilustración en el mismo sentido que incluye una peligrosa conjugación del verbo odiar: “Yo odio, tú odias, él odia, nosotros odiamos, vosotros odiáis, él gatilla”.

La vinculación de los “discursos del odio” con la oposición, la Justicia y los medios independientes sobrevuela el instructivo en todo momento, con preguntas dirigidas a obtener la respuesta deseada por quienes entienden la educación como un terreno fértil donde sembrar mentiras.

Respecto de qué se entiende por magnicidio, se usó la definición de Wikipedia, que, si bien resulta una enciclopedia colaborativa muy útil, consultada por muchísima gente, cabría esperar de autoridades y docentes que provean a los estudiantes bibliografía diversa para que puedan investigar por sus propios medios, desarrollando el discernimiento.

Ante las críticas que recibió el panfleto, la respuesta del director general de Cultura y Educación del distrito, Alberto Sileoni, no se hizo esperar y recargó las tintas. “Vimos un arma a 20 centímetros de la cara de la vicepresidenta; si para otros sectores no hay relación con los discursos de odio reiterados (…) nosotros sí creemos que hay una relación”, dijo el funcionario. No se le puede pedir más claridad sobre el burdo espíritu de adoctrinamiento y la ausencia absoluta de autocrítica ¿O acaso la constante diatriba contra la Justicia, los ataques a jueces y fiscales, los señalamientos públicos en lugar de presentar pruebas que desmientan las graves acusaciones de corrupción no fueron y siguen siendo hasta hoy las principales armas de defensa de la vicepresidenta y sus acólitos? ¿O no han sido voces del oficialismo las que con una virulencia despiadada convocaron a escupir imágenes de dirigentes opositores y periodistas? Sin mencionar las referencias a “darle un corte a la Corte” o los carpetazos, ni a las amenazas expresas sobre “qué q... que se va a armar” si se condena a Cristina Kirchner. Copar la Basílica de Luján para transformarla en sede partidaria a puro insulto por parte de los habituales teloneros del resentimiento y la división evidencia la tan conocida como dañina capacidad de una facción dispuesta a todo.

Lamentablemente, el escandaloso instructivo es una nota más en la sinfonía de desatinos peronistas que comenzó allá por la década del 40, cuando se instaba a los alumnos a recitar “Eva me ama” y “Perón nos ama” y a leer La razón de mi vida.

Para intentar acabar con el odio hay que comenzar por no sembrarlo ni alimentarlo como claramente se hace desde las principales usinas políticas.

Las escuelas no son unidades básicas ni los docentes deberían ser propaladores de discursos políticos. De hecho, la mayoría de los maestros trabajan para la inclusión, sin agresiones y con muchísimo esfuerzo dirigido a intentar superar las diferencias. Es papel fundamental del docente brindar a sus alumnos las herramientas para desarrollar un pensamiento crítico y autónomo. Nunca darles letra ni de decirles qué opinar.

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