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/Ellitoral.com.ar/ Especiales

La urdimbre de una vida pueblera

La muestra de la escenógrafa y artista plástica Gabiela Benitez, “Raíz, Rapoguive” estará expuesta en el Espacio Vivero del Patio Mariño hasta el próximo martes 5 de diciembre en esta capital.

Rapoguive significa raíz. Dos palabras y un sentido usa la autora de la muestra donde indica su mundo nombrado en dos idiomas: el español y el guaraní. Desde allí, desde este pequeño gesto borda su primera exposición donde describe y descubre lo propio. Lo vivido es ahora recordado en hilos de colores en la urdimbre de su vida pueblera.

Podemos ver en estas obras el revés de la trama de una vida de pueblo chico en una localidad misionera, monte adentro donde creció. Vemos la hondura de lo simple vivido y heredado, nos acercamos a antiguos saberes y aromas de lo cotidiano de su chacra.

Pequeñas piezas bordadas, esencialmente fragmentarias son evocaciones de su infancia en medio de la naturaleza desbordante de Misiones.

Gabriela vivió en Puerto Piray, Misiones, hasta los 8 años. Creció en árboles donde treparse era la aventura, donde la tierra roja quema a los ojos. El monte y la tierra le proponían a la niña imaginar historias de ese país vegetal.

Pasaba sus días jugando en la chacra, o como ella misma lo recuerda constantemente como un “patito en los espacios de trabajo” de su mamá.  No tenía muchos amigos que vivieran cerca para jugar pero eso no le impedía divertirse, al contrario. Su imaginación creaba nuevos entretenimientos y espacios, “para jugar siempre estaban los cacharros que ya no se usaban y las cajas verduleras con las que hacía casitas entre bananales o plantas de mandarinas”, recuerda. 

Aquella infancia dibujó algo de lo que hoy es Gabriela. “Amaba jugar así, crear espacios y ambientarlos; creo que de ahí viene un poco mi encuentro con la escenografía. Cuando venían mis hermanas de Posadas en algún finde especial, me traían cuentos comprados de Casa Tía que les pedía que me lo leyeran una y otra vez, o algún que otro juguetito, que no me duraba mucho, por que siempre se me perdía o rompía, ya que andaba de aquí para allá”. 

El espacio rural escenificaba esas andanzas: “Vivíamos entre tíos y tías paternas un lote al lado del otro, 3 hectáreas cada uno. Yo me manejaba en esos espacios conociendo cada una de las raíces de los árboles, y corría sorteándolos a todos sin tropezarme, para mí eso era todo un logro”, cuenta Gabriela. La misma que trae a la conversación los juegos con sus primas en las siestas, entre mandiocales, con miedo, claro, a que aparezca el pombero. 

La olla de hierro al ras del suelo en el interior de la casa era testigo de las charlas en guaraní entre sus padres. Mientras hervían la mandioca o preparaban el reviro, esa niña jugaba y crecía. Entre ollas y herramientas de su padre sucedían los días. El tatakua estaba un poco apartado del galpón, al descubierto y se prendía en fechas especiales, para hacer sopa paraguaya, chipá guazú o chipá mestiza, menú típico de Semana Santa, del día de la madre y fiestas de fin de año. 

Esos olores y sabores cambiaron con el fallecimiento temprano de su madre. Las hermanas la llevaron con ellas a Posadas. Allí se encontró con otro mundo. La ciudad la esperaba para ofrecerle otras aventuras. Estas imágenes vuelven al presente a través de sus bordados que se exhiben en El vivero del Espacio Mariño.

—¿Cómo nace esto? 

—Nace como un espacio que no lo tenía en mis trabajos de escenografía o dirección de arte, es una búsqueda más personal, más mía.  Siempre tuve ideas sobre los paisajes que habité, los que vienen a mi memoria y elegí el bordado como una herramienta de expresión y el lienzo como soporte para plasmar algo muy personal que tiene una carga fuerte de mi primera infancia. 

 

—¿Dónde naciste y cómo era ese entorno? 

Nací en Eldorado, Misiones, pero me crié en Puerto Piray, donde mi entorno fue  la naturaleza plena, las chacras, el monte, es decir que crecí con esas imágenes que me impregnan todavía. Esos primeros años, creo son fundamentales y por eso lo traigo en esta muestra.

 

—¿Por qué esa mirada sobre esas plantas?

—Porque tengo amor hacia ellas y porque creo que tienen que ver con nuestro entorno cotidiano, inclusive acá en Corrientes. Son plantas que están presentes en nuestra vida como el caso de la Santa Lucía, vaquero miri en guaraní, una flor con florcitas azules que crece en cualquier baldío o en el monte. Son plantas ancestrales, que las ocupaban los pueblos originarios, y que hemos perdido el conocimiento de su uso. Por lo tanto no solo es por la belleza de las plantas, sino también porque reivindico el valor medicinal que cada una tiene en nuestra región. 

 

—¿Qué plantas por ejemplo? 

—Por ejemplo la Santa Lucía,  sus hojas se comen, la flor si es extraída a primera hora de la mañana cuentan con un gel que  sirve como colirio para los ojos, sus raíces son digestivas.

 

—¿El kaacaré? 

—Sí, el kaacaré también sirve para hacer las limpiezas de parásitos en los niños y en los adultos y es una planta ampliamente usada en toda la región . 

 

—Hay una obra que se llama “El aroma que trae el recuerdo”. ¿Qué aroma te trae? 

—Es algo muy personal. “El aroma que trae el recuerdo es una planta, un árbol de guayaba (arazá), que tiene no solamente el aroma sino el sabor. La obra habla del olor que inunda todo, que en mi caso me lleva a lugares muy puntuales del  Paraguay, viajes que hice con mi mamá, de muy chiquitita. Y también rememora donde me crié. Todo eso traté de plasmar en la obra con esta planta y su frase puntualmente porque creo que todas las personas tenemos algún aroma disparador relacionado con alguna fruta o comida que nos traiga recuerdos y quería con esa frase trabajar la memoria del espectador.

 

—¿Cuál es el sabor que te trae felicidad? 

—Creo que muchas veces la comida me trae un momento grato, una fruta, por ejemplo, me trae momentos gratos e inclusive recuerdo de lugares específicos. Pienso en el increíble poder del aroma y el sabor como disparador de momentos. Es algo muy valioso.

Recuerdo también una frase de Gabriel García Márquez que me pareció interesante, él dice que en el aroma de la guayaba hay un olor que engloba la identidad de Latinoamérica, y eso me pareció muy poético, y representativo, ya que es el aroma de un árbol que está presente en toda América Latina. 

 

—Hay una obra que es una serie de pequeños lienzos titulada “Tatakuá”. Contame algo de esa obra.

—Está relacionada con la cocina guaranítica que nos embebe, que nos rodea con sus recetas como la sopa paraguaya, el mbeyú, el mbaipy y el vori vori,  que son unas bolitas de harina de maíz que se ponen a un caldo de pollo o verduras.

Hay una olla de hierro con fuego, al ras de la tierra, que también representa la cocina de hierro y que son las formas en las que mi mamá preparaba sus comidas. Se levantaba y empezaba a dar calor a las primeras leñas que luego alimentarán a la cocina. Así como una ceremonia, los primeros mates y luego se iba manteniendo el fuego y las brasas hasta el  mediodía, momento en que estaba listo el almuerzo. Todo un proceso, un continuum, una vivencia compartida del día a día,  

También recuerdo que mi mamá hacía caldo de carne, soyo. Una sopa que mi papá comía a media mañana, antes de retomar el trabajo fuerte en la chacra. A veces lo acompañaba con un poco de reviro, era una comida bastante pesada. En general la comida guaraní es bastante pesada, pero rica. Todas suelen tener bastante carbohidratos, harina de maíz y mandioca es la base. 

 

—Contame algo del proceso del bordado.

—Para mí el proceso del bordado es como un mantra que se genera en cada puntada. La elección de trabajar con el bordado tiene que ver con un momento de calma diferente al que me otorga la escenografía al momento de trabajar. Siento que bordar me trae momentos de reflexión y la búsqueda de algo más personal, que también invita a la investigación y que conlleva un tiempo sin prisa para la realización de los mismos. 

 

—¿Tienen un boceto? 

—Tienen boceto y también en el caso del bordado de plantas, hay un estudio de la morfología de las mismas. Después el trabajo va por capas. Primero tengo la referencia de la planta que trabajé para esta muestra y de las cuales de varias tenía boceto o solo anotaciones puntuales, como por ejemplo si eran nativas o no.  

 

—¿Cómo elegís los hilos? ¿Por qué los hilos?

—En el bordado sobre el lienzo, generalmente, se trabaja con hilos especiales, como el hilo mouliné, que se divide hasta en ocho hebras y el hilo perlé, que tiene un torzado especial que permite que las hebras no se separen. Entonces, podés ir trabajando solo una hebra o con las ocho y eso te va a generar un grosor, te va a generar una textura sobre el textil. Elijo los hilos por su capacidad de perdurar en el tiempo, porque no solo se puede pintar sino generar diferentes estilos y texturas.

Para esta muestra también incursioné por primera vez con el bordado sobre arpillera, quería experimentar con otros hilos y soportes. Los hilos que se usan en la arpillera son hilos que se usan generalmente para crochet. Pasó algo interesante, en este caso con la textura y una variedad de colores tal vez más acotada, pero no menos interesante, que seguro seguiré trabajando en mis obras. 

 

—¿Por qué el bordado? ¿Había bordado en tu infancia, en tu casa?

—No, es una elección mía. En algún momento me sumé a un grupo que se llama “Mamapacha” en Resistencia que junta a varias mujeres bordadoras, cada una tiene un rol y allí aprendí el bordado. De mi mamá solamente tengo recuerdos cosiendo a mano o usando la máquina. Entiendo que sabía bordar porque era algo que se enseñaba en la escuela, pero no algo que lo hacía en su día a día. El bordado es la herramienta que elijo en este momento para plasmar ideas que quería desarrollar y que me permitan explorar de una manera más integral espacios que me atraen.  

 

—¿El último momento de tu obra es el último nudo? 

—No, creo que lo último es la contemplación con todo lo que eso trae. En realidad no hay un último momento porque la obra no termina en la hechura manual, termina en la contemplación y esta se va modificando y a su vez dando nuevos significados a la misma.  En esta primera muestra la mirada de los espectadores me ayudó a descubrir muchas cosas, confirmé esa mirada del otro, ese feedback le da un continuo cambio a la obra y puede modificarse en lo que representa en cada uno. Me pasaron cosas muy lindas con la gente que sintió la cercanía de la obra, porque a ellos también les rememoró momentos relacionados con los elementos que impregnan mi obra y que tienen un vínculo con la región. 

 

—¿Se expone sólo la obra o también te sentís un poco expuesta? 

—Siento que sí hay una exposición de mí misma. En esta muestra estoy exponiendo mi sensibilidad desde mis orígenes, abriendo la posibilidad de que se me conozca de otra forma.

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