Los resultados de las elecciones provinciales marcaron la ratificación de un rumbo que se proyecta al futuro bajo el perfil vanguardista de una administración que, con el inapelable 52 por ciento de los votos, terminó de cortar los últimos vasos comunicantes con el colombismo.
Aunque los medios nacionales se empeñaron en marcar la paupérrima performance de La Libertad Avanza, el verdadero perdedor de la contienda del domingo 31 de agosto fue el ex gobernador Ricardo Colombi, cuyos modestísimos 16 puntos quedaron a años luz de los presagios grandilocuentes que el actual líder de ECO intentó instalar con su inverosímil teoría del “voto subterráneo” que -según sus analógicas deducciones- le devolverían el bastón de mando.
Juan Pablo Valdés es el primer gobernador surgido de vertientes que nada tienen que ver con los tejes y manejes de Colombi. He allí el verdadero cambio que operó en Corrientes en el último día del mes que, según milenarias creencias indígenas, es el tiempo ideal para dejar atrás lo vetusto. Algo de eso -a no dudarlo- hubo en el veredicto popular que ungió al nuevo mandatario y relegó al candidato de ECO a un tercer escalón indecoroso para su pasado de esplendor.
Colombi llegó al poder en 2001 de la mano del entonces ministro del Interior delarruista, Ramón Mestre, con una provincia intervenida por el también cordobés Oscar “Milico” Aguad, el fulano que tomó 60 millones de dólares de crédito y los devolvió en papeles de colores llamados Cecacor. Fue la prueba contundente de que Corrientes había tocado fondo y la sociedad reclamaba una solución local.
En aquel escenario de reset generalizado de las instituciones correntinas, Colombi se convirtió en el delfín de la armada cordobesa que había gobernado el Taragüí con la suma del poder público. Desde esa catapulta de lanzamiento, aterrizó en el sillón de Ferré después de vencer a un Tato Romero Feris encarcelado mediante un polémico conteo de votos nunca esclarecido.
Desde ese momento el poderío de Colombi creció a niveles estratosféricos, legitimado por su habilidad para yepocarse por los éxitos político-financieros del kirchnerismo, del que fue aliado dilecto en sus primeros años de mandato. La provincia ordenada y en paz después del caos del 99 le dio margen para ungir un candidato con su mismo apellido, su primo Arturo.
Pero luego de cuatro años de internas palaciegas, tras doblegar a su propio pariente, Ricardo volvió y se quedó en la poltrona gubernamental hasta 2017, cuando -ya agotadas sus chances reeleccionistas- bendijo a Gustavo Valdés, un joven legislador nacional que llegó decidido a no cometer los errores del pasado. El actual mandatario nunca rompió con Ricardo, sino que se dedicó a gestionar mientras heredaba los atributos del poder mediante un proceso aluvional.
Las células del poder territorial de la alianza encabezada por la Unión Cívica Radical se fueron adhiriendo al armado de Gustavo Valdés con la naturalidad de la electrólisis. Es decir, como parte de un devenir silencioso pero constante, muy a tono con la evolución del pensamiento colectivo. Los que hacían pie en la cabeza de playa valdecista se daban cuenta de que no tenían que soportar a un bravucón que todo lo resolvía con tres gritos, sino que podían concertar con un atlético amigo de la negociación intersectorial que atendió todos los teléfonos, desde los sindicatos hasta los espacios opositores que se identificaron con sus formas afables de ejercer la autoridad.
No es casual que el candidato vencido por Valdés en 2017, el peronista Carlos Mauricio Espínola, haya terminado siendo parte de Vamos Corrientes en estas elecciones que marcan un fin de ciclo para una provincia que eligió la renovación dentro de la continuidad. Un Valdés sucede a otro Valdés, pero con el dato revelador de que Juan Pablo no fue parte de los designios colombistas sino todo lo contrario. Fue el blanco de su rencor expresado en la falsa noticia de que no terminó la escuela secundaria, un libelo burdo y contraproducente, pues el gobernador electo es egresado del Liceo Naval de Posadas, una de las instituciones más exigentes del país.
Ricardo Colombi quedó tercero detrás del kirchnerista Tincho Ascúa. Un guarismo que implica un certificado de jubilación para quien, como él, fue un líder todopoderoso durante lustros, pero inhábil para leer el cambio de época. Analfabeto en las redes sociales, ignorante del tiro en los pies que significó su estrategia de jugar con la inteligencia artificial sin el adecuado asesoramiento, terminó siendo un desconocido para los votantes sub 30, que esta vez fueron a votar motivados por un interés genuino: conservar la tranquilidad lograda en los últimos siete años y medio, en un país sumido en el desmadre mileista.
Juan Pablo Valdés gobernará a partir del 10 de diciembre con su hermano Gustavo sentado en el Senado y el apoyo de otros baluartes del esquema ganador como es el caso de Eduardo Tassano, diputado electo perfilado para la Presidencia de la Cámara baja. Al frente de la Cámara alta seguirá el más leal de los escuderos, Pedro Braillard Poccard, mientras que el perseverante Claudio Polich se dedicará a cuidar los laureles obtenidos en el distrito capital.
Un amplio entramado de intendentes acompañará la nueva administración, cuyo principal desafío será crecer en medio de un contexto nacional impredecible salvo por un detalle: la esperanza encendida que significa el advenimiento de Provincias Unidas, la liga de gobernadores que ayer festejó codo a codo con Vamos Corrientes. A esa nueva opción se acaba de integrar formalmente el primer mandatario saliente, con la mirada puesta en las nacionales de octubre y -a largo plazo- en las presidenciales de 2027.