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El ventrílocuo de Sarmiento

Emilio Jurado Naón es licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires y codirige Revista Rapallo, publicación en papel de poemas y ensayos. Tiene varias publicaciones, entre ellas “A rebato”, 2013. Participó en las antologías “Lámparas”, 2018, y “Degenerados”, 2018. Coordina el Taller de Producción Literaria de la Municipalidad de Hurlingham, Buenos Aires.

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

Cuando terminó la feria del libro de Caá Catí, el primer fin de semana de septiembre, volvimos en auto con Cristina Iglesia a Corrientes.

Gran parte de esa hora y media ella habló de Sarmiento y sobre todo de su libro de Viajes. Habló también de cómo la literatura del siglo XIX es referencia, fuente y motivo de reescritura de nuevos escritores argentinos, “por ejemplo Emilio Jurado Naón que acaba de sacar un libro sobre Sarmiento”, me dijo pero me aclaró que su título es Sanmierto.

Al otro día pedí el libro, llegó días después, lo devoré de una vez.

Sanmierto es una de las novelas más interesantes que leí en el año porque es el tipo de libro que lleva a un lector a seguir hasta el final de una sola vez. Una sorpresa tras otra en una lectura que no resulta sencilla y en eso radica el desafío lector.

Jurado Naón nos ofrece un complejo texto donde la organización del material evita el estereotipo de novela lineal y facilonga.

Como no podía ser de otro modo, es Sarmiento el que habla y habla difícil, barroco y grandilocuente como él. Sanmierto nos ofrece un laborioso cuidado del ritmo y el sentido pero sobre todo del ritmo como organización del sentido.

Surgió en la entrevista la idea de novela como caleidoscopio. Recordemos que Alphonse Giroux patentó el caleidoscopio en 1818 en París como “transfigurador”, un objeto que con ayuda de un movimiento de rotación “daba combinaciones agradables y variadas”.

Jurado Naón usa fragmentos de textos de Sarmiento para escribir su novela, que se convierte en una caja inteligente de escritura.

Emilio Jurado Naón es licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires, codirige Revista Rapallo, publicación en papel de poemas y ensayos, publicó A rebato, en Blatt&Ríos en 2013, y participó en las antologías Lámparas, de Editorial El Pulpo de Puerto Rico en 2018, y Degenerados. Muestra de narrativa chileno-argentina hipercontemporánea, de Lagüey de Chile en 2018. Coordina el Taller de Producción Literaria de la Municipalidad de Hurlingham (Provincia de Buenos Aires).

—Contame cómo surge esta idea de Sanmierto.

—Sanmierto surge a partir de una monografía, cuando estaba haciendo la carrera de Letras en la UBA, para la materia Literatura Argentina del siglo XIX. Tenía que hacer una monografía sobre un texto de Sarmiento, que era importante en el programa de ese año. A mí ya me gustaba leer a Sarmiento; había leído Facundo y Recuerdos de Provincia por mi cuenta, pero haciendo ese trabajo me trabé (cosa que me suele pasar mucho, incluso ahora cuando escribo reseñas). De repente estaba en blanco y me puse a hacer un trabajo lúdico reescribiendo, engordando el texto, variando un par de párrafos de un libro de Sarmiento y salió el primer cuento así.

—En la contratapa dice que es un poema novelado, que se trata de una novela experimental ¿Te parece bien eso? ¿Es así?

—Sí, eso lo dice Javier Fernández Paupy que es editor, escritor y amigo mío. Le pedí la contratapa y la verdad que sí. Lo considero un elogio porque yo escribo más que nada narrativa pero leo mucha poesía en verso también. A la hora de escribir y también de leer, de considerar lo que leo, me gusta la narrativa que aspira a la concentración del sentido, que es lo que tiene la mejor poesía. Esa es la divisa de Ricardo Zelarayán, que decía que la prosa es poesía o nada. Y a mí se me marcó a fuego ese concepto.

—Bueno, acabás de decir algo muy importante. Lo que más me atrajo del libro es la construcción del sentido que no abandona en ningún punto el ritmo. Entender el ritmo y el sentido para escribir… ¿no? Es hermoso eso, lo que más me gustó, la construcción del sentido y del ritmo.

—Claro y a veces también, uno aspira a trabajar sobre el sentido del ritmo; porque a veces uno es muy literal con que el sentido es el significado de las frases o la trama, o la anécdota; pero en realidad, en un sentido más abstracto, el ritmo y la sonoridad de las palabras tiene un sentido -vale la redundancia- abstracto, pero sentido al fin.

—¿Y algún punto desborda del sentido no?

—Sí, puede ser. También el desborde es algo que a mí me interesaba de la escritura de Sarmiento de alguna manera, ¿no?

—Como lector disfruto que a la vez haya cierta facilidad y por otro lado una dificultad de lectura ¿Cómo se trabaja eso?

—Bueno, no sé, es raro. Es un tema a discutir, ¿no? A mí en principio como lector, las propuestas literarias difíciles, o que en términos generales se consideran difíciles, me atraen, me resultan un desafío para leer. Supongamos, el Ulises de James Joyce o la poesía del escritor estadounidense Louis Zukofsky, que son cosas “raras”, difíciles, me atraen. Son apuestas singulares y que exigen mayor atención del lector, mayor constancia… y eso, como lector me atrae.

Por otro lado, como escritor, cuando me pongo a escribir, si la cosa se pone muy redundante, si veo que me estoy repitiendo, o caigo en fórmulas que para mí son inmediatas y fáciles, trato de evitarlas. Y a veces “las cosas difíciles” me interesan más porque son distintas a cierta facilidad contemporánea (que tienen ciertas escrituras más inmediatas) y que trato de evitar. Bueno, en Sanmierto se dan estas frases barrocas un poco favorecidas por la parodia a la escritura del siglo XIX, pero después me puse a escribir textos que son, en cierto sentido, más transparentes. Son todos conceptos complejos estos (“fácil”, “transparente”, “difícil”), que habría que desarrollar, y que representan una tensión a la hora de hablar sobre literatura.

—¿Cómo pensaste y cómo trabajaste la estructura de esta novela?

—Cuando salió ese primer relato que contaba, de la monografía, dije: acá hay una línea para seguir, y me puse a hacer otros capítulos pensando en conservar la primera persona de Sarmiento como narrador, y desarrollándolos a partir de fragmentos breves, como anécdotas que yo había leído en distintos libros suyos. Son fragmentos en los que tanto los personajes que menciona Sarmiento como las anécdotas que relata son muy laterales, aparecen como subsidiarias en relación al tema central de sus libros… mientras Sarmiento está hablando sobre Facundo, sobre Rosas, cuenta algo que le pasó, cuenta algo sobre personajes que conoció y que me parecían potentes, pero que estaban como semillas en el texto original de Sarmiento. Entonces traté de sacar algo de esos personajes, y así aparece la “Visita al calabozo”, que es el primer cuento, o “Villegas”, que es un personaje que vive en la isla Martín García, en fin así fue.

También lo he pensado en términos dramáticos como si fueran pequeñas escenas de teatro, en las que participaban Sarmiento más otros personajes. Así fui pensando la estructura del libro.

El libro lo terminé de escribir hace unos cuatro o cinco años, pero el año pasado, cuando hablé con Christian Kupchik, que es el editor de Leteo, lo  leyó, le gustó y lo quiso publicar, pero me retrucó. Me dijo, “hagámosle un posfacio, convocamos a alguien para hacer un posfacio”; y entonces, le dije “mejor lo hago yo, pero lo firmo como Alberdi”. Como si fuera Alberdi respondiéndome a mí, criticándome por elegir a Sarmiento como personaje central. Ese es el estilo…

—Esta estructura de capítulos que pueden ser cuentos y que sin embargo se organizan en novela crea, me parece, una continuidad de novela pero también puede leerse en su discontinuidad como cuentos cortos. Puede ser leído como caleidoscopio. ¿Cómo se trabajó eso?

—Bueno, no sé. En principio me iba preguntando cosas respecto de la linealidad o no linealidad de los que se iba armando a medida que lo escribía; entonces decía, hay un piso básico, tengo a Sarmiento hablando y lo hago a partir de estos textos originales de Sarmiento pero reversionados, reescritos.

También me interesaba, volviendo a Zelarayán, su libro Lata Peinada, que es una novela inconclusa y una de las cosas que me gustan de ese libro es que es un mapa de Argentina más allá de los límites convencionales (que desborda los límites del territorio y se continúa, por ejemplo, en Bolivia) y me interesaba entrarle a eso. Que el texto de Sanmierto también tuviera un mapa latinoamericano, sudamericano en sus escenas y que eso le proveyera cierta linealidad. 

Después, en cuanto a novela, en cuanto a las acciones, no hay linealidad porque salta en el tiempo, va para atrás, para adelante, salta en el espacio, son distintas  escenas a lo largo de toda la carrera y vida de Sarmiento. Hay una en que es joven, hay otra en que es viejo, hay una en la que está con Urquiza. Eso tal vez alguien que sabe mucho de Sarmiento, o no tanto, pero un poco más que la media y que leyó más de dos libros de Sarmiento, puede más o menos ubicar en qué momento está de la vida de este prócer. Pero, no hay mucho más, tiene algo de caleidoscópico, sí, es interesante ese término… a mí lo que me gusta es leer la obra de Sarmiento  como un caleidoscopio, y a la vez leer la historia nacional y la literatura nacional también de ese modo.

—Me llamó la atención la primera persona, porque a Sarmiento sus contemporáneos lo llamaban “Don Yo” que además estaba muy ocupado en la vindicación de sí mismo como dicen Sarlo y Altamirano. Creo que no había otra posibilidad, ¿no?

—Yo estaba empapado de Sarmiento porque en un momento lo leí mucho y me empapaba de su prosa, todo en términos estéticos porque políticamente tengo muchas diferencias. Me gustaba imitarlo y trabajar la voz de Sarmiento y la vez poner mi propia voz; porque, en definitiva es como un muñeco del cual yo soy ventrílocuo.

—¡Claro, exactamente!

—Es un dispositivo de escritura que por ahí se puede asociar con algunos dispositivos del Surrealismo. Es decir, repetición y variación, tomar un texto ajeno y reescribirlo, casi como un collage; y el “yo” no fue algo difícil, porque ya te digo, me gustó; en un momento se acabó la nafta y ya no me copaba tanto y bueno era momento de cerrar y pasar a otra cosa.

—Después, lo que nos llama la atención a los lectores es esta enorme cantidad de palabras “raras”. Como lector me gustaría saber cómo lo hiciste y cuáles fueron las dificultades de hacerlo. 

—Claro, sí. Eso es interesante más que nada desde el lugar de la recepción, porque yo la verdad que estoy muy contento con la bolilla que se le ha dado al libro, no me lo esperaba realmente. Lo debo en gran parte a la distribución de la editorial Leteo y a la distribuidora, Carbono, que se ocupa también de editorial Godot, entre otras. Son cuatro editoriales y la verdad que llega a todos los puntos del país, y eso ayuda a que llegue a más lectores.

Mucha gente, muchos periodistas lectores apuntan eso del lenguaje; eso es algo que no sé, a mí me gustan las palabras, yo escribo desde ese lado, y me gusta cómo suenan las palabras, y las palabras raras, y las palabras fuera de contexto. 

Encontré justo en Sarmiento, a más de cien años de distancia, a un escritor que trabajaba con todo tipo de palabras, castizas, palabras contemporáneas de su época, hay un trabajo mimético de eso.

Yo creo que hoy, la recepción, los comentarios que se hacen en torno al léxico, me parece que habla, más que de mí, hablan del contexto de la literatura que hoy se está escribiendo y publicando.

Básicamente la mayoría de los escritores y escritoras de narrativa tienen un lenguaje muy acotado y también, en general -todo en términos generales-, el trabajo desde el “Yo”, volviendo a la pregunta anterior, que se postula como “verdadero”, como un presupuesto de realidad que el lector tiene que aceptar como viene, cuando en realidad siempre estamos hablando de construcciones literarias. Un “Yo” muy pegado a la voz del autor/a. Por ahí hubo otros momentos más interesantes de esta “escritura del yo”, pero hoy empobrece, y el lenguaje también está empobrecido.

Me parece que el hecho de que llame la atención, y de que llame la atención positivamente, habla del momento en que vivimos; nadie dice “uy, qué bajón esto”, que Sanmierto tenga tantas palabras “raras”, poco frecuentes, sino que, en general, es tomado con alegría lectora.

—Sí, tal cual, con alegría lectora. Así fue, para mí. Una pregunta casi de pizarrón, de lugar común, pero me gustaría que me des tu opinión. ¿Por qué está fascinación por el siglo XIX o en varios escritores los jóvenes argentinos? ¿Qué pasa o qué te pasó a vos y si notás esto en otros autores?

—Sí, bueno. Justamente vos mencionabas antes a Cristina Iglesia, y ella en una entrevista hablaba de eso, ¿no? Se ve que sigue muy atentamente las producciones contemporáneas y de escritores jóvenes. Hay algunos otros autores que laburan con el siglo XIX desde lugares extraños, como Michel Nieva o Gabriela Cabezón Cámara.

Creo, por lo menos en mi caso, que tiene que ver con pensar el presente desde una perspectiva histórica. La Literatura Argentina surge en un contexto muy politizado del siglo XIX. El origen de la literatura nacional está ligado a (o, directamente, es indisociables de) la literatura política de autores como Sarmiento, Echeverría, Hernández y eso hace que los discursos político y poético estén desde el inicio en nuestra historia (si no en la de todas las culturas). Retomar esa tradición en el contexto actual me parece necesario.

No sé, realmente será una cuestión de una pequeña corriente de la época… en mi caso es una vuelta a estos temas desde un trabajo con el lenguaje muy intenso. Que por ahí en los últimos 15 o 20 años yo no lo he encontrado tanto en narrativa; sí en algunos casos aislados, pero en términos generales el vínculo entre lenguaje y política más interesante lo vi en poesía argentina (como Leónidas y Osvaldo Lamborghini, o más cerca en el tiempo, Violeta Kesselman, Martín Gambarotta, Alejandro Rubio, Sergio Raimondi).

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“Sanmierto”

Este poema largo novelado, irreverente y experimental, escrito como si el castellano estuviera a punto de volverse una lengua muerta, es una alegoría monstruosa de la heroicidad. Ópera bufa de sintaxis decimonónica donde un cultor del lenguaje frasea en todos los registros y sugiere, con humor, que la generación del 37 enmascaró locura detrás de una supuesta racionalidad letrada. En Sanmierto, Emilio Jurado Naón pone al discurso historiográfico en un pentagrama y hace música. En sus páginas encontramos a un Sarmiento a contrarrealismo: general de imprenta, gobernador de San Juan, preso, violador, profanado, execrable, gagá, egotista, hiperbólico, extemporáneo, caricaturesco, trepanado, grandilocuente, desdibujado, recién hecho. Una antihagiografía del prócer, lascivamente desacralizadas con todas las disonancias y acoples de la distorsión. 
Javier Fernández Paupy