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Ocuparse para no tener que alarmarse

Por El Litoral

Viernes, 31 de enero de 2020 a las 01:00

La posibilidad de que una enfermedad infecciosa causada por un agente desconocido se propague rápidamente y en forma sostenida por el planeta les eriza la piel a los epidemiólogos. No es para menos. Con la humanidad concentrada en megaurbes, una virosis transmisible de humano a humano puede esparcirse como un reguero de pólvora y poner en jaque al sistema de salud global.
Hay ejemplos recientes. En 2002 comenzaron a registrarse en la provincia de Cantón, China, casos de una neumonía atípica. El síndrome respiratorio agudo grave, conocido por sus siglas en inglés Sars (Severe Acute Respiratory Syndrome), llegó a casi 30 países. Causado por un extraño coronavirus (un microbio que afecta las vías aéreas), este brote infectó a miles de personas y ocasionó unas 800 muertes antes de ser controlado, entre otras cosas, con medidas heroicas como el aislamiento de una región del sudeste asiático.
En 2009, la pandemia de gripe que los virólogos venían anunciando desde hacía años finalmente se presentó con el virus A (H1N1), dio la vuelta al mundo en 14 meses y dejó un saldo de 19.000 víctimas. Los hospitales no daban abasto para atender a los enfermos (y a los que temían estarlo) y se tomaron medidas tan extremas como interrumpir las clases, cerrar los aeropuertos e impedir las aglomeraciones.
En 2012 las alarmas volvieron a sonar con la aparición, en Arabia Saudita, del síndrome respiratorio de Medio Oriente (Mers-CoV), también provocado por un coronavirus. Causaba enfermedad respiratoria aguda grave, fiebre, tos, neumonía, dificultad respiratoria, afectación renal y una alta mortalidad, cercana al 30%. Las investigaciones mostraron que las personas la contraían de las secreciones nasales de los camellos (aunque también hubo transmisión entre humanos) y que ciertas especies de murciélagos parecen ser un reservorio del microorganismo.
La experiencia reunida en las últimas dos décadas llevó a establecer sistemas de monitoreo para detectar este tipo de amenazas, pero no logró impedir el surgimiento de otro brote, nuevamente por un virus de la familia de los que provocan el Sars y el Mers. Comenzó a fines del año pasado en la ciudad de Wuhan, China, que con 11 millones de habitantes y mercados que venden animales vivos (aparentemente, también serpientes y murciélagos) resultó un caldo de cultivo para que aparecieran casos de una misteriosa neumonía. A medida que estos se multiplicaban, hubo temor, dudas, incertidumbre. 
¿Qué se sabe hasta el momento? Aunque todas las certezas son provisorias, se difundió que los afectados ya superan los 4.500, pero en principio la letalidad estimada sería baja, de alrededor del 3% (mucho menor que la de los otros cuadros provocados por virus del mismo tipo). Las más de cien muertes registradas fueron principalmente en personas inmunodeprimidas, adultos muy mayores o con problemas respiratorios importantes. Como los otros coronavirus conocidos, el 2019-nCov se extiende muy rápido y se probó la transmisión humano-humano. La OMS indicó también que puede contagiar en su período de incubación, que va de los dos a los diez días, aproximadamente.
Todo esto pudo averiguarse gracias a una acción concertada y veloz de la comunidad científica. Las revistas publicaron los primeros trabajos sometiéndolos a un referato de excepcional celeridad (alrededor de dos días) y bajo la norma de acceso libre. 
Los efectos del coronavirus chino no solamente tienen consecuencias en la salud de las personas contagiadas. También los mercados del mundo sufren las consecuencias negativas. El impacto de la propagación de la enfermedad hizo, por ejemplo, que las bolsas operaran en baja, que el petróleo sufriera una fuerte caída y que se registrara una suba del oro, además del impacto en el sector de servicios de viajes y turismo.
La Argentina es por ahora un país de bajo riesgo, pero no puede sustraerse de las exigencias de la situación. Las autoridades comunicaron que se revisaron los protocolos de detección y registro, y el sistema sanitario está en comunicación constante con la OMS y en condiciones de dar una respuesta adecuada.
Aunque la preocupación por este nuevo virus es genuina, los especialistas advierten que hay que vigilar cómo evoluciona la situación, pero sin entrar en pánico. El miedo sumado al sensacionalismo puede resultar una combinación desastrosa.

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