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/Ellitoral.com.ar/ Especiales

El acordeón como confluencia de saberes y sonidos

En Mauro Bonamino hay una identidad musical que se inscribe dentro del género chamamé que surge de las huellas sonoras de su infancia en Ituzaingó, pero también de otras voces que amplían su horizonte cultural.

Simón Frith dice en Música e identidad que “la identidad no es una cosa, sino un proceso vivencial”. Por eso, componer y tocar es para Mauro una forma de narrar experiencias con cuidadosa sintaxis musical, una síntesis de lo que llega desde el pasado de la mano de su abuelo que traduce a un lenguaje propio en sus canciones.

Bonamino, nacido en Ituzaingó, es un hombre de fronteras no solo territoriales porque su música no solo expresa un origen o una pertenencia, sino también una experiencia vital basada en la mixtura y una articulación de saberes de otras culturas.

Cuando tenía que acompañar en alguna presentación a su abuelo Secundino Martínez, la ceremonia previa era siempre la misma: llegar con su ropa de escenario, cenar en su casa, cambiarse ahí y salir al lugar donde tenían la actuación.

“Una vez que estábamos listos era muy común escuchar al abuelo decir ‘¡jaha!’”, en ese momento arrancaba la noche. Esa situación  le quedó tan incorporada que cuando ahora toca con su grupo en algún lugar, hace el mismo llamado: jaha (vamos). Por eso su último trabajo discográfico lleva ese nombre. En Corrientes sabemos que jaha puede ser un imperativo, pero prefiero pensarlo como una invitación de Mauro B a escuchar su disco, que nos plantea un paisaje musical donde oímos sonoridades antiguas y un ritmo perfectamente marcado del chamamé de la mano de Samuel Rodríguez en guitarra y el contrabajo de Federico Mayuli.

Este registro, disponible en distintas plataformas, no solo pinta un paisaje, a veces lo desenvuelve en sus claroscuros y opacidades que también contiene el espacio sonoro correntino. Mauro B lo capta y toca logrando un sonido contenido que nunca llega con estridencias a nosotros, llega suave, mitigado en sus brillos, en su énfasis, como un atardecer que baja lento.

Su música tiene el “alma lejana de su infancia”, cierta melancolía que se abre como una acuarela de sonidos de Corrientes.

Jaha es una confluencia de saberes y sonidos, que fluye en nuevos aires.

El acordeón de Nini

En 2017 acompañé a Mauro B al acto de declaración de Patrimonio Inmaterial del Mercosur, donde tocó dos veces, primero en un anexo de la cancillería y luego en Casa Rosada para el acuerdo de ministros de Relaciones Exteriores.

Allá fuimos, el avión salió de Resistencia y me senté a su lado. En el camino le pedí que me contara la historia del acordeón que llevaba. 

“Me entere de que los Flores tocarían en la bajada al río de calle 7 del barrio 1000 Viviendas de mi pueblo. Con Martín Sena llegamos corriendo a la playa apenas habían comenzado a tocar los temas de “Canto a mi terruño”. Al finalizar la actuación con 18 años me acerqué a saludarlos y sobre todo a ver un acordeón cuyos recursos salían de la media a que estaba acostumbrado a ver”.

Fue inevitable pedirle a Nini poder pulsar el instrumento Piermaria Gala y obvio que le dijo que sí y “por un instante sentí en mis dedos un instrumento de otra categoría. Sentí que si quería andar un camino de calidad tenía que tener un instrumento similar. Me gustaba mucho un anterior acordeón de Nini, un Fratelli Crosio que terminó en las manos Pelusa Canteros de Curuzú Cuatiá”, me contó.

“Llamame a ver qué tengo y te muestro”, le dijo Nini aquella tardecita de verano.

A los pocos días hablaron y Nini le pidió que viniera a Corrientes a ver el instrumento.

El lugar de encuentro fue el restaurante Puente Pexoa frente a la rotonda de la Virgen de Itatí, a la salida de la ciudad de Corrientes.

“Mi ídolo me venía a buscar. Nini bajo del WW Gol, con sus ojotas negras, jeans y una remera azul, nos saludamos, fuimos a su casa donde me mostró una Freatelli Crosio impecable”.

Era lo que quería y la escena era inmejorable. 

“Fue uno de los días más felices de mi existencia”, recordó Mauro. 

En el 2006 produje una gira de diez ciudades para Rudy y Nini Flores. La actuación de Ituzaingó  en el Centro Cultural se suspendió por fuertes lluvias y nos reprogramaron en los primeros días del verano en un contexto de playa donde muy pocos prestaban atención a los artistas, entre esas pocas personas que se detuvieron a escuchar estaba nuestro entrevistado de hoy.

Ese día habló con Nini. El instrumento continúa en manos de MB.

—¿Cuál fue tu primer acordeón y qué recordás de ese momento?

—Mis padres me compraron mi primer instrumento cuando tenía 6 años. Empecé a dar mis primeros pasos en la música a la edad de 4 años con el acordeón de 3 hileras y 12 bajos de mi primo. Luego, cuando vieron que mi interés por aprender a tocar el acordeón no se diluía, mis padres decidieron regalarme mi primer instrumento, era un acordeón de 3 hileras y 16 bajos marca La Melódica que hoy en día se encuentra en manos de mi abuelo.

—¿Qué tocabas en ese momento?

—En ese momento iba aprendiendo clásicos como “El Curupí”, “Acordeona tuyá porá”, “Kilómetro 11”, “Merceditas”, etc.  Cuando tenía 6 años, mi abuelo se había dado cuenta de que podía empezar a “seguirlo” y empezó a transferirme lentamente parte de su repertorio para que pueda tocar a dúo con él. A partir de ese momento comencé a acompañarlo en algunas presentaciones en fiestas patronales, en la fiesta de algún santo que se celebraba en el patio de alguna una casa, algún que otro festival… lugares por los que generalmente uno empieza a transitar cuando da sus primeros pasos como músico en esta región. 

—¿Qué tocabas en ese momento?

—Mi abuelo viene de una clara influencia de la música de Cocomarola, por lo cual el sonido de don Tránsito estuvo muy presente en mi infancia aunque también sonaban otras cosas. Por la casa de mis abuelos pasaban muchos músicos, uno podía llegar y ver que de visita estaban Ramón Méndez, quizás Luis Alfredo Núñez, Los Hermanos Cavia, Cambá Gaúna, encontrarse con un ensayo de la Orquesta Folklórica de Ituzaingó dirigida por Julio Lohrman. Todos ellos forman parte del paisaje sonoro de la región de donde vengo. A todo esto debo agregar que hasta el año 1994 mi abuelo tuvo pistas de baile; es decir que alcancé a ver el último tramo de esa actividad que también llevó adelante, por lo cual recuerdo con mucha nitidez cómo eran algunos preparativos. En ese contexto se desarrolló mi mundo musical.

—¿Cuáles eran esas pistas de baile?

—Las pistas fueron “El Tropezón”, estaba ubicada en la zona donde hoy se encuentra la oficina de Relaciones Públicas de la Entidad Binacional Yacyretá, luego la pista se trasladó hacia la zona del centro, más precisamente sobre la calle Antártida Argentina entre  Corrientes y Buenos Aires y por último la pista del Club San Martín ubicado casi en la esquina de las calles J. A. Roca y Pago Largo. Solo de este último tengo algunos recuerdos.

—Después de tu primer acordeón, ¿a cuál vas y qué pasó?

—En el año 1998, a la edad de los 10 años, ya había crecido y había avanzado en el instrumento, necesitaba de algunos recursos con los que no contaba en mi pequeño acordeón, entonces pudieron conseguirme un acordeón de marca Maestropiano (Industria Argentina) que tenía 37 botones en la mano derecha con 4 cambios de registro y 80 bajos en la mano izquierda. Fue preparada por Manuel Zbinden y Roque Librado González.

—¿Que lograste con ese instrumento?

—Con ese instrumento empecé a curiosear lentamente, buscando información en algunos CD y cassettes de artistas como Los de Imaguaré, Grupo Reencuentro, Raúl Barboza, Ernesto Montiel y Pedro Montenegro, por citar algunos. Lógicamente no lograba reproducir algunas cosas de manera exacta, pero empezaba a buscar otras referencias, empezaba a despertar otros intereses.

—¿Por qué te gustaba Raúl Barboza?

—Era una época donde las pantallas no nos quitaban tanto tiempo y, entre otras cosas, los sábados y domingos me entretenía a la siesta hurgando entre los CD y cassettes hasta que en una de esas siestas encontré un CD de Raúl Barboza, cuyo título era homónimo. En ese trabajo participan Minino Garay (percusión), Jean Louis Carlotti (contrabajo), Rudi Flores (guitarra), Lincoln Almada (arpa) y Richard Galliano como invitado en dos músicas. “Villanueva” daba inicio a la lista de temas que empezaron a sonar en el claroscuro de esa siesta en casa, me sentía frente a una orquesta de cámara abrazado por un sonido profundamente amaderado, ese fue mi primer clic y pensé: “Ah, mirá, todo esto también puede suceder en el chamamé”. Se percibía cierta libertad, se percibía claramente el diálogo entre los instrumentos y una atmósfera que hasta ese entonces no había sentido en otro disco y eso me atrajo con intensidad hacia la música de Barboza. En ese entonces tenía 11 o 12 años y encontrar un disco así, con esos integrantes y la participación de Galliano era mucha información. De esa manera, empecé a intentar reproducir la música de Raúl, un poco jugando y un poco en serio…o jugando en serio… es una etapa que recuerdo con una sonrisa en el rostro.

—¿Y después qué acordeón llega?

—En el año 2006 “pegué el salto” en cuanto a la calidad de mi instrumento, pasé de la Maestropiano de 3 hileras y 80 bajos a una Fratelli Crosio, modelo Stradella, de 5 hileras con 52 notas útiles, en tercera con cassotto en la mano derecha y 5 registros y la mano izquierda de 120 bajos en cuarta con tres registros. Es un instrumento muy completo que llegó a mis manos a través de Nini Flores.

—¿Podés describir ese instrumento?

—Es un instrumento fabricado artesanalmente en la ciudad de Stradella (Italia) por la fábrica Fratelli Crosio de los hermanos Ettore y Mario Crosio, la mayor parte de la producción de esta fábrica estaba dirigida al mercado francés. Es un acordeón que tiene un diseño exclusivo de la marca para ajustar las zapatillas del cassotto del acordeón, dando mejor compresión y una mecánica liviana. Las voces son artesanales y ese cassotto (cámara de sonido) permite contar con un sonido más cálido, menos estridente y me permite encontrar profundidad y firmeza en el sonido. Inicialmente venía con una fluctuación bastante exagerada en el trémolo. En mi opinión, quizás, tenga que ver con que conceptualmente habrá estado pensado para el mercado francés, por lo cual pedí a Roque González que mermara esa fluctuación, varios años mantuve el mismo concepto en mi sonido hasta que hace unos meses atrás le pedí al lutier José Luis Paiva que lo quitara casi por completo, dando inicio de esta manera a una nueva etapa con este instrumento.

Más allá de los detalles técnicos, mirando hacia adentro me encuentro con un acordeón que tiene un sonido que me abraza, con el que me encuentro en una relación de absoluta intimidad y puedo encontrar en los elementos que lo constituyen el perfume de otros tiempos, de otras historias que se entrelazan con mis experiencias y se disparan en la música que propongo… un sonido que me permite recorrer el paisaje de alguna urbe como también me permite sentir que estoy parado en la orilla del río mirando lejos con los pies en el agua.

—Te gustan los acordeones colombianos, los brasileños. ¿Cómo se hace chamamé con todo eso dando vueltas?

—El último trabajo que realicé junto con mis compañeros de Mauro Bonamino Grupo es el resultado de una labor larga y de mucha escucha, la cual no se manifiesta de manera literal, pero que en lo personal siento que me permitió tomar distintos elementos para dibujar los trazos más gruesos de ese proceso creativo y desde allí desarrollar el resto del trabajo a partir de las ideas y de la impronta que cada integrante del grupo le dio. 

Por otra parte, encuentro la inspiración en los distintos acordeones que habitan la geografía de Latinoamérica. Me inspira el acordeón de Catalino Gill que llena el universo de polcas paraguayas, como también me inspiran los acordeones de Dominguinhos que pintan de manera perfecta la realidad del nordeste brasileño; el acordeón de Luiz Carlos Borges, que abre tranqueras y rompe los moldes desde Río Grande do Sul; o el acordeón de Egidio Cuadrado, que desde la Guajira (Colombia) exporta vallenato al resto del mundo. Escuchándolos no solo desde sus instrumentos, sino también saber lo que piensan, cómo vivieron y construyeron su camino es que trato de construir el mío.

—El tema “Guaíba” es un homenaje a ese mundo del sur del Brasil… ¿por qué?

—En el año 2012 había sido convocado para acompañar a la cantante Shana Müller integrando su grupo en una serie de presentaciones, era la primera vez que viajaba a Porto Alegre, el horario de llegada era a las 21, viajaba en un ómnibus de la empresa Planalto. Me sentía ansioso porque estaba arribando a la capital de uno de los estados que dio al mundo muchos artistas que, a mi parecer, han realizado un aporte incalculable para la música universal. Era de noche, no se veía nada al costado del camino hasta que de un instante a otro apareció la ciudad de Porto Alegre reflejada sobre el río Guaíba. Mi emoción fue tal, que se convirtió en esa música a modo de un pequeño homenaje a ese lugar que me permitió conocer gente maravillosa y que posee un significado muy importante para mí.

—Se nota que está muy marcado por el ritmo de chamamé.

—En cuanto a “Jaha” puedo decir que con Mauro Bonamino Grupo, integrado por Marta Toledo (voz), Samuel Rodríguez (guitarra) y Federico Mayuli (contrabajo), hemos logrado lo que pretendíamos transmitir, un registro que cuenta con reversiones de obras clásicas del cancionero del litoral argentino teniendo siempre como centro al género chamamecero, enfocándonos explícitamente en la riqueza del lenguaje de esta música. Queríamos proponer al oyente una sonoridad amaderada, invitándolo a un encuentro íntimo con la rítmica y las melodías envolventes que poseen el chamamé y los otros géneros que conviven en la geografía de esta vasta región guaraní. 

Fue grabado en Tierra Soñada Estudio en abril del 2019 de la ciudad de Posadas (Misiones) bajo la supervisión de Marcelo Kuczek, quien estuvo a cargo de la grabación, mezcla y masterización.

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