Por Rosendo Fraga
Publicado en Clarín
Rosendo Fraga es director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.
La Argentina está atrapada en un círculo vicioso: crece la pobreza y se precisan más recursos para cubrir las necesidades básicas de los nuevos pobres, que, a falta de fondos genuinos y crédito externo, se cubre con emisión monetaria —inflacionaria— y más impuestos, los que a su vez ahogan al sector productivo ocasionando el cierre de empresas y el aumento de la desocupación y la pobreza. A un sector importante de la política —el oficialismo— pareciera no preocuparle este fenómeno. Es más, es como si se lo propiciara, por cuanto más pobres haya que necesiten vivir del Estado, tanto más se afianza la dependencia recíproca que se traduce en fidelidad electoral hacia el oficialismo, que se proclama abiertamente el partido de los pobres.
En simultáneo y en otro de sus objetivos, desencanta al sector productivo con el país —para que lo perciba como una causa perdida— haciendo que sus esfuerzos y sus recursos se enfoquen a una posible migración. El sector empresario es el único que podría contribuir financieramente a que la oposición pueda solventar su campaña electoral y controlar las elecciones con eficacia, contrarrestando la batería de recursos públicos que pondrá a disposición de su proyecto el kirchnerismo.
La Argentina se encuentra al filo de la navaja. Las fundamentales elecciones de este año y las del 2023 dilucidarán que rumbo tomará el país: si triunfa este modelo de inspiración venezolana o se impondrá el de la Argentina productiva. La única vía para reducir la pobreza es a través de la inversión y el empleo. Es algo tan sabido que, sin embargo, los que están secuestrados en el esquema de subsistencia por medio de la dádiva pública no lo llegan comprender. O prefieren seguir en esa precaria condición a temor de dar un salto al vacío y quedarse sin nada.
Desde la perspectiva del sector mayoritario y dominante del oficialismo —o sea, del kirchnerismo— suena coherente no querer arreglar con el FMI o prohibir las exportaciones de carne, ya que de esa forma pone de manifiesto su sintonía con los sectores carenciados y se amedrenta a toda la producción, no solo al agro, ya que cualquier empresario tendrá bien claro que su inversión estará a merced de la demagogia política.
En semejante contexto, la división de la sociedad —o sea, la grieta— se vuelve inevitable. Si bien no vivimos aún un trance equivalente a los de Venezuela o Bielorrusia —aunque estamos en riesgo de encaminarnos en esa dirección— es como si se les pidiera a los opositores al régimen en esos países que depongan su actitud en aras a la unidad nacional. ¡Unidad para la sumisión! Se le estaría pidiendo a un sector —los que se oponen— que depongan la confrontación en atención a un objetivo superior que es la unidad nacional, mientras al otro sector, al que gobierna no se le puede exigir que modifique su programa, puesto que tiene en su mano el argumento inobjetable de que ganó y que fue votado para llevar adelante precisamente ese plan.
El kirchnerismo, ante cualquier referencia a su espacio o a la actual gestión, comenzó a arremeter contra la figura de Macri, como si todo se redujera a “Macri o ellos”, como si fuera lo único que existe en la oposición, consciente de que es de lejos la figura de ese espacio político que más rechazo suscita en la sociedad. Para evitar que la campaña se reduzca a “ir contra Macri” (ya bien antes de que haya comenzado están mostrando sus cartas) resultaría atinado para las chances del sector opositor que el expresidente no se postule a ningún cargo en las próximas elecciones, más allá del apoyo que pueda tener en el grupo “duro” de su electorado y de los merecimientos que pudieran corresponderle. Incluso esa sería tal vez la mejor manera de preservarse si es que tiene intenciones de competir en el 2023 y las condiciones del país se lo permitieran. Si es que el proyecto populista tiene alguna chance de afianzarse, lo será más por las limitaciones que tiene la aplicación de un programa de crecimiento que por los beneficios que ilusoriamente pueda llegar a brindar al sector de la sociedad que lo sostiene electoralmente. Con su esquema, a la larga solo se benefician las castas que usufructúan del poder y sus agentes.
Desde el espacio que se identifica con los valores republicanos y está a favor del desarrollo resulta muy difícil construir una explicación —lo que comúnmente se llama “el relato”— a partir de bajar impuestos, que es un tributo que pagan “los pudientes” y de hacer reformas que convienen a los empresarios, para que a partir de esas acciones se beneficien “los necesitados”. Hay que transferirles recursos a los que más tienen porque de esa forma se van a beneficiar los que menos tienen. Para cualquier mente mínimamente lógica suena un contrasentido.
Muchos analistas acusan de pereza o desidia a los sectores pro-mercado en la elaboración de un relato que defienda las reglas que conducen la desarrollo, que no son otras que las que promueven la inversión y el empleo. Se trata de una construcción intelectual muy difícil, por no decir casi imposible.
¿Existe un relato factible en ese sentido? Sería como tratar de convencer a los empresarios que subiéndoles los impuestos se incrementarán sus ganancias. Hay sociedades, como es el caso de los Estados Unidos, donde la convicción hacia las reglas del desarrollo es algo implícito, algo muy arraigado en la conciencia colectiva que no necesita ser explicado ni justificado. Ese es el nudo gordiano con el cual están trancadas las posibilidades de aplicar un modelo de inversión y crecimiento en la Argentina. A su vez, la reacción de los factores productivos a los estímulos de la baja de impuestos no es algo automático, requiere además confianza en las reglas de juego y que estas no se van a modificar en “la primera de cambio”, ante el riesgo de que en la siguiente elección asuma alguien de otro signo y vuelva a “fojas cero” con las reformas.
Además, ¿cómo hacer entender al hombre común que la suba de tarifas, algo que impacta de manera concreta en su bolsillo va a ser adecuadamente compensado por una mejora general en las cuentas públicas del país (al eliminar los subsidios que el Estado da a las prestadoras de servicios) y que a las postres se traducirá en una baja de la inflación para el conjunto de los argentinos? ¿Cuántas veces se vivió esa historia sin un final feliz? En cambio, a gente con ingresos alicaídos y recursos exhaustos decirle “yo no quiero que te suban las tarifas” no puede resultarle mas halagador. Argumentar una campaña sobre los valores de la libertad y el republicanismo suena atractivo solo a los oídos de las clases acomodadas. No apunta a resolverle ninguno de sus problemas al hombre de a pie, que es el que con su voto va a dirimir el futuro. La batalla clave de cara al porvenir es cultural, y no luce sencilla: como llegar a los sectores humildes para hacerles comprender que el camino al desarrollo es la única opción para mejorar en un futuro (aunque no sea el inmediato, porque eso no está en las posibilidades de hoy) su condición de vida de manera genuina y sustentable. Encontrar una fórmula para demostrar que los intereses de ese hombre de a pie y de los que detentan el capital pueden estar alineados es el gran desafío a encarar.