¿Existe la mala suerte y la buena suerte?

Por Bernardo Stamateas

Colaboración Especial

Dicen que buena suerte es estar a la hora correcta, en el lugar correcto, con la persona correcta. Se investigó el tema desde el punto de vista psicológico entre dos grupos grandes de personas. Unos decían tener mala suerte, mientras que otros decían tener buena suerte. Se estudiaron sus conductas y se descubrieron varias cosas interesantes. Veamos.

Aquellas personas que estaban seguras de su buena suerte eran dueñas de una mejor autoestima. Entonces, cuando atravesaban alguna adversidad, siempre pensaban en términos positivos. Supongamos que pinchaban una rueda y se decían a sí mismos: “Menos mal que me pasó en la ciudad y no en medio de la ruta”. Es decir, que siempre construían un pensamiento inteligente. No negaban la realidad, pero escogían pensar lo mejor. En segundo lugar, estas personas coleccionaban relaciones interpersonales, pues se abrían a conocer gente. Lógicamente, cuantas más personas uno conoce, más posibilidades tiene de que le pase algo bueno. Pero lo que más me llamó la atención de esta investigación es que les dieron a ambos grupos un periódico y les indicaron que debían contar cuántas fotos había. Todos empezaron a contar y, a la mitad, aparecía un aviso grande que decía: “No cuentes más: hay 85 fotos”. Las personas con buena suerte contaban las fotos hasta el final, a pesar de leer el cartel; mientras que las persona con mala suerte ni siquiera veían el cartel. 

¿A qué conclusión llegaron con esta última actividad? Que la gente que cree tener mala suerte está enfocada solamente en un tema, y no es capaz de ver los “carteles de bendición” que hay a su alrededor. Mientras que quienes creen tener buena suerte son altamente positivos, esperan siempre lo mejor y viven atentos a la próxima oportunidad que llegará a sus vidas. 

Cuenta una vieja anécdota que un granjero llegó a su casa con un caballo. Todo el pueblo dijo: “¡Qué buena suerte que tenés!”. Él respondió: “Veremos, depende”. Hasta que el caballo se escapó y la gente ahora expresó: “¡Qué mala suerte, perdiste el caballo!”. Nuevamente el hombre contestó: “Veremos, depende”. A continuación, el caballo volvió a la granja con otros caballos y el pueblo exclamó: “¡Qué buena suerte!”. Él dijo: “Veremos”. Luego, el hijo del granjero se subió al caballo, se cayó y se rompió una pierna. Las personas que se enteraron opinaron: “Pobre chico, qué mala suerte”. El padre dijo otra vez: “Veremos”. Finalmente llegó el momento de que el muchacho hiciera el servicio militar… pero se salvó porque tenía la pierna rota. 

Por lo general, todos nos apresuramos a sacar conclusiones. No existe tal cosa como la buena o la mala suerte. Pero, a través de nuestros pensamientos y emociones, todos podemos tomar buenas elecciones y escoger creer que lo mejor siempre está por venir.