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Pescando a orillas de recuerdos

Predisponernos a un país mejor donde la política deje los intereses pecuniarios para ella, igualando para todos lo que es de todos.

Domingo, 15 de agosto de 2021 a las 01:44

Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral

Los recuerdos permiten asirnos de momentos que han tenido lugar, y hoy en medio de la pandemia, somos una barca bogando en el río de arena que también memora lo que ha sido y lo que es. Hoy, tan solo un cauce bicolor, como una bandera flameando contra el tiempo, ensayando un azul desteñido sobre Corrientes, y el amarillo amarronado de la costa chaqueña. Antes el jolgorio de la muchedumbre, hoy el silencio de no todos, porque los desmanes de las fiestas clandestinas son clamores rebeldes de no comprender, esa filosofía última del hombre joven de no entregarse sin pelear. Es un desconocimiento forzado a sabiendas de una crisis planetaria, que azota la vida, que prohíbe el encuentro con cuantos queremos. Es esa imagen que nos devuelve el principio de vida, el encuentro con toda la frecuencia que se aspire, con quienes son nuestro todo, familiares y amigos. Pero ha sucedido algo, nos hemos compuesto muy a nuestro pesar, con miradas que hurgan que hay detrás de los barbijos a ver si divisamos amigos, conocidos, personas que llenaron nuestras vidas. 
Tal vez, de alguna forma nos hemos calmado mesurando nuestras ganas de abrazarnos, reírnos y hablar a mandíbula batiente, procurando así estar en forma con todos los protocolos, haciéndole pito catalán al virus. Los móviles surcan el aire en busca de señales, las redes replican nuestras ganas, preguntas a otros sobre aquellos otros que no vemos hace tiempo, y la certeza ineludible que trata de no ser la definitiva porque la esperanza sigue atando chispazos de no sumar el parte tan solo seguir esperando.
 Siempre concateno palabras que a fuego sellan y confirman una idea, establecen y confirman una lógica por más repetitiva que fueran a veces. José Luis Sampedro, un pensador español que siempre habita mis notas por sus sinceras conclusiones humanistas, a propósito de la vida dijo: “Se habla mucho del derecho a la vida, pero hay más; hay el deber de vivirla. Hemos recibido una vida, pues vamos a vivirla. Hazte quien eres. 
Sin doblegarte, sin hundirte, sin ceder. Vive en armonía con la naturaleza a la que perteneces”. O sea, que la lucha es pacífica y justa, diría, ordenada más que nunca en lo posible de nuestras ansias y nuestros agobios, porque es por nosotros y por todos. 
En ello se nos van los días, la vida, empeño y meta. Y agregaba: “… mi rebeldía es contra lo demencial de la organización humana y los que la dirigen”. Entonces viene a memoria, todos los desmanes que la administración desordenada de las vacunas ha promovido aquí y en todo el mundo. Aquí con la viveza criolla de transformarse en votos-vacunas, con los protocolos alterados, con las marchas y contramarchas, con las esperas bullangueras en cada recepción de vuelos intercontinentales que la portan. 
Por otro lado, la llegada de las elecciones con todas las predicciones del juego de candidatos, con el cruce de un lado y del otro, las encuestas, las discusiones, paralelo y con idéntico fanatismo marchas en paradas de protestas, que tienen prioridad en las pantallas, recordándonos que el hambre rompe vallas de sueldos y subsidios ante la economía aniquilante. Nuestro país en pandemia es un film de grandes contrastes, por un lado grandes logros de alianzas electorales como si nada ocurriese, por el otro el termómetro marcando la verdadera temperatura mucho más alta que la imaginación pueda dimensionar: la desazón de la sociedad con pesos venidos a menos.
 Y en el extremo, por estos días de bombos, volantes, pancartas, papel picado, discursos y consignas, todas las aperturas como un recreo ante tantas restricciones aunque más no fuera un respiro por las elecciones. Muchas veces me digo que somos un tango, un sainete, una prueba o experiencia que ya no asombra, somos así de perturbadores que hasta nosotros mismos caemos en la misma vorágine.
Qué urgencia de afecto. Qué necesidad de movilizar el país con razones valederas y no peluquero de Dylan, no porque no se lo merezca, sino porque existen motivos más que a gritos piden intervención, por prioritarios, por justos. 
A la pesca de amigos que desaparecieron, personas que a nuestro pesar no las vemos, familiares tocados por la malaria de salud y mishiadura, el tributo de poder reencontrarnos. Da la impresión de que estos dos años han calado profundamente, tanto es así que hoy se tiene tiempo para otras cosas que no hacen al país sino a los intereses de esta política nacional, divertida, despreocupada de la razón fundamental: la vida, el bienestar, la seguridad, la justicia, la coherencia y el sentido común.
Tal vez uno se está poniendo viejo o se cansó de bregar, por eso la maduración del silencio. Tantos rostros no soportados que hacen a la gestión, hoy casi son admitidos inmerecidamente, saturación que instituyó la respuesta gestual porque la palabra se ha callado. O sea el cansancio de saber cómo somos hace imposible conciliar un país responsable y serio, porque el sentido común no tiene lugar ni preferencia.
No solo tenemos una distancia abismal con quienes fueron protagonistas vitales de todos los desaciertos que nos llevaron cuesta abajo, a pesar que mucha gente por no asumir la crítica que marque el camino sin escombros asume y prefiere la calma de la inacción. 
El emprendimiento de no te metas cuando en realidad las papas queman, el fanatismo a pesar de todas las contras, que los mueve a reemprender rutas equivocadas. Caminos con el conocimiento del desvarío de los cambios, es decir, no cometer nuevamente idénticos yerros, sin embargo es como una hoja de ruta inamovible, se vuelve a lo que lo negamos. 
Hay un totalitarismo de no dar razón aunque se la tenga, no obstante acceder a un camino intransitable que dificulta poder llegar a destino en tiempo y lugar justo. Es como la pesca a orillas de los recuerdos, ambicionamos preciadas piezas, sin embargo no ponemos las ganas ni la ambición por un cambio. 
Sin embargo la distancia en todo sentido que la pandemia nos ha condenado, es el clima común que nos aleja de lo que verdaderamente ambicionamos: un país más serio, decente diría, con objetivos claros desde la ética, habida cuenta que ya hemos caído bastante y eso retrasa el objetivo común de los pueblos en serio, sin politiquería ni populismos. 
Esa distancia entristece los sueños, porque aún nos quedan los ideales forjados a la sombra de un cambio saludable. Bien lo marca Cortéz y bien podríamos aplicar a los recuerdos adormecidos: “Viento, campos y caminos. / Distancia. / Qué cantidad de recuerdos. / De infancia, amores y amigos. / Distancia. / Que se han quedado tan lejos / Entre las calles amigas. / Distancia”. Estamos hace tiempo a la “pesca” de volver a ser un gran país que somos, pero que no lo hacemos por ociosos e indiferentes. Diría, despreocupados y sin norte. Sin criterio ni sentido común. Un país en serio.

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