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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Ser jubilado y padecer la obra social

Ser jubilado y tener el Pami como prestador de salud viene siendo desde hace ya mucho tiempo una doble condena para millones de personas. Hoy, esa alarmante situación es todavía más dramática: conseguir un turno para consulta o simple realización de un estudio, o lograr una derivación puede llevar meses. Lo mismo ocurre ante una cirugía, sumado a que puedan requerirse insumos o prótesis cuya adquisición también se demora interminablemente.

“El desborde es absoluto y la enfermedad no espera. Un turno por una derivación del médico de cabecera, por ejemplo, es a cuatro o cinco meses. La indicación de un estudio de baja complejidad para avanzar hacia un diagnóstico suma un par de meses más. Y, si es necesario un tratamiento, pueden pasar diez meses o un año”, se lamenta, con toda razón, Eugenio Semino, defensor de la Tercera Edad de la Defensoría del Pueblo porteña y presidente de la Sociedad Iberoamericana de Gerontología y Geriatría.

En el Pami, una millonaria caja de fondos, niegan que ello ocurra. Prefieren hablar de casos aislados entre los cinco millones de jubilados cuyas prestaciones se han deteriorado sensiblemente desde la pandemia por coronavirus, y demandan poner en perspectiva esos graves problemas. Sin embargo, a poco que se hable con un jubilado, cualquiera puede confirmar el estado de abandono, indefensión e impotencia por el que están pasando. Una simple operación de cataratas, por ejemplo, puede demorar meses y pasar hasta un año antes de operar el otro ojo. Son apenas algunos ejemplos de lo poco que al sistema le interesa el bienestar del paciente y su pronta rehabilitación, además del gigantesco costo económico asociado. En un país escandalosamente inflacionario como la Argentina, alargar tanto la compra de insumos solo puede derivar en una debacle mayor. Cuanto más tiempo avanza, más empeorará la enfermedad y ello generará mayores costos. Un círculo vicioso que nadie parece dispuesto a cortar.

Ni qué hablar del atropello desde el punto de vista humanitario. A esta altura de los acontecimientos, frente al despiadado juego con la salud del sector precisamente más necesitado de atención, tanto por su edad como por su fragilidad, suenan insultantes los eslóganes del Gobierno tendientes a demostrar una sensibilidad social que ni siquiera exhibió la directora del Pami, la camporista Luana Volnovich, cuando vacacionaba holgadamente en el exterior o más recientemente cuando designó a su hermano Guido como gerente de la entidad. “Primero la gente” fue el lema elegido allá por mayo último en reemplazo del tan utópico como falaz “Reconstrucción argentina”.

Ya no es aceptable que se siga invocando a la pandemia como excusa de todos los males que afectan el pésimo servicio que otorga el Pami. Ciertamente, como consecuencia de aquel dramático momento en la vida del país y del mundo, quedaron huellas profundas debidas a múltiples factores; entre ellos, que muchísimas personas se vieran forzadas a abandonar sus tratamientos y que el sistema de salud estuviera casi por completo abocado a atender la emergencia. Pero también es cierto que parte de ese agravamiento de la situación ocurrió precisamente porque el Gobierno embarcó a la ciudadanía en una cuarentena de duración inusitada, postergando atenciones y tratamientos, y porque no previó debidamente la salida sanitaria de semejante estropicio. Muchos médicos que entregaron su sapiencia y pusieron su trabajo al servicio de todos, casi sin descanso, para enfrentar al covid-19, huyeron horrorizados del sistema público, que no los contuvo ni oportuna ni debidamente, y que, mucho menos, los reconoció como se debía. La falta de recursos humanos es otro factor clave del alargamiento de los tiempos de espera para ser atendidos.

La burocrática estructuración operativa del Pami suma más daños y perversión. Paradójicamente, contribuye a seguir deteriorando la salud de los afiliados, disminuyendo su posibilidad de rehabilitación. Resulta inadmisible que en el Pami justifiquen las demoras en el servicio en que también se producen retrasos en coberturas privadas de salud. Quien puede pagar una prepaga tiene la posibilidad de cambiarla hasta encontrar la que más le convenga, no es eso lo que ocurre con el Pami.

Falta una mirada humana para atender este servicio tan sensible para la población, pero por sobre todo, falta tiempo. Es urgente.

 

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