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Morir y resucitar

Es un poco lo que nos pasa a quienes amamos escribir, primero página en blanco.

Domingo, 27 de noviembre de 2022 a las 01:15

Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral

Una sentencia con principio bíblico, que el calificado periodista español Ignacio Camacho, la formuló sin pensar en ello; tan solo en el de superarnos cada día en el cumplimiento arduo del parecer cuando la “página en blanco” comienza a emerger como artículo.
En realidad tomada a medias para erigirse como título, porque su advertencia concluyente es mucho más amplia, no dejando dudas sino remarcando la noble tarea de escribir: “El columnista vale lo que su último artículo, tiene que morir y resucitar todos los días.” Es una tarea no apta para ansiosos ya que de por sí, la ansiedad es una figura intrínseca como elemento esencial de construir un relato, basado en los hechos. Si bien quedo excluido, porque voy una o dos veces por semana, no deja de tener realidad y sus bemoles. 
La tarea aunque insalubre, pretende recordar lo esencial de una sociedad madura, no imberbe como la nuestra, sino una que razone apelando al buen sentido común. Sirviendo de apoyo para que traccione allí donde “hacemos agua”, en el afloje por no asumir lo bueno y lo malo, como nos lo demuestran quienes nacionalmente nos gobiernan. De un tiempo a esta parte con críticas de los propios a los propios, como si tratara de otro gobierno y no de ellos. Es un poco de lo que sucede, si bien protagonistas, siguiendo el libreto que los culpables son siempre los otros.
En la revista mejicana “Vuelta”, fundada por el calificado Octavio Paz, poeta, ensayista y diplomático, Premio Cervantes 1081, y Novel de Literatura 1990, se hace mención las contradicciones del poder omnímodo y sus caprichos éticos, basado en esa suerte de gobernar con todo “el cotillón” disponible del festejo popular, “porque su poder emana de ocupar todos los espacios hasta reducirlos a altavoces de su programa. Hace suya la plaza pública y en ella se manifiesta su majestad el pueblo: la masa vociferante que grita día y noche: “El poder para los que gritan! El poder para el pueblo”
Esa forma de pensar el poder como único método, “necesita un enemigo obsesivo y omnipresente al que culpar de todas las desgracias y cuya derrota supondrá el advenimiento de la plenitud popular.” 
Es decir, más que la bomba de la noticia o la deformación de la realidad como boom, lo que busco es sensibilizar al eje de una sociedad, el ciudadano, a ejercer su rol protagónico real de responsabilidad y preocupación. Un país es fuerte cuando sus habitantes tienen el conocimiento pleno de cuanto sucede y cómo se suceden los hechos, para así saber dónde estamos parados, y quienes son los fiables. No creo en los discursos, creo en los hechos que en precisas palabras por sí mismas se convierten en compromisos ineludibles, y que es la catapulta para que no se desvanezcan sino que se conviertan en firmes realidades. Más que el talento tiene mayor importancia la ejecutividad, esa capacidad que se distingue por sí misma, donde no caben relatos, la ficción o la nada. Tan solo asonadas de campaña que a nada llegan, tan solo comportan el perfil de propaganda, en esta época, en estos días, cuando para algunos la postura grandilocuente –no obstante-es más explícito que lo verdadero, aunque burle sus propios principios. 
Es muy cierto lo que acentúa Eduardo Galeano en el libro “Textos de y sobre Rodolfo Walsh”: “Walsh es uno de esos escritores que le devuelven a uno la fe en el oficio, cuando la pobre tropieza y tambalea, estando como esté el camino tan lleno de pavorreales, impostores y mercachifles.” No nos fuimos de  mambo, es la consecuencia de más de lo mismo, de esa mentira que damos imprudentemente vida tanto en el tratamiento, conforme la emisión desaforada de los protagonistas de ese elenco donde se origina el comentario que a diario resulta increíble. Por eso digo, hay que aprender a separar la paja del trigo, y eso se lograr de a poco pero seguro, generando ciudadanos responsables que aprendan a distinguir lo bueno de lo malo. No asintiendo cualquier cosa, más aún cuando rayan en lo inverosímil por increíbles que la lógica nos está indicando como peligro inminente.
En este oficio de cubrir noticias, evaluarlas y emitir una crítica saludable que conduzca a un solo rasgo de verosímil certeza, desmenuzando lo malo y lo bueno de ellas, es tarea responsable, no modificándolas sino desvelando aquellas que siempre se escudan entrelíneas. Por más que rompamos el viejo estilo de la trascendencia, esa de los vidrios de colores, la verdad se impone siempre por su propio peso.
Daniel Muchnik, ha sido profesor de historia y periodista, y específicamente analista de temas tan densos como economía y sociedad, en su libro “Aquel periodismo, Política, medios y periodistas en la Argentina (1965-2012)”, ensaya esa mirada nostálgica de historia crítica, de viejas redacciones, y la sed infinita  por estar lo más cerca posible de la verdad, cuando brevemente como en un pantallazo la refleja tal cual: “…la década del sesenta fue el tiempo  de la luminosidad, de la creatividad y de la osadía, los sesenta fueron ganados por una violencia descomunal, impregnados con los enfrentamientos sangrientos entre los bandos de derecha y de izquierda en pugna y en combates sin descanso. Balaceras donde muchos estuvimos en el medio, sin tomar parte ni con uno ni con otros.” Es jugado ni tampoco fácil tomar la media cancha  sin llevarnos por delante al wing de la derecha o la izquierda. Pero lograrlo, embellece el juego, y lo torna creíble, objetivo y claro, y el panorama general es una develación.
El Padre Luis Farinello, ese cura villero con mucha calle en el corazón y dolor en el alma, supo comprender la otra cara de lo cotidiano, que lo transcribe en su libro “La Mesa Vacía”. Allí, tuvo una mención final, como resignación más bien esperanzada sobre los tiempos que se venían: “Vivimos en una tristeza muy grande. Hoy por hoy nos tocó padecer una cruel realidad. Todo proceso de cambio para por momentos de confusión y oscuridad. Pero algo va a cambiar.”
Es un poco lo que nos pasa a quienes amamos escribir, primero “Morir”, y luego “Resucitar” a medida que comienza a adquirir formas el siguiente texto. Cuando lo escrito se lleva algo de nosotros, como el respeto en la adversidad, haciendo hincapié en que algo bueno va  a pasar, seguro que solo se apresta emprender la buena senda. Es poder cambiar la forma de ver, tal cual, para emprender ese camino duro pero preciso de la objetividad donde las cosas son lo que deben. Sin la carga ni la demora de lo innecesario.

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