Níger limita con Nigeria. Hablan francés y es uno de los países más pobres del mundo. Hasta allí llegó una correntina, llamada Gladis Valega, con todos los desafíos que esto implicaba. Durante el 2017 fue parte del equipo de una agencia humanitaria dedicada a programas e intervenciones de acción humanitaria y emergencia.
Gladis Raquel Valega, más conocida en su campo como Laly, tiene 36 años y nació en la localidad correntina de Saladas. Tiene un hermano mayor que ama y admira, Oscar (38), y es miembro de una familia ensamblada “muy extensa de ambos lados”, asegura. Actualmente, vive y trabaja en Resistencia (Chaco), a 125 km de su lugar natal. Creció en un hogar amoroso, pero no solo para con ella y Oscar sino también con el prójimo.
“Me invitaron a formar parte de un equipo técnico multidisciplinario que durante un año estaría allí fortaleciendo a la agencia Adra Níger. Mi trabajo puntual era el diseño de propuestas y proyectos de educación, para ser presentados por esta agencia a otra donante”, indicó la mujer.
Pero un fuerte temporal en la zona limítrofe al desierto del Sahara, desatado a tres meses de su llegada, destrozó un barrio completo y modificó sus objetivos principales: al tiempo que visitaba las escuelas y se ganaba la confianza de los más chicos, fue parte del equipo de reconstrucción de las viviendas.
Esa experiencia, en parte, también fue un puente para dejar de ser una extraña. “En las escuelas de Niamey (capital de Níger), cuando me acercaba a los niños, ellos me acariciaban el cabello, se reían de mi pronunciación y era casi imposible terminar un juego. En el interior no siempre se daba ese cuadro: llegábamos a comunidades donde los niños nunca habían visto a una persona de tez blanca y los más grandecitos avisaban de casa en casa que yo estaba allí y espiaban detrás de los salones. Los más pequeños no bajaban de los brazos de sus mamás y al acercarme lloraban. Eso pasó hasta que se dieron cuenta de que no era ‘peligrosa’”.
Las primeras experiencias sociales de Gladis fueron en la comunidad wichí en Rivadavia Banda Sur, en Salta, por medio de una Agencia Humanitaria. Pero, para ella “el servicio y ‘la gestión’ fueron parte de mi vivir cotidiano”, asegura y se refiere a la etapa de su vida que tiene a papá Guillermo y a su esposa Gerda como protagonistas.
“De alguna manera, dejaron un legado en mí y en todos los que pasaron por sus vidas. Eran profesores y después de jubilarse se dedicaron a la apicultura. Siempre destinaban una parte de la cosecha de miel para regalar a algunas personas, especialmente a niños. Yo recibía los envases en frascos o botellas etiquetados”, cuenta. De ellos, que fallecieron hace algunos años, heredó el legado de “servicio”.
Por eso, no le costó decidir por dónde seguiría su camino.
“Sabía que estaba en las Ciencias Sociales. Durante la secundaria miraba el trabajo humanitario de manera apasionada y estaba convencida de que tenía que elegir una carrera que me diera las herramientas para llevarlo a cabo”, recordó.