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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Cómo interpretar al carnaval, y cómo no, a partir de la polémica con Virginia Acosta

Por Prof. Carlos Axel Galarza

Miembro del Grupo de Estudios Socioculturales del NEA (Unne) y del Grupo de Estudios Carnavalescos (Uader)

Especial para El Litoral

 

“Sonreímos porque nos sentimos tristes de haber descubierto, aunque sólo sea por un momento, la verdad” - Umberto Eco (1974)

El carnaval como práctica nació en tono burlesco. Sin dudas, de las celebraciones cíclicas de la humanidad, el carnaval, en la forma en la que sea se presente, tuvo la función social de descomprimir las tensiones latentes dentro de las sociedades. Banalizar los actos de la vida cotidiana y caricaturizar personas y eventos con el fin de, por supuesto, provocar, una práctica común y esperada. 

Bajtín, Gaignebet y Florentín, Fabre recuerdan que el carnaval es una fiesta de inversión de roles. Es la fiesta en la que el cuestionamiento de las jerarquías y poderes estaría asociado a la subversión de esos roles presentes en la sociedad que hacen las veces de válvula de escape. En los países europeos, las festividades varían desde procesiones donde se entronaba a un burro, pasando por representaciones paródicas de las Escrituras y hasta entronar al “curilla” electo por el pueblo para representar al sacerdote local, en tono burlesco, obviamente. Nadie se escandalizaba, ¿o sí?

Muchos pueden ser los ejemplos en que el carnaval pone el mundo al revés, y esa no es una cuestión que moleste, o no debiera hacerlo, porque es la fiesta de los locos, como decía Revelais. Es el momento en que suspendemos la vida rutinaria y normada para dejar surgir nuestro lado transgresor. 

Umberto Eco cuando intenta definir al carnaval (muchos trataron y pocos se acercaron a una definición) lo asocia con lo cómico en oposición a lo trágico. Lógico, ¿no? Pero en su estudio, él nos recuerda la idea en la que el carnaval es un atentado a la regla, y no digo una de etiqueta. No, las reglas que hacen funcionar lo social. Cuando un personaje cómico transgrede la regla, no nos sentimos preocupados u ofendidos, vulnerados o atacados, damos la bienvenida a la violación, nos sentimos vengados por el personaje cómico que ha desafiado el poder represivo (piense cómo se ríe ante las provocaciones de “Furia loca” cuando los varones pasan travestidos con actos y palabrerías soeces) ya que cometemos la violación también nosotros, indirectamente. En este espacio-momento del carnaval, nos sentimos libres porque el mundo está puesto al revés. En primer lugar, por razones sádicas y luego porque nos libramos del temor impuesto por la existencia de la regla que nos obliga a la sujeción. 

La conducta cómica, antes objeto de juicio de superioridad de nuestra parte, se convierte en este caso en nuestra propia regla. En la comedia, el marco transgredido, debe estar presupuesto, porque si lo hiciese explícito, “pierde la gracia”. Piense en aventar la torta a otra persona: suele estar prohibido por los buenos modales o bien, no se debería desperdiciar comida en dádivas irracionales. Sin embargo, es una práctica que refuerza esta idea de lo cómico: la transgresión de la regla y por supuesto, la víctima no debe saber que recibirá un tortazo, porque si se hiciera explícito, perdería su sentido cómico. Para quienes tenemos unos años, el carnaval de agua tenía esa dinámica: lanzar agua y “chupitas” sorpresivamente a algún vecino o peatón de nuestras calles, y empaparlos, tenía ese efecto liberador que hacía que cualquier sujeto transgrediera las reglas y el orden, de modo tal que incluso quienes no participaban del festejo resultaban mojados.

Quiero insistir en esto. El carnaval actúa como un catalizador de reivindicaciones sociales colocándose como una instancia de resistencia, de denuncia, de crítica social, ya que el júbilo que podemos experimentar permite manifestarse sin miedo a las represalias; debido a que todo lo que sucede en el carnaval, se tirará al olvido (o debiera) al finalizar la fiesta, permitiendo filtrar, absorber o redimir las demandas.

Es un rito de inversión simbólica que nos permite pensar el mundo de otro modo, “el mundo al revés” al estilo María Elena Walsh, una metáfora del mundo real que crea (y recrea) un ambiente burlón y sarcástico para materializar a modo de sátira continuos ataques a los imaginarios, a los agentes e instituciones que rigen y controlan lo social. Por ejemplo, durante el carnaval siempre hay disfraces de policías, gobernantes, el obispo bailarín o la maestra. Bajtín ya advertía que la cultura cómica e irreverente de esta fiesta, estaba dada porque es el espacio-tiempo indefinido para la risotada, los desbordes, lo grotesco, obsceno, lo provocador y prohibido. Una sátira, decía, como oposición a la compleja realidad social, como respuesta irracional a la rutinaria existencia. 

Esta misma red de símbolos que se hacen presentes cargados de connotaciones políticas, posicionamientos ante el poder y representaciones del mundo real habilitan un tiempo para la diversión, pasando por alto las fuertes sanciones de las autoridades. El carnaval puede existir sólo como una transgresión autorizada y limitado a un tiempo particular y sólo se la debe entender de esta manera. Es el tiempo de la crítica social, de la provocación y la transgresión y aunque en nuestra historia hay varios intentos de disciplinarlo, todos fueron infructuosos. Recuerdo el bando de Vértiz (1776) o las del Gdor. Ferré (1833), que intentaron controlar los desmanes, o las de la iglesia católica con la hoy derogada ordenanza 3037/97. Más actuales pueden ser los casos de las banderas británicas (2019), la muñeca inflable (2020) o la representación de Oxúm en este carnaval, por la bailarina Virginia Acosta de la comparsa Arandú Beleza. 

Quisiera detenerme en este último polémico caso. Nunca mejor representado el imaginario afro en la figura de una deidad yoruba, se entrecruzó con alguna que otra apreciación/percepción victimizada y totalmente descontextualizada, que habilitó como respuesta un mecanismo de vulnerabilidad y sentimiento de afrenta. Si bien el blackface (término introducido en países anglosajones como peyorativo) puede considerarse insulto racista, partiendo de estereotipos negativos sobre los negros, éste obviamente no es el caso. Indudablemente es repudiable cuando esta práctica se funda en el racismo como mecanismo ante el miedo que puede significar el otro distinto, el “negro”, y de ello tenemos vasta constancia en la historia. Imagine sentirse agraviado por Arturo Navas cuando decía “ella que los parió negros a los dos, de pensarlo le duele”, en el Tango de los negros (1907). Ilógico. 

En esto, debemos entender que lo “negro” está presente en el carnaval como representación que nos interpela a pensar desde otro lugar. Una representación emancipadora que se transforma en polémica, porque se configura en torno a hechos u objetos de relevancia que constituyen el centro de conflictos intergrupales, étnicos o políticos. Son, en cierto sentido, la presencia de la cosa, sin que la cosa esté, el símbolo. Está hablando de algo que pasa, que nos pasa. Estas representaciones son propias de grupos que surgen con nuevas visiones y criterios del mundo, trayendo consigo la semilla de un posible cambio. Nos llama a pensar en lo que nos duele, quizá. 

Como cierre, quiero que pensemos que el carnaval, a diferencia del humor, pretende llevarnos más allá de nuestros límites. Para disfrutar el carnaval, se necesita que se parodien las reglas y los rituales y que estas reglas y rituales sean reconocidos. Esto sucede porque la sátira intenta restablecer y reafirmar el marco roto. No funciona para que aceptemos ese sistema de valores, pero, por lo menos, nos obliga a reconocer su existencia. La realización de la representación funciona como crítica social porque a través de su lenguaje, pone en duda otros códigos sociales.

El carnaval como fenómeno debe provocar a la opinión pública, debe interpelarnos, hacernos pensar, desestabilizar lo naturalizado y actualizar nuestros marcos de sentido. Para todo lo demás…

¡Feliz Carnaval!

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