En su libro Progress, Johan Norberg escribió: “Si tuvieras que elegir una sociedad en la que vivir, pero no supieras cuál sería tu posición social o económica, probablemente elegirías la sociedad con la proporción más baja (no los números más bajos) de pobres, porque este es el mejor juicio de la vida que lleva un ciudadano promedio”.
Según datos del banco mundial en 1820, el 94% de la población mundial vivía en la pobreza extrema (menos de 1,90 dólares diarios ajustados al poder adquisitivo). En 1990 esta cifra era del 34,8%, y en 2015, sólo del 9,6%.
En ese mismo período Argentina pasó de ser un país sin pobreza a la triste cifra actual superior al 45% de pobres. Pasamos de estar terceros en la tabla de abajo para arriba, a estar terceros de arriba para abajo, superados por Venezuela y Haití como los países más pobres de la región. Mientras que muchos países hermanos de la región parecen ir en una senda de disminución de la pobreza, nosotros con pena debemos aceptar que cada día estamos peor.
¿Cuáles son las causas? Si tuviéramos que resumirlo en una sola frase podríamos decir que se debe a una gestión política con alta ineficiencia, corrupción y un desmanejo de todas las variables económicas que dejaron como herencia un freno al desarrollo.
Sin desarrollo económico es imposible el desarrollo social.
Nos acostumbramos tristemente a tapar el sol con las manos y dejar que quienes nos gobiernan nos digan con un caradurismo de altísima calidad que la inflación no es un problema, que se puede vivir con déficit ilimitadamente, que podemos vivir de lo nuestro. Nos someten a una presión tributaria que sólo sirve para incrementar sus ineficiencias y ganar votos de quienes sólo pueden sobrevivir con un subsidio o trabajo público al que no van.
Cualquier gobierno que diga por un lado que es popular y que quiere ayudar a los más pobres y al mismo tiempo no hace nada por bajar la inflación y preservar un valor razonable para su moneda es, en el mejor de los casos, ignorante. Posiblemente sean unos hipócritas o cínicos.
Sería muy útil copiar lo que otros países hicieron para poder resolver problemas que nosotros vivimos de manera irremediable década tras década.
Argentina se volvió un incansable repetidor de errores que empobrecen al país e invitan a miles de personas a la decadencia social. Muchos han optado por sólo enfocarnos en avanzar en nuestras carreras y resignarnos. De manera pasiva nos quejamos en mesas de café o asados con amigos sin accionar de manera concreta. Por otro lado, el sistema político argentino se volvió un entorno mafioso similar a lo vivido en la ciudad de Chicago de los años 30, donde lo único que importaba era sobrevivir a costa de todos, sobornando a la policía, políticos y jueces, dejando de rehenes a toda la sociedad que día a día se volvía más violenta y descreída.
Políticos que difícilmente podrían gestionar un almacén de barrio, se llenan la boca y dan cátedra sobre el mundo que hay que hacer. Cuando, en realidad, deberían comenzar todas sus exposiciones con la palabra “perdón”.
Ahora bien, ¿es posible revertir esta tendencia decadente? La respuesta es contundente “sí”.
¿Cómo? Con una verdadera revolución y destrucción de todos los paradigmas y estereotipos que nos trajeron hasta acá. En principio sería muy útil copiar lo que otros países hicieron para poder resolver problemas que nosotros vivimos de manera irremediable década tras década.
Es necesario revalorizar conceptos como:
El esfuerzo debe ser uno de los valores más respetables de la sociedad.
La propiedad privada debe ser un derecho irrevocable.
Emprender está bien.
La palabra empresario no es sinónimo de corrupto, hay que apoyar a los buenos, castigar a los malos.
El éxito debe ser una consecuencia y no el fin en sí mismo. No obstante, es importante ponderarlo y motivar a la mayor cantidad posible de ciudadanos a que lo alcancen.
Un sistema tributario que permita invertir y generar trabajo.
Por supuesto que todo lo antes expuesto es sólo una parte de los profundos cambios, pero deberíamos al menos, estar de acuerdo, con matices, en las bases de una nueva república.