El asaltante hará un recorrido por las voces vivas de la poesía argentina. Cada poeta nos acercará, además de poemas, su visión de la poesía.
Poética
La poesía retuerce un poco el cuello del lenguaje para hacerlo decir lo que de otro modo, pienso, no se podría. O es lo que suele sucederme: en la poesía digo lo que no sé decir de otra forma. No tengo demasiada explicación para ese afloramiento que sucede sin buscarlo, como si la poesía fuera la lava y el poema (el lenguaje) un intento por esculpir algo al rojo vivo. Muchas veces la sensación es la de salir perdiendo ante esa cosa un tanto volcánica que no descubro de dónde aflora, pero no se puede dejar de intentarlo.
El poeta, decía Mallarmé, es como un músico que sobresale porque toca lo que toca con un instrumento imperfecto: la lengua.
Digamos que se trata de acomodar el ángulo de visión dentro del error y no de corregirlo, porque no es posible hacerlo. Hay una lengua madre, pero ninguna lengua es una madre perfecta.
La poesía es la hija de la madre imperfecta, que sale adelante construyendo su casa en lo incómodo.
El lenguaje, la palabra, son fugas constantes. Pero a la vez, para quienes somos curiosos por naturaleza, eso permite el andar, el ir buscando, y con eso basta.
Florencia Lobo
Muestrario mínimo
De Los bosques bajo el agua (Tanta Ceniza, 2024):
La lengua
Me saco la lengua
y me pongo otra.
Pero me queda grande
el yagán.
Tantas nieves
para mi sola nieve,
tantas playas
para mi sola playa.
Yagán se escurre
como arroyo de montaña.
Las palabras son peces
que boquean en la orilla.
En el hueco de mi lengua
arrojo otra, que es
como decir:
abro otros ojos,
abro el asombro,
completo el mundo.
El sueño del cormorán
Arrullado por el leve
susurro de las olas
navegando su vuelo profundo,
no escucha la canoa
que se acerca al roquerío
en la más perfecta negrura.
De pronto una antorcha
encandila su sueño
que rebota y cae
atontado
en el oleaje.
Así es como se logra
dar caza al cormorán:
viciándolo de luz
hasta que sea
de noche para siempre.
Estábamos pobres
Estábamos pobres,
dice la abuela,
que aprendió el yagán
antes que el castellano.
Estábamos pobres,
como estar perdida
o enferma.
Cosas que a cualquiera
le tocan transitar
y luego pasan
como pasa el invierno.
La pobreza no es una condición,
sino un estado.
Todos experimentan
en algún momento el hambre
y en otro
la felicidad del alimento,
la dicha del estómago colmado.
Lo mismo toca a veces
a los zorros
y a toda fauna
que anda por los bosques.
Rico y pobre
son conceptos arrastrados
a esta costa
como tantas otras cosas.
Como nosotros.
Que no sabemos estar.
De El lento deambular de las tormentas (El Suri Porfiado, 2018):
Picoroco
Ranura del agua
donde un hueso de sal
clava su raíz
para expandir la piedra.
Así es como el mar
entra en la piedra
para salir del mar
del modo en que alguien
entra en un viaje
o en un sueño
para salir de sí.
El humo
Hay que encender un fuego cada tanto
solo para asistir al espectáculo del humo
ver si el fuego entiende aún
nuestras señales
y arrastra todavía en su memoria errante
la memoria profunda de los
pueblos,
de los árboles.
El tiempo
Parece decir febrero
que el tiempo
es un animal del aire
que se aleja
sin embargo
su sombra queda
y ahí se vive
en el levísimo abrigo que da
lo que ya no existe
y permanece.
Todo puede ser objeto preciso de la poesía
La tosca metafísica de los gorriones
la sonata demente de los trenes abandonados
un pescador herido por la visión de la luna
un ciruelo, un nombre
una palabra, un colibrí
las cosas que se caen de sí mismas
nostálgicas de sí, hartas de sí
la madre, el padre, las derrotas
el tiempo que rueda
desquiciado en los caminos
todo puede ser objeto
preciso de la poesía
menos la poesía:
la palabra que nunca
la palabra que siempre
silueta inasible
sombra sin cuerpo
canto sin pájaro
tan árbol
sin palabra árbol
sin idea de árbol
voz arrebatada
a dónde
a quién.