El misterio de una Argentina contradictoria, instalada en el concierto de naciones como un ejemplo de confraternidad y convivencia, pero al mismo tiempo atravesada por la violencia de sus ciclos políticos y dictatoriales, se desnuda sin eufemismos a partir de la administración Milei.
El país del Papa y de Messi, de Maradona y de Favaloro, de Fangio y de Ginobili, es también el país de Astiz, de Videla y de Massera, de las masacres innecesarias, de los costos sociales profundizados por un germen de crueldad clasista que define a los pobres y desvalidos como una costra que ha de ser erradicada mediante el método darwiniano de selección natural de las especies.
Eso y no otra cosa es el nodo del plan ejecutado por La Libertad Avanza, instrumentador del sueño húmedo de aquellos europeístas de cuello blanco que a fines del siglo XIX y principios del XX entregaban los destinos de la patria a un imperio en declive como el de la colonialista Gran Bretaña con tal de mantener un estilo de vida reservado a los sectores privilegiados, aristocráticos y acomodados en un estrato que acuñaba excentricidades suntuarias como la de tirar manteca al techo y lujos pantagruélicos como la Mansión de Invierno.
Hace un tiempo quien esto escribe definió la irrupción de Javier Milei como una revolución. Y no sin exageraciones: el presidente libertario dio vuelta el país como una media hasta convertir en un recuerdo al principio de solidaridad que en su momento caracterizó a esta nación liberal y de brazos abierta que en su preámbulo alberdiano invita a los ciudadanos del mundo a echar raíces en la tierra emancipada por San Martín, Belgrano y Güemes.
De fronteras predispuestas para integrar los inmigrantes pobres que comenzaron a llegar fruto de la Ley Avellaneda, motivada a su vez por necesidades estratégicas de poblar el territorio, la Argentina se convirtió en un crisol de pioneros ultramarinos que buscaban un progreso económico y un estado de bienestar que solamente podía lograrse en un contexto que combinara dos factores esenciales: potencia productiva y acompañamiento estatal a través de políticas públicas enclavadas en la educación, la salud, la vivienda y la igualdad de oportunidades.
Se configuró así un ciclo virtuoso definido por la expansión de los sistemas educativo y sanitario, el desarrollo de infraestructura y la reforma universitaria del yrigoyenismo, además de las conquistas laborales y las libertades políticas de una democracia que pudo superar los nubarrones de la Década Infame gracias al liderazgo de un militar que decodificó el mundo de la posguerra hasta concebir la llamada tercera posición, neutralidad que le permitió al país entablar relaciones comerciales con ambos polos de esa sórdida confrontación global conocida como Guerra Fría.
El punto es que la doctrina de la movilidad social ascendente se topó con el ejercicio autoritario del poder. Entrados los 50 Perón manejó los recursos con la misma impronta que en los años de vacas gordas y, sin fondos anticíclicos, entró en un cono de sombras aprovechado hábilmente por sus enemigos hasta ser expulsado del poder por una junta militar que, como toda dictadura, se fue al otro extremo. Bombardeos a la Plaza de Mayo, fusilamientos, proscripciones, persecución y acuerdos desventajosos para el aparato productivo nacional.
Altibajos políticos, económicos e institucionales caracterizaron a la Argentina desde mediados de los 50, con períodos de luminosidad democrática como los de Frondizi e Illia intercalados con el oscurantismo de Onganía, Lanusse, Videla. Viola y Galtieri. Podría decirse que cuando Raúl Alfonsín tomó las riendas del país ya era tarde para revertir una crisis de valores que había hecho mella en la matriz cultural de una sociedad unida en torno de la recuperación democrática, pero dividida por una desigualdad creciente.
Desde entonces, los ricos comenzaron a ser cada vez más ricos y los pobres fueron condenados a ser todavía más pobres en una carrera despareja acelerada en los 90 por otra forma de peronismo dadivoso encarnada por el ex presidente Carlos Menem y la ficción de una paridad peso-dólar, al principio sostenida con privatizaciones leoninas y, luego, mediante una espiral de endeudamiento que acabó con el crack de 2001.
Hoy la explosión tecnológica, el boom digital y la transversalización informativa en un escenario de interconexión absoluta entregan al ciudadano múltiples herramientas para opinar, tomar posición y militar por algunas causas justas y otras brancaleónicas en torno de las cuales, aluvionalmente, se adhieren los desencantados por la mala fortuna de haber sido administrados por gobiernos té de boldo.
Los gobiernos té de boldo, es decir sin poder real, como han sido el de Macri y el de Alberto Fernández, no hacen ni bien ni mal en el plano coyuntural, pero a la larga se convierten en detonantes de la desilusión popular. Y todo eso, conjugado con la corrupción enquistada en los pliegues de la administración pública, termina en el nihilismo de nuevas generaciones convencidas de que todos los beneficios sociales del ideario progresista han ido en detrimento de un destino, que pudiendo haber sido venturoso, terminó desventurado por la falta de perspectivas.
Después de pasar los últimos lustros buscando culpables en la casta política, llegó un tal Milei con la estrategia más creativa de todas: ganar con la promesa de terminar los privilegios de la casta, pero gobernar sobre una pista de karaoke que marca con pistas predeterminadas por una corte de streamers la lógica del pensamiento moderno, aunque el término pensamiento quizás suene demasiado pretencioso para describir el patrón conductual de los adherentes a una propuesta que consiste en conducir el Estado para desmantelarlo.
Esa canción repetitiva e insistente que suena en las mentalidades colectivas no se proyecta al largo plazo con la mirada de las épocas analógicas en las que todo transcurría con la lentitud relativa de los proyectos de vida diagramados por personas convencidas de que el esfuerzo personal se concatenaba con otros esfuerzos personales para conformar una fuerza colectiva que redundara en un beneficio generalizante, abarcativo y proporcional a las capacidades de cada quien.
Hoy, como en el siglo XIX, queda a la vista que no éramos tan solidarios ni tan sensibles como imaginaron los constitucionalistas del 53. Ni siquiera como refrendaron los forjadores de la reforma del 94, cuando se instauró el rango constitucional para los tratados de derechos humanos, que consagran entre otros principios medulares el derecho a la vida digna.¿Los jubilados que cobran la mínima tienen vidas dignas? ¿Los niños que nacen en familias sometidas a los cordones de misera, la tienen? Desde luego que no. La ley positiva ha caído desde hace largo tiempo en desuetudo y los responsables de que así haya sido son los gobiernos previos a la era libertaria, que con sus respectivos fracasos generaron las condiciones ideales para el surgimiento del actual comandante de la travesía nacional, más alineada que nunca con otro imperio en declive como Estados Unidos. Sí, en declive. Y si no lo creen así pregúntense dónde están las industrias más poderosas del mundo. No es el viejo gendarme global de Roosevelt y Monroe, sino la China capitalista/comunista que concibió en los 70 Deng Xiaoping.
Milei nos ha desenmascarado. Poco y nada importan los condenados a la carencia mientras los números macro cierren, mientras la inflación baje y mientra haya en el horizonte una chance de posicionamiento ventajoso en la competencia por el liderazgo exportador de productos indispensables como el litio, las oleaginosas y la carne.
El misterio de la Argentina contradictoria se exhibe al mundo tal cual es: una Nación con la frialdad suficiente como para acompañar e incluso aplaudir un gobierno que destroza conquistas sociales históricas con tal de cerrar balances. Los gobiernos té de boldo han dado lugar al gobierno de la motosierra, la licuadora, la topadora y la pulverizadora de políticas que pudieron haberse conservado, mejorado y eficientizado si se inclinaba un par de grados el peso del ajuste hacia los capitales concentrados.
Pero eso nunca sucederá. La alianza de Javier Milei es con esos poderes fácticos, los que se ganan billones sin tributar, los que acumulan sin compartir, los que enarbolan las banderas del éxito económico sin mirar a los costados. Mientras tanto, el país que alguna vez abrió sus brazos a los vulnerables de otras latitudes, convalida en silencio el hundimiento progresivo de las masas menos favorecidas. Sin misterios.