Nace Juan Manuel de Rosas el 30 de marzo de 1793 en la ciudad de Buenos Aires. Su nacimiento se produjo en la casa de propiedad de su madre, Agustina López de Osornio, que había habitado su abuelo materno Clemente López de Osornio, situado en la calle que en ese entonces se denominaba Santa Lucía, actual calle Sarmiento entre Florida y San Martín, en la ciudad de Buenos Aires.
Era hijo del militar León Ortiz de Rozas (Buenos Aires, 1760-1839) -cuyo padre era Domingo Ortiz de Rozas y Rodillo (nacido en Sevilla el 9 de agosto de 1721 y fallece en Buenos Aires en 1785) y el abuelo paterno, Bartolomé Ortiz de Rozas y García de Villasuso (nacido en el Valle de Soba, España).
La madre de Juan Manuel de Rosas fue Agustina López Osorio de Rozas, tal como la describe el doctor Ramos Mejía, vislumbra en el carácter de Doña Agustina, manifestaciones claras de un estado nervioso acentuado, de un histerismo evidente. “Esta señora dice el notable Psiquiatra de esos tiempos Ramos Mejía, “matrona respetable por muchos conceptos”, era persona de un temperamento eminentemente nervioso y exaltado, hasta donde puede permitirlo la sensibilidad exquisita de su sexo; una organización dotada de una actividad excesiva y casi febril, con una movilidad de espíritu francamente neuropática.
Caminaba precipitadamente, hablaba con una ligereza nerviosa, accionaba con virilidad; y en los movimientos de sus miembros, en la vivacidad de su rostro, en su andar firme y resuelto, y hasta en los detalles de sus ojos brillantes y convulsivos, podía descubrirse una naturaleza llena de vida. Azotada esas efervescencias indomables que agitan tanto la sensibilidad femenil, frecuentemente se la veía, atado a la cabeza, un ancho pañuelo de seda porque padecía de fuertes y repetidas cefalalgias (dolores de cabeza)”.
“Tenía un carácter duro y tétrico”, agrega el doctor Ramos Mejía, “y se hacía servir el mate de rodillas con las negritas esclavas que criaba”. “Había nacido para imponerse y dominar y se imponía y dominaba” dice Mansilla. Ella es la que gobierna en su casa, la que dirige y maneja personalmente la estancia, imponiendo lo mismo su voluntad que sus caprichos en todas partes. Un día abofeteó a un tendero porque no le guardó unos géneros que se había hecho reservar, Otro día hace degollar mulas y caballos que tiene en su casa para que no se las requise el comisario por orden del gobierno de Lavalle (1828). Al dictar su testamento, contraría las disposiciones legales porque ella lo quiere, Y porque ella lo quiso la familia lo acata y lo cumple después.
De tal madre, por razones de la ya conocida y científicamente aceptada herencia psíquica cruzada, sale el vástago, Juan Manuel, con caracteres patológicos hereditarios que, al decir de Legrad du Saulle, se traducen en, “profundas alteraciones de las facultades afectivas, por lo cual resultan, quienes las sufren, malos hijos, malos esposos, padres indiferentes, fríos, insensibles a todos los dolores de la tierra, a todo lo que les toca directamente. Sujetos presuntuosos aunque afecten modestia y déspotas violentos que envidian los honores y desean la riqueza de todos.” (José María Ramos Mejía, se doctoró con una tesis titulada “Apuntes clínicos sobre el traumatismo cerebral”. Como médico se especializó en las enfermedades mentales y en los tratamientos para la neurosis. Autor de “La neurosis de los hombres célebres en la historia argentina”).
Rosas en su niñez -dice José María Ramos Mejía- mostraba ya en gestación activa todo este cúmulo de extravagancias morales que después han acentuado tanto su fisonomía. Se refiere que inventaba tormentos para martirizar a los animales y que sus juegos en esta edad de adolescente, consistía en quitarle la piel a un perro vivo y hacerle morir lentamente, sumergir en un barril de alquitrán a un gato y prenderle fuego, o arrancarle los ojos a las aves y reír de satisfacción al verlas estrellarse contra los muros de las casas. Ese cuerpo tan artísticamente formado y macizo, se desarrollaba exuberante en la vida saludable de la campaña, en pleno campo y con él, esos instintos de ferocidad que forman su alma. En esos enfermizos entretenimientos juveniles se presentía ya al asesinato alevoso de su leal amigo Maza y de Camila.
En la mirada inquieta de aquel niño temible podía descubrirse un cerebro precoz, batido por mil pensamientos siniestros, y a través de su pecho se hubiera percibido el ruido tumultuoso y convulso de un corazón agitado por la impaciencia de horrores y de sangre.
Tenía ya todos los atributos de esta enfermedad mortífera y se hacía notable por sus malos instintos, sus insubordinaciones y sus actos de violencia. Conociendo los padres sus instintos perversos, su carácter rebelde y atrevido, lo colocaron de mozo de tienda bajo la dirección inflexible de un señor Ildefonso Paso, quien le dio algunas lecciones de escritura, conservándolo hasta el día en que huyó. En esta tienda cometía toda clase de extravagancias y “diabluras”: se peleaba con los que iban a comprar; destruía todos los géneros y tajeaba los sombreros con un cuchillo.
Después fue enviado a un establecimiento de campo, bajo las órdenes de un esclavo, capataz de la estancia, que solía castigarlo severamente. Cuentan que un día, habiéndose malgastado un dinero, su padre lo llamó para reprenderlo. Rosas lo escuchaba silencioso, permanecía inmóvil y de pie, mientras su padre le hacía severos reproches por su vida desordenada y cuando terminó la arenga paternal, se sacó su poncho y arrojándolo a la cara del padre se alejó haciendo ademanes indecentes.
A Rosas se le advierte sus caracteres degenerativos desde la infancia. Señalados los efectos de los influjos hereditarios veamos cuáles podrían ser los del hogar. A este respecto dice Sarmiento que: “su educación doméstica se resiente de la dureza y terquedad de las antiguas costumbres señoriales. Yo he dicho que su madre, de un carácter duro, tétrico, se ha hecho servir de rodillas hasta sus últimos años; el silencio lo ha rodeado durante su infancia, y el espectáculo de la autoridad y de la servidumbre, han debido dejarle impresiones duraderas. (Facundo - Domingo Faustino Sarmiento).
Ernesto Quesada manifiesta por su parte, que “nacido en un hogar típicamente colonial donde la madre a sus cualidades y virtudes de matrona unía la costumbre de ser despótica, imperativa, aristocrática y tirana en la familia. Rosas no tuvo que adquirir siquiera en la niñez ese carácter autoritario que después personifica: lo bebió en la cuna, lo desenvolvió en la juventud y lo afirmó en la vida pública.
Su ambiente
Conocidos ya los factores herencia y hogar, veamos ahora el relacionado con el ambiente: su verdadera escuela fue, en rigor, la Pampa, con su vida, prácticas y costumbres primitivas: y el gran atractivo de su infancia y su adolescencia fue el ambiente gaucho y el trato con los indios, en cuyo ambiente se refirmó y modeló su manera de sentir, pensar y obrar, esto es, su personalidad, lo mismo como patrón de estancia que como futuro gobernador de la provincia y mandatario efectivo de la nación.