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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Cambalache

La sociedad está enferma, enferma de carencias elementales y apetencias desenfrenadas. Las carencias esenciales son espirituales y morales y se traslucen en los comportamientos egoístas, vanidosos y las apetencias son materiales. 

Por Leticia Oraisón de Turpín

Orientadora Familiar.

Como sabemos “Cambalache” es el título de un famoso tango escrito por Enrique Santos Discépolo en 1935.

Según el diccionario “cambalache” significa “trueque, de efectos o cosas de poco valor”, y resulta que analizando con detenimiento los versos se puede interpretar el por qué del título.

En la segunda estrofa dice algo que hoy es irrebatible, y la transcribo para recordarla mejor:

“Hoy resulta que es lo mismo

ser derecho que traidor…

ignorante, sabio, chorro,

generoso o estafador.

¡Todo es igual! ¡Nada es mejor!

¡Lo mismo un burro que un gran profesor!”.

Y continúa retratando a la sociedad actual, que vive sin auténticos valores, los  que en realidad tampoco se enseñan y cada día se revalorizan menos.

Porque con la excusa o el pretexto de la igualdad y la no discriminación, estamos emparejando cosas y actitudes disímiles, llegando a extremos de insostenible convivencia.

 “Los inmorales nos han igualado”.

Sigue más adelante el poeta,  y en realidad lo vemos permanentemente, tolerando todo tipo de inmoralidades, que siempre repercuten en la sociedad y se manifiestan en las conductas individuales, conductas que cada vez son más transgresoras e impasibles. Ya que nadie se conmueve frente a la inmoralidad y las hay de todo tipo.      

La encontramos en los más altos estamentos empresariales o estatales, con corrupción abierta y permanente;  en la calle con gestos abruptos y groseros;  en las relaciones interpersonales, con desconocimiento y atropello a los derechos de los demás y a los deberes propios.

“Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches                                                                                                          se ha mezclado la vida…”.

Porque  realmente se llega a querer homologar, con planteamientos irracionales, conductas desviadas, atrevidas y desafiantes.

Ya casi no se valorizan ni se enseñan las virtudes  humanas, que engrandecen y mejoran a las personas, y  lo constatamos cuando algún educador  lo quiere implementar, ya que son los propios padres de los educandos quienes  protestan y cuestionan si alguna medida  ejemplificadora  se aplica con sus hijos.  

Y,  sin la colaboración de los padres la escuela sola jamás podrá cambiar ni optimizar la sociedad. 

Sabemos que la primera escuela es la familia,  y los padres deben saber valorar  la tarea educadora de los maestros,  que no es otra cosa que apoyar al que enseña y saber darle la razón (que casi siempre la tiene) sin discutir y disentir por ciega  complicidad con el hijo, ese hijo al que están pretendiendo que se lo eduquen.

La sociedad está enferma, enferma de carencias elementales y apetencias desenfrenadas. 

Las carencias esenciales son espirituales y morales y se traslucen en los comportamientos egoístas y vanidosos, y las apetencias son materiales, capaces de saltar cualquier barrera moral o ética con tal de efectivizarse en posesiones.

El hombre actual pretende satisfacer todas sus lujurias (que  no es otra cosa que el exceso o demasía en las cosas), por eso, debemos urgentemente volver a los valores, pero no para recitarlos vacuamente, sino para vivirlos encarnados en virtudes humanas, que solo tienen existencia real cuando son vividas.

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