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Acerca del protagonismo de la palabra

Aquí los autores se ocupan y preocupan de seguir aportando reflexiones que enriquezcan la comunicación con el otro y, donde además, el “monólogo interior” sea considerado parte del valioso poder de la palabra en los enjuiciamientos y “rumiaciones” que desarrollamos. Diferenciar el mundo fantasmal de los monólogos interiores de la realidad de vincularme con el otro puede ser una interesante manera de revisar el poder de mis palabras y su relación con mis sentimientos.

Por Marta Chemes

Especial para El Litoral

Por José Pérez Bahamonde

Especial para El Litoral

Al cierre del año, la sensibilidad comunicativa se agudiza, y nuestra delicadeza puede aportar bienestar o provocar situaciones tensas, dolorosas y frustrantes. ¡Vale tenerlo en consideración y saber que depende de nosotros, no de los otros!

Marta: Hablando de comunicación, pretendemos englobar propuestas en las que cada uno se encuentre a sí mismo de la manera más auténtica posible. Y, claro, lo primero que podemos descubrir es la ya mencionada “fuerza del monólogo interno”.

Cada uno adentro de sí mismo organiza, voluntaria e involuntariamente, ideas, argumentos y juicios que no siempre están de acuerdo con lo que cada uno es, ni lo que realmente son los demás.

Así, tratando de evitar la caída en el monólogo interno (el mayor causante de nuestro aislamiento y de la construcción de situaciones irreales), conviene que antes de entrar en cuestionamientos hacia nuestros pares, nos miremos, más detenidamente, en nuestro propio espejo y nos preguntemos: ¿Qué pienso de mi mismo?

Sí; a continuación viene la propuesta del sincerarse, que nada tiene que ver con el “sincericidio”, (sincerarse con uno mismo o con los demás), sin que medie la reflexión y el contexto de lo que decimos. Algo así como ser delicados con nosotros y con los demás en lo que decimos y cómo lo decimos.

Necesito, antes de entrar a abordar una actitud de autoconocimiento, cuidar para que mi propia palabra me ayude a conocerme y comprenderme. Por cierto, muy diferente al enjuiciarme, tal cual solemos hacer, ya que así lo hemos aprendido y está avalado por la “naturalidad” y “espontaneidad” con la que nos fluye.

El enjuiciamiento, como sustituto de la actitud reflexiva, convierte a la palabra en un arma devastadora y a la autocrítica en “sincericidio”.

Nosotros precisamos que la autocrítica sea un acto constructivo. Y precisamente, lo que nos hace bien es dejar de librar batallas internas y externas que nada tienen que ver con el placer de sincerarnos.

Pepe: Otra pata importante para el armado y equilibrio de la “mesa de la comunicación” está representada por el hacernos cargo de nuestros actos, sean estos aciertos o errores.

Si uno no se hace cargo de sus actos, difícilmente va a crecer. Es el caso de la anécdota en la que “fue el gato”, a la que ya hemos hecho alusión, y que de niños nos sirvió para sacudirnos toda la presión que implicaba  la reprimenda y el castigo por parte de los padres o mayores.

Y si bien es bueno que los niños echen la culpa afuera, pongan la presión afuera de sí mismos para no quedar paralizados, no quiere decir, ni mucho menos, que este recurso sea siempre válido y… mucho menos de por vida…

Existe, para madurar dicha actitud infantil, el “espejo social”: Esa referencia que buscamos en el afuera para saber si lo que hemos hecho o dicho está bien o es lo adecuado. Y con el tiempo, en su proceso de maduración emocional, aprenderá también a referenciarse a sí mismo.

Marta: Cierto que, cada uno de nosotros estamos necesitados de que nos respeten nuestros propios tiempos, nuestros propios ritmos. De nada sirve imponernos, ni que nos impongan el modelo de lo que debe ser y cómo debe ser, cuando a  sentimientos, percepciones, y sensaciones  nos estamos refiriendo.

Somos un gran abanico de variantes en cuanto a nuestras propias cualidades y defectos, y sobre todo, tratándose de defectos, ya estamos queriendo erradicarlos de nuestra vida…y de los de nuestro entorno relacional, cuanto antes…

Ni tiempo nos damos para saber la función que dichos defectos cumplen en nuestro “ecosistema emocional”, desde el que aprendemos a “gestionar nuestras emociones”, haciéndonos cargo de ellas.

Ya no es suficiente con que nuestros defectos “estén bien vistos o mal vistos” para querer lucirlos o esconderlos y borrarlos del mapa…

Pepe: ¿Está mal visto ser una persona tímida y bien visto, una persona expresiva? Depende… Porque tan “defectuoso” y censurable será que yo me muestre tímido en todo momento y circunstancia,  como también, si me mostrara extrovertido en todo momento y circunstancia…

¡Mucho cuidado con querer liberarnos (o que nos quieran liberar) de todo lo reprimido o molesto, sin antes llegar a entender la función que eso que molesta o reprime está cumpliendo en el contexto de nuestra personalidad; en nuestra vida!

¿A quién no le resultaría aliviador liberarse de la “cascarita” que protege una herida, mientras sucede su proceso de cicatrización… por lo molesta y antiestética que llegue a convertirse? Pero, por experiencia, sabemos que sin “cascarita”, no hay cura (epitelización). Más allá de que pique, moleste y resulte poco estética.

Nos importará entonces menos, aun cuando nos fastidie y moleste. Simplemente sabemos que, si la retiramos, pueden suceder infecciones o retrasarse la cura de dicha herida; justo su epitelización.

¡Que nunca llegue el día en que el proceso de digestión pase a formar parte del “ideal de belleza”!... Seguro que pronto aparecerían los “especialistas” aportando datos minuciosos respecto a cuál debería ser la mejor y más conveniente digestión. Horas, minutos, temperatura, lugar… ¡Una locura! Y adiós entonces a los tiempos necesarios y propios que cada organismo se toma para realizar dicho proceso.

Y en lo concerniente a la comunicación y a las relaciones, también aquí es fundamental e imprescindible el respeto por los propios tiempos y los tiempos de los demás. Porque, aun a pesar de saber que cada ser humano somos irrepetibles, se nos escapa automáticamente el referenciarnos en los demás.

Por eso, cuando me encuentro con un cordial saludo, y respondo con un gruñido, me conviene pensar en cuántos monólogos me vengo “rumiando”.

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