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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La operación militar de Manuel Belgrano en territorio correntino

El libro de Enrique Deniri estudia 27 cartas escritas de puño y letra por Manuel Belgrano durante los últimos meses de 1810, entre el 2 de octubre al 11 de diciembre. Es una edición de la revista del Archivo Histórico de Corrientes y Moglia Ediciones.

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

Enrique Deniri es director del Archivo General de la Provincia de Corrientes desde junio de 2012 y llega cada mañana a ese lugar alrededor de las 8  y se va a las 18 aproximadamente, aunque a veces la jornada se extiende.

Enrique lleva adelante su trabajo con austeridad y honradez belgraniana y recibe a cuanta persona vaya por una consulta o duda.

El está convencido de que su admiración por Belgrano le viene de su madre, María Eugenia, que ejerció la docencia muchos años. Todas las maestras argentinas están influidas por el prócer tal vez porque está presente en las actividades escolares todos los días del ciclo lectivo. “Al izar todos los días la bandera, o celebrar el día de la escarapela, o cantar la marcha a la bandera, nos hace a todos un poco belgranianos”, dice.

Defensor acérrimo de la educación pública, habla con seguridad de la historia de Corrientes con “voz grave y la palabra clara”, diría un poeta.

En la entrevista explica cómo trabajó la correspondencia de Manuel Belgrano relacionada con Corrientes que se conserva en el Archivo de la Provincia.

—De las múltiples profesiones que ejercés, ¿cuál te define más? 

—Creo que nosotros somos todos un mix, dicen que en una familia la genética hace que el hijo más chico es el que ha juntado los líquidos vitales y/o intelectuales de todos los anteriores. Es el más “bicho”. 

Somos el producto de todo lo que hemos hecho antes, o sea, yo fui soldado, fui gomero, fui preceptor de colegio, soy periodista, pero básicamente yo me definiría como profesor de escuela secundaria. Soy un “maestro ciruela”, como todos los docentes que les gusta lo que hacen. Después sí, me gusta escribir historias pasadas.

—¿Y cuándo se vuelven importantes las personas?

—Pienso que toda forma de protagonismo empieza más allá de la muerte, o sea, el reconocimiento debe ser posterior. No soy partidario de los autobombos vitales. Yo creo que el valor de lo que uno hace viene después, los que van a decidir su valor histórico son los que siguen. O sea, la historia empieza cuando han muerto todas las personas que las protagonizaron.

—¿Y cómo se define un prócer en ese proceso? ¿Qué es un prócer?

—Creo que es una construcción colectiva. Así como de repente un buen día aparece una chica que canta, como puede ser el caso de Soledad que va a Cosquín, canta y es la platea la que decide que ella es una gran cantante y, después, bueno, tendrá que hacer su carrera, aprender canto. Los próceres son construcciones colectivas que hacen a las épocas, o sea, no es la misma categoría ni tiene las mismas cualidades, lo que consideraríamos que es un prócer actual o las que hacían falta en el siglo XIX, que era siglo del Romanticismo. O las que pueden haber hecho falta en la Edad Media.

Las damas de la Edad Media esperaban al caballero con toda la armadura manchada de sangre de los que habían competido con él, ella le llevaba el pañuelo feliz y contenta, y era un matarife. Así como ahora un corredor de carrera de autos se para en el podio, agarra una gran botella (un símbolo fálico impresionante) la agita bien y salta el champán para los cuatro puntos cardinales. Cada época tiene sus héroes y necesita contárselo a la sociedad.

—¿Cómo surgen nuestros próceres el siglo XIX? ¿Cómo se instalan como próceres? 

—Hay una persona, alguien que da el grito, el que dice ese es prócer, hoy sería el sponsor del prócer, que en nuestro caso es Mitre. Mitre como soldado era muy valiente personalmente, muy malo como conductor militar. Creo que acumuló más derrotas que el capitanejo más berreta de Juan Manuel de Rosas (que nunca perdió un combate con los indios). Mitre tuvo que disparar, dejar los cañones, irse de noche. Pero mientras Solano López se pasó la guerra escondido en un Humaitá, a Mitre le mataron un caballo en Curupaytí. A Mitre hay que sacarle el sombrero como historiador, no como militar.

—El que dijo que San Martín es un prócer.

—Sí, y también Belgrano. Además, en cada libro planteó un objeto diferente. Belgrano como el hombre de la Independencia argentina y San Martín como el epítome de la emancipación americana, son dos niveles distintos y dos momentos diferentes también.

—Está a punto de salir un libro tuyo sobre un epistolario de Belgrano, unas comunicaciones de él con autoridades correntinas de 1810, ¿no?

—Sí, es la correspondencia que está en el Archivo General de la Provincia, donde conservamos 45 cartas de Belgrano. Es la correspondencia de Belgrano con Elías Galván en su campaña al Paraguay. Abarca prácticamente tres meses, de noviembre, diciembre, enero, febrero. O según cómo se lo mire: octubre, noviembre, diciembre, enero. Desde que él sale de Paraná empieza a cartearse con Galván hasta la última carta después de su derrota de Tacuarí, cuando empieza el repliegue para irse a Montevideo.

En este libro trabajo 27 cartas que son las del año 1810. Es más que suficiente con esas 27 cartas, son bien densas como para hacer un pequeño volumen. 

—¿Cómo hiciste ese trabajo?

—Yo lo dividí arbitrariamente. El historiador, o el que hace historia, agarra el pasado y lo corta como una torta, de acuerdo a sus conocimientos, sus convicciones y sus necesidades. Yo los corté en periodos.

Corrientes tuvo una operación militar en sí misma complicadísima y que merece un estudio aparte. La maniobra (comparémoslo con San Martín) a través del territorio de Corrientes es equivalente al cruce de los Andes y fue algo muy complicado porque tuvo que enfrentar una sequía.

En esa época el territorio de Corrientes tenía unas condiciones climáticas muy diferentes a las actuales, después soportaron unas lluvias que casi se ahogaron. O sea que no fue nada fácil su movimiento. 

—Expresás tu admiración más por el militar que por el doctor. ¿Por qué?

—Porque creo que Belgrano, hasta que se lanzó la revolución, ejerció su profesión, pero desde que empezó la revolución uno lo ve de uniforme. O sea, todo lo trascendente que hizo, lo hizo con un uniforme puesto. La bandera, los triunfos y las derrotas de Belgrano fueron como soldado, a mí me recuerda a los vocales de la Revolución Francesa que los ponían a mandar los ejércitos, eran tan improvisados como Belgrano. Lo que pasa es que Belgrano, como era un hombre de libros, había aprendido a través de los libros y aprendió bastante.

Yo creo que hay dos batallas decisivas que no se pueden dejar de mencionar en la vida de Belgrano, que son Salta y Tucumán, son batallas que salvan la libertad que además fueron hechas, inclusive, contra sus órdenes. O sea que si perdía lo iban a someter a juicio.

Una cosa curiosa: después de la campaña al Paraguay le hacen un juicio a Belgrano y todos sus hombres lo defienden a muerte. Era muy querido y era un hombre duro. Belgrano fusiló a muchísima gente, sin ir más lejos, en Curuzú fusiló a dos que se habían escapado.

—¿Cómo era la relación de este hombre duro, sabio, estudioso, improvisado con el poder de Buenos Aires? ¿Y cómo era la relación institucional con el poder de Corrientes?

—Con el poder de Buenos Aires él era un subalterno, era un hombre muy subordinado; sin ir más lejos, recordemos que en su momento cuando le ordenaron volver con sus tropas para reprimir a los caudillos del interior, él volvió. San Martín no volvió. San Martín se llevó a su gente e hizo el Pacto de Rancagua, la famosa desobediencia histórica, pero cruza la cordillera y con una bandera propia, no era ni chilena ni argentina, era la bandera del ejército de los Andes. Una bandera totalmente neutra, abstracta y, además, sus hombres le dan el poder como si hubiera sido un tribuno romano.

En definitiva, la campaña la hace bajo el ejército de Chile, bajo el poder militar, la institución militar es chilena.

—Ya sabemos que con Buenos Aires era de obediencia ¿y con Galván?

—Era una cosa interesante, Belgrano no mantiene ninguna relación con el Cabildo de Corrientes. En realidad, este libro salió porque el año pasado con el doctor Pozzaglio yo encaré un texto que justamente se llama “1810 en el Cabildo de Corrientes, ¿revolución o indecisión?”, porque en todo el año 1810, en cincuenta y algo de sesiones del Cabildo hay una sola mención a Belgrano como el “General del Norte” y es porque él les mandó una copia del contrato social de Rousseau, que había hecho Moreno. Les mandó el primer tomito; entonces acusan recibo de que era el “General del Norte”. Lo más importante que pasó en Corrientes en 1810, en el territorio de lo que ahora es la provincia de Corrientes, es la expedición de Belgrano. Belgrano tampoco tiene una correspondencia con el Cabildo. La correspondencia fluida es con Galván, que es la que conservó inclusive el archivo del Cabildo.

Por un lado el Cabildo, por un lado Galván, por un lado Buenos Aires, ¿cómo hacía para tener lo que tenía? Es que él tenía un poder muy grande. Era el hombre de la Junta, era un verdadero tribuno, era un verdadero procónsul.

—Hay documentos que dicen cuántos caballos le da Corrientes, pero Galván, no el Cabildo.

—Porque él se entendía con Galván.

—Y las provisiones ¿cómo las conseguía?

—Todo se lo daba Galván y la gente que lo ayudaba también. En realidad, él en un momento se queja de que no le dan nada y, por ejemplo, que le dan caballos que no sirven, dice que están tan flacos que es fácil contar las costillas. Se queja de que no le mandan las hachas que necesita. Esa fue su situación.

Pienso que es un drama de todos nuestros ejércitos, no nos engañemos, miremos Malvinas nomás lo que pasó, que la comida quedó en Puerto Argentino y a mucha gente no le llegó el abastecimiento. He sido soldado muchos años y no he hecho ninguna maniobra con la comida llegada a tiempo con las condiciones que se esperaban. Siempre había problema de abastecimiento. Es uno de los defectos nuestros, “lo atamos con alambre”.

—¿Por dónde cruza al Paraguay? ¿Cuál es el paso?

—Pasa por Candelaria. Hace toda una maniobra para engañar a los españoles, le recomienda a Galván que ponga a 300 hombres en proximidades de Paso de la Patria -Paso del Rey se llamaba en esa época- para que parezca que está por cruzar por ahí y que haga toda la pantomima, pero en realidad él elige un camino por el medio. 

—¿Cuál es la función del espía en ese momento?

—Para Belgrano había dos funciones: una era traer la información de qué es lo que pasaba en Paraguay y la otra, llevar información que él mandaba al Paraguay.

—¿Está en las cartas?

—Sí. Le manda pero no en las que yo puse ahora. Ahí los menciona, pero no dice qué tiene que hacer. Hay un trabajo muy lindo de Hebe Milli de Moglia (De mayo de 1810 a mayo de 1811, notas de la Revolución de la Provincia del Paraguay), la madre de Leo Moglia, sobre la Revolución paraguaya de 1810 que habla de cómo se manejó Belgrano en su relación con Cabañas y con los jefes paraguayos.

—¿Era un hombre duro Belgrano?

—Era un hombre duro. Lo han pintado como un tipo aniñado, con voz atiplada. Pero uno lee las cartas y ve que es duro, por ejemplo dice “remita a fulano con una barra de grillos a Santa Fe para que allí sea enviado a las minas de Famatina”. Los mandaba de esclavo a la mina, hay tres o cuatro de esas, o sea ninguna blandura cuando hacía falta de dureza.

—¿Cuál fue la principal satisfacción que tuviste trabajando con estas cartas y cuál fue la principal dificultad?

—La principal satisfacción fue el año pasado, porque para poder hacer el libro sobre el Cabildo necesitaba entender y para poder entender tuve que leer las cartas de Belgrano y para poder leerlas tuve que digitalizarlas, porque el principal problema es la paleografía; para mí, que no estoy acostumbrado, las abreviaturas de Belgrano, las roturas que tienen las cartas. Uno se mete dentro de la computadora, lo agranda, lo acomoda, lo aleja, limpia la carta para poder leerla. Y la principal satisfacción fue esa sensación de reverencia.

La primera vez que agarré una carta y estaba esa firmita humilde, modesta, me emocioné. Porque hasta en eso era un hombre, mientras hay otras firmas como por ejemplo la de Saavedra que es ampulosa, tiene un montón de garabatos y circunvoluciones. La de Belgrano es una cosa chiquita nomás y una insignificante.

Cuando mostré a gente que ha ido al archivo, decían “¿pero es verdad que es de Belgrano esta carta? ¿Es auténtica?”. 

—¿La dificultad?

—La dificultad fue poder leerlas. Pero eso es por una falta de información personal. Ahora las puedo leer prácticamente de taquito y por eso pude leer otras cosas más también. Fue un proceso largo que no empezó ahora, empezó hace mucho tiempo cuando agarré las cartas por primera vez.

—¿Qué valores rescatás de Belgrano?

—La vocación de servicio a la patria.

—Sin mezquindad.

—Sin mezquindad y además al punto de sacrificar su patrimonio personal; para poder volverse a Buenos Aires tuvieron que darle plata para comprarse una camisa. Historia que todos conocemos de que tuvo que pagar al médico con el reloj cuando se estaba muriendo. Y un sacrificio en el cual siempre puso en el platillo lo más valioso que tenemos cada uno de nosotros, que es la vida.

El no dudó en ningún momento en arriesgarla hasta las últimas consecuencias. Creo que no le preocupó el después; o sea, su reconocimiento ha sido muy difuso, muy… Se ha tratado inclusive de utilizarlo en su momento en la discusión de si es un doctor, es un soldado, qué sé yo; me parece que era innecesario. Eran las dos cosas, era todo eso, era el hombre.

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