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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Mascarillas para todos

Infodemia es el nombre con el que se ha bautizado la sobrecarga de información falsa ante la cual hoy nos encontramos, particularmente en lo referido al coronavirus. Todos somos bombardeados sin tregua con noticias del más incierto origen -muchas veces sin haber sido mínimamente chequeadas por sus distintos emisores-, que equivocada y peligrosamente contribuimos a diseminar entre nuestros contactos. Desbordados, los ciudadanos comunes perdemos fácilmente la capacidad de distinguir lo importante de lo accesorio, lo verdadero de lo falso, lo que conviene tomar en cuenta y lo que debería dejarse pasar.

En primer lugar, habrá que tener en cuenta que estamos en presencia de un virus nuevo que plantea más dudas que certezas y una secuencia de recomendaciones que, consecuentemente, se modifican también con el correr de los días. Si bien la emergencia sanitaria por la pandemia se decretó a nivel mundial sólo a fines de enero, se estima que la circulación del virus covid-19 se inició bastante antes, en noviembre de 2019.

La información sobre barbijos o mascarillas ocupa un lugar destacado en este cambiante contexto que no discute ya su eficacia, aun cuando no pueda ser medida. Actúan como barrera física que no evita en un ciento por ciento el contagio, pero que sí reduce sus probabilidades, como destacan serios profesionales.

Está claro también que no todas las mascarillas son iguales, ni en calidad ni en precio, y que aquellas identificadas como respiradores para partículas N95, fabricadas con un medio filtrante electrostático avanzado, brindan un sistema de retención del 95% de las partículas. Se trata de materiales no oleosos, iguales o mayores a 0,3 micrones, que sólo se recomiendan, por diversas razones que exceden el alcance de esta columna, para uso profesional. No así aquellos llamados “quirúrgicos”, cuyo sistema de tres capas de filtrado son los que se indican para la población en general.

Las recomendaciones iniciales emanadas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) contemplaron que las mascarillas fueran utilizadas exclusivamente por el enfermo con diagnóstico confirmado, cuando se desplaza, y por el personal de la salud para preservarse. Para el común de la gente, consideraron insistir en la importancia de extremar la higiene de manos y superficies lisas, como plásticos o metales, donde el virus puede sobrevivir por horas, así como estornudar o toser en el pliegue del codo, respetar una distancia física mínima de un metro y medio, que reduzca el peligro de contagio interpersonal, y ventilar frecuentemente los ambientes.

En el peor de los casos, la población debe tener en claro que la fabricación casera de barbijos no garantizará igual protección, pero que siempre será mejor que nada. Abundan los tutoriales en la web mostrando cómo domésticamente se pueden superponer entramados de trozos de tejidos de algodón, por ejemplo, replicando el barbijo quirúrgico de tres capas, siendo una de ellas un papel de cocina o pañuelo de papel que habrá luego de descartarse, lo cual propone otra valiosa alternativa, con los cuidados en su disposición a la hora de quitárnoslos e higienizarlos para poder reutilizarlos.

También se han viralizado videos de impresoras 3D produciendo afanosamente máscaras de mayor tamaño a partir de placas radiográficas o envases transparentes de PET o mostrando cómo con una tijera cualquiera se puede abrir verticalmente una botella plástica en cada hogar con el mismo fin. En este caso, el protocolo sugiere incluir también el uso de un barbijo por debajo y no confiarse puesto que, si bien nos brindará algún grado de protección frente a las gotas que producen un estornudo o una tos ajena, reduciendo las posibilidades de tocarnos boca, ojos o nariz, el espacio abierto que este improvisado adminículo deja tanto en su parte inferior como lateral no evita el eventual ingreso del virus. La falsa seguridad es igualmente peligrosa si se descuidan las prácticas esenciales.

La mejor mascarilla será la que cada uno pueda proveerse para higienizar o descartar debidamente en este complicado escenario. Una vez más, el desafío es colectivo. En la República Checa llevó apenas tres días lograr que la gente pasara de burlarse de las contadas máscaras ajenas a comenzar a portar cada uno la propia. Ayudó a eso un valioso trabajo de viralización con influencers que subían fotos con sus máscaras a las redes y que forzó al gobierno checo a decretar la obligatoriedad de su uso para todos.

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