Algunos indicadores prestigiosos parecen confirmarlo. Leemos que Bloomberg ha colocado a la Argentina en el podio de “países más miserables”. Solamente la Venezuela de Chávez-Maduro nos ha superado en ese triste ranking. El índice, basado en estadísticas oficiales de los países encuestados, calcula desde hace seis años la posición relativa de las economías en base a la suma de la inflación y la tasa de desempleo de cada país. Aquellos con las tasas más altas son considerados como las economías con mayor índice de miseria, comparando las proyecciones del año previo y las actuales.
El Gobierno nacional anuncia que ha dispuesto declarar servicios públicos a la telefonía celular, a los servicios de internet y a la televisión paga con el objeto de “garantizar el acceso a los mismos para todos y todas”. Notable ejercicio de voluntarismo. Conseguirá lo contrario.
Un camino a la pobreza edificado con -presuntas- buenas intenciones.
El candidato-moderado del año pasado se colocó a sí mismo a la izquierda de su jefa política. Una aceleración de la venezolanización del país. O, mejor dicho, la castro-chavización de la Argentina. Los venezolanos no tienen la culpa. Por el contrario, son las primeras víctimas de la dictadura que soportan desde hace dos décadas.
Menoscabando el derecho de propiedad de las concesiones de servicios públicos solo contribuirá a deteriorar la seguridad jurídica. Habrá menos inversiones. Menos empleos y peor calidad en la provisión del servicio.
Acaso sorprende la persistencia en el error. La Argentina no crece desde hace diez años. Casi con seguridad, los años que corren desde 2011 hasta 2020 serán calificados por los historiadores como una segunda “década perdida”. Un nuevo decenio comparable a los años 80. Aquellos tiempos aciagos para las economías latinoamericanas a partir de la crisis que siguió a la cesación de pagos de México decretada en el tramo final del gobierno de José López Portillo, en 1982. El default de la deuda azteca que arrastró a todas las economías de la región, fuertemente endeudadas en el período anterior. Una crisis a la que ni siquiera escapó por ese entonces Chile, el país visto en aquel momento como ejemplo a seguir.
El PBI per cápita de los argentinos es hoy menor que hace diez años, con el agravante de que, en términos reales, esa disminución es aún mayor, dado que el dólar también se ha devaluado.
Pero si se mide correctamente, se puede verificar que el ingreso personal de los argentinos hoy es aún menor que el que teníamos hace veinte años, hacia fines de lay convertibilidad. El índice de pobreza se acerca a la inaceptable tasa del 45 por ciento. Seis de cada diez niños son pobres.
Pero la riqueza y la pobreza no son el resultado de hechos predeterminados. Por el contrario, surgen de las acciones de los hombres. La historia está plagada de ejemplos en ese sentido. Los cubanos prosperan en Miami y son miserables en La Habana.
Un oprobioso muro dividió a los alemanes en la Guerra Fría: del lado occidental vivían en el bienestar y del lado socialista, en la privación. Bajo el sistema capitalista, Corea del Sur se convirtió en uno de los países más modernos del mundo, mientras sus vecinos del norte viven casi en la servidumbre feudal, sometidos a la dictadura totalitaria comunista de la familia Kim.
Una sucesión de crisis casi sin interrupción lleva a preguntarnos si la Argentina no se encuentra, en rigor, inmersa en una verdadera decadencia. Un proceso infinitamente más peligroso que el de un país que simplemente atraviesa una crisis coyuntural.
La depresión económica argentina tal vez sea la punta del hilo de una decadencia cultural y espiritual. Una creciente sensación de asistir a un país inviable, cruzado por una división insalvable entre facciones, con empresas que no ganan dinero, empresarios que no invierten y un Estado que no funciona. Caracteres de un paradigma propio de un Estado fallido.
En la Argentina no faltan dólares. Falta confianza. En nosotros mismos. La que existió alguna vez y que hoy parece perdida para siempre.
La grandeza de nuestra capital, expresión de una Argentina que se asomaba al desarrollo, acaso sea el recordatorio de lo que fue, o lo que pudo ser. O una promesa. Tal vez lo que podamos volver a ser. Una gran nación.