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El entierro de la calle Moreno

Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”, de Moglia Ediciones.

Muchos tuvieron la suerte o la mala suerte de hallar lo que en la jerga común se denomina el entierro. Nos ubicamos en la calle Mariano Moreno entre Jujuy y Av. España. Sobre la vereda Sur vivía, hacía mucho tiempo, un señor al que vamos a llamar Benito, en el mismo lugar, lindando con la casa que alquilaba Benito existía un gran depósito de hierros viejos, cartones y cuanto objeto en desuso hubiera. Al lado del depósito había una casa que vendía comida, de un señor de origen japonés, muy conocida, llamada “Yohana”. En el centro de la manzana y como decíamos, lindando al terreno de don Benito, había una laguna bordeada de arbustos y un árbol muy viejo de espina corona. El mencionado observaba atentamente el lugar porque le llamaba la atención unas luces que de golpe aparecían muy cerca de la espina corona. Él era un empleado de comercio que con su trabajo mantenía a su familia.

Una tarde de día feriado, que había muy poco movimiento en las casas, Benito se animó a ingresar en el yuyal y comenzó a excavar, estuvo largas horas, cuando caía la tarde arremetió contra el espina corona. Primero no le interesaba el árbol por lo que optó por utilizar el hacha, cavar cerca de sus raíces y cortarlas, le llevó bastante tiempo, como la oscuridad iba avanzando trajo un sol de noche, que en ese tiempo eran los elementos que se utilizaban cuando había cortes de luz.

Pensaba para sus adentros, que no venga nadie a meterse en lo que no le importa. Por el lado del chatarrero no había problemas, los feriados no venía nadie, aunque otros vecinos podían advertir la luz, entonces pensó: - “si me preguntan diré que el árbol espina corona es muy peligroso por sus afiladas púas”.

Nadie apareció.

Luego de larga lucha con tierra y raíces fue vencido el árbol, debajo en sus raíces apareció una caja de metal de regulares dimensiones, toda herrumbrada que contenía, entre otras cosas, monedas de oro y plata y una cantidad incalculable de joyas. Mientras las cargaba en un bolsón de lona de las que se llamaban “pampero”, escuchó tronar el tiempo, un rayo alumbró la noche como presagiando la desgracia.

Llevó el tesoro a la casa silenciosamente, bajo la lluvia rellenó el pozo que había dejado la caja, destruyendo el dibujo que en la tierra estampó, el agua y el barro acomodaron lo demás. Para evitar dar explicaciones, al día siguiente, en un comercio de la zona, “Bramar”, compró una cocina económica, temprano la hizo traer, faltó al trabajo y con el hacha comenzó a hacer leña de la espina corona a la vista asombrada de algunos vecinos curiosos y de los empleados de la chatarrería, les explicó que había comprado una cocina a leña y que la leña de ese árbol tenía buen aroma, siguió con otro arbolito, que para su desgracia estaba cerca del lugar, don Benito buscaba leña. El dueño de la casa de comidas gentilmente le informó que le convenía comprar la leña, especialmente de palo santo, por experiencia le hablaba, siguió el consejo del vecino y la económica, a disgusto de la familia, empezó a humear de lo lindo durante varios días.

El hombre, según comentó a sus vecinos y conocidos, tenía que tratarse en Buenos Aires de una rara enfermedad, para lo cual debía viajar, de hecho cada tanto lo hacía, en vapor y con una vieja valija de cuero que lo acompañaba en todo momento en su camarote, un día en el “Berna”, otro día en el “Ciudad de Corrientes” y algunas veces en el “Ciudad de Asunción”; todos le deseaban mejora en la salud y paciencia en el viaje. Llegaba a la ciudad-puerto y se conectaba con un pariente que de joyas y oro sabía un montón, trabajaba en la calle Libertad hacía muchos años con joyeros de calidad, por supuesto que Benito sabía perfectamente que tenía que pagar el diezmo, es decir, una porción de la mercadería para el afortunado pariente que juró guardar silencio con la promesa de nuevos viajes. Algunas joyas se vendían tal como fueron encontradas, otras se reducían y se utilizaba el material, pero todo dejaba en manos de los vendedores excelente dinero, que volvía en la vieja valija.

Como no es un secreto, la manera de justificar una nueva fortuna era sacar la lotería. Conocido de algunos agencieros de lotería, el sujeto afortunado, o no,  que encontró el tesoro, les ofreció mejorar el premio comprando el billete, pagando más de lo que recibirían. Debido a los impuestos, el que sacaba la lotería sabía que se les descontaba casi un tercio del premio, si el comprador le ofrecía sacar solamente un cuarto, el negocio era redondo. Benito se haría cargo de la totalidad de los impuestos. Un buen día amaneció caluroso y soleado, se sorteaba la lotería de Navidad, al día siguiente el barrio festejaba con Benito la gran alegría de que este sacó la lotería. Convidó a sus vecinos y amigos con los mejores vinos y espumantes de la época, todo era felicidad. Compró la casa donde vivía, otra parte del dinero la puso en el Banco Popular de Corrientes y como conocía de farmacias, compró una parte de la sociedad de una conocida farmacia correntina. 

En su nuevo rol fue justificando sus ingresos, con ayuda de sus socios, mientras continuaban los viajes a Buenos Aires, pero tanta suerte tiene que tener su contrapartida, debido a que los fantasmas de los tesoros persiguen a quienes los desentierran, porque los fantasmas se quedan sin trabajo. Comenzaron los problemas con su familia, su ambición se hacía cada vez más grande y ante propuestas de negocios limpios o turbios, si dejaban ganancia, no había distinción. Era habitual que con sus socios realizaran viajes so pretexto de pescar o cazar, en uno de ellos, sobre la zona de Itatí se desató una furiosa tormenta, entre rayos y relámpagos una descarga eléctrica cayó justo sobre la carpa nueva cuya estructura era de metal, el rayo eligió el blanco,  se desplomó sobre los infelices que al unísono perdieron la vida, luego de varios días los encontraron en el lugar como si estuvieran abrazados.

Sus familiares directos, revisando sus cosas hallaron parte del tesoro y se lo distribuyeron manualmente. El pariente de Buenos Aires, reducidor, fue atropellado por un colectivo de la línea 60, se le rompió la dirección aplastándolo contra la pared.

El tesoro y sus fantasmas siempre cobran sus créditos. 

 

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