Por la pandemia de covid-19, el año pasado y una parte del actual, los viajes a caballo para ir a la escuela se hicieron más espaciados en la vida de Juan Ramón Sena. Pero el adolescente que cursa el segundo año del secundario no abandonó sus estudios y hasta le compraron un celular para que -además de los cuadernillos- tuviera la posibilidad de leer los contenidos escolares vía WhatsApp. Luego, volvieron las clases presenciales y retomó el camino habitual que une su hogar en el paraje Islas Tres Cruces con la Escuela Nº 437.
Alejandro Correa capturó en una imagen una de las esporádicas visitas que Juan Ramón realiza a la zona urbana de San Luis del Palmar. Tiempo atrás publicó esa foto y un breve mensaje en el que destacó el esfuerzo de su compueblano para seguir estudiando. Un número considerable de personas aplaudieron el esfuerzo con un “me gusta” en Facebook y 143 compartieron la historia.
El joven sanluiseño no solo compartió sus palabras de aliento en la red social sino que luego visitó a los Sena. Fue así que El Litoral pudo conocer un poco más de la vida del estudiante que, junto con su familia, anhela alcanzar una vida mejor.
Para el sustento diario, crían animales y cultivan verduras. Tareas que están a cargos del papá y la mamá. Mientras que Juan Ramón y sus 4 hermanos van a la escuela.
“El asiste ya al secundario, está en segundo año, por eso tiene que ir hasta otro paraje donde queda la Escuela Nº 437. Los demás van a la Escuela Nº 122 ‘Pedro Cristaldo’”, comentó Correa a este diario.
Luego, ante la consulta sobre su vida escolar, el adolescente indicó que la materia que más le gusta es Biología e Inglés es la que más le cuesta. No obstante, ni esa ni otras dificultades provocan que Juan Ramón pierda de vista su objetivo: terminar sus estudios secundarios para poder ingresar a alguna fuerza de seguridad nacional.
Es que desea poder tener un trabajo estable para lograr una vida mejor. En realidad, solo busca poder aportar recursos que mejoren las condiciones en las que viven él y sus seres queridos. Ahora -como un estudiante adolescente- en su tiempo libre colabora con sus padres, juega con sus hermanos y disfruta de la música chamamecera.
Esos acordes que, combinados con el paisaje, por momentos parecen dejar en segundo plano aquellas necesidades materiales con las que conviven, como tener una vivienda con techo de chapa de cinc, mejores colchones y suficiente ropa de abrigo.