¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

PUBLICIDAD

La procesión de la Merced

Domingo, 08 de agosto de 2021 a las 01:00

Por Enrique Eduardo Galiana
Moglia Ediciones
Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”

La congregación de los Mercedarios se formó para rescatar a los prisioneros cristianos en manos de los enemigos, generalmente los musulmanes. Se instaló en Corrientes frente a la plaza mayor o plaza 25 de Mayo, donde actualmente tiene su templo, sobre los restos de la Ermita de San Juan.
Todos los veinticuatro de septiembre se homenajea a la Virgen de las Mercedes, para lo cual se organiza una procesión por el antiguo barrio San Juan Curuzú. El recorrido varía pero resulta obligatorio que pase frente al viejo Cabildo, hoy jefatura de policía, para que el pueblo vea y observe el milagro de la liberación de algunos presos, que al efecto fueron detenidos, casi siempre el día anterior por alcoholismo, juegos de azar o pequeñas triquiñuelas; otros son voluntarios que por un trago de alcohol se prestan a la escenificación. Al pasar la imagen salen los presos a las escalinatas y se arrodillan agradeciendo el milagro, ese cuadro nunca lo olvidaré, cuando concurría con mi tía Manuela a la procesión del día de su santo. Manuela de las Mercedes, devota y creyente como muchos.
El templo fue ocupado y administrado por los Mercedarios hasta 1825, en que abandonaron la ciudad; el gobierno se hizo cargo hasta 1857, en que la ocuparon los franciscanos italianos que llegaron a seguir con la tarea evangelizadora de sus predecesores, tarea que hasta la fecha ejercen. Se hicieron cargo del cementerio de la iglesia, que fuera clausurado por razones sanitarias. Los antiguos restos continúan bajo los cimientos y patios del santuario.
Retomando la marcha, todos los años el acto se nutre de gente de la ciudad, no solo del barrio, que concurre al efecto y luego se quedan al festejo en la plaza y veredas de la iglesia con kermeses y música hasta altas horas de la noche. Lo insólito de la procesión es que durante muchos años nadie observó a un grupo de más de diez mujeres vestidas de negro con mantillas de vieja data, que salen de la iglesia y se suman a la procesión en silencio atronador, y, concluida esta, vuelven a entrar a la iglesia en la misma sepulcral mudez con que habían salido caminado. Van juntas rezando con sus rostros casi tapados, con la cabeza caída hacia adelante en señal de rogatoria. La gente pensaba, como es natural hacerlo, que venían de otro barrio e ingresaban al lugar sagrado, rezaban y luego peregrinaban con los demás.
Un joven sacerdote franciscano de Misión Laishí, recién llegado, las observó desde que afloraron del templo y las siguió con atención durante todo el trayecto, le llamaba la atención su vestimenta, vestidos largos y antiguos, mantillas viejas, y la forma de caminar con la cabeza gacha, como flotando en el aire y emanando cierto fulgor. Por curiosidad las siguió sigilosamente al terminar el recorrido. Ingresaron las mujeres a la iglesia por la puerta lateral al Este, se dirigieron hacia el fondo en un recorrido que solo un conocedor del lugar puede hacer hasta llegar al patio del fondo. Ante el estupor del clérigo las figuras transformadas en transparentes estampas dieron un giro en el aire, momento en que se escuchó una triste melodía que partía el alma para introducirse en el piso de tierra desapareciendo de su vista, unas y otras atravesaron el muro y se perdieron hacia la calle Buenos Aires. El clérigo blanco y lívido no podía creer lo que vio, pensó para sus adentros, si cuento esta experiencia a mis superiores pensarán que estoy loco, y si no, cómo llevo el peso en mi conciencia. Decidido a relatar su experiencia o visión, se acercó al anciano franciscano de muchos años de edad encima, fray Buenaventura Giuliani, a quien le narró lo acontecido. El buen sacerdote longevo, que antes había estado en Misión Laishí Formosa, luego por su edad trasladado a Corrientes, lo invitó a sentarse en la galería junto a él y le explicó que tenía conocimiento de esas apariciones, que eran almas buenas, o, mejor dicho, espíritus en paz, que no eran almas perdidas ni malignas, que no molestaban a nadie, rondaban por ese lugar porque era un antiguo cementerio clausurado por el gobernador Ferré, como todos los que se encontraban en la ciudad en las iglesias. Producida la clausura —continuó diciendo el buen sacerdote— se procedió a pedir a los descendientes que trasladaran a sus muertos al nuevo cementerio de la Cruz de los Milagros. Fueron muy pocas las familias que retiraron los restos de sus difuntos, por olvido, matándolos definitivamente o porque desaparecieron o se fueron de la ciudad, por lo que muchos restos, de los que quedan pocos rastros, fueron a una fosa común en el mismo sitio. Otros tienen construcciones modernas sobre ellos que los taparon, al venderse parte de los terrenos, sepultando sus lápidas y restos, fue el destino final de esos espíritus abandonados.
El anciano entendía que el olvido de sus restos en un cementerio ni siquiera conocido era la causa y circunstancia de las apariciones, pero que no tuviera miedo, expresaba ante la mirada atónita del joven clérigo, que fuera al lugar donde ingresaron los espíritus, luego a la pared, encendiera una vela y colocara una planta que produzca flores y si no era mucha molestia realizara una misa por los difuntos que aún permanecían en lo que antiguamente era suelo sagrado del cementerio del convento, que se extendía a manzanas aledañas. El joven sacerdote lo miraba incrédulo, ansioso y angustiado. El anciano se despidió dirigiéndose a sus aposentos dándole la bendición.
Al día siguiente, el sacerdote, munido de una pala y plantas con flores que le obsequiaron otros fieles, fue hasta el lugar, encendió cirios y luego plantó, regó y rezó un rato. A la caída de la tarde, en la hora de la misa, se dirigió específicamente a las almas que descansaban en el convento por no haber sido trasladas en su momento, sumado al olvido total. Pedía paz para ellas. En ese momento advirtió con sorpresa que entre la concurrencia se encontraban las mujeres sentadas en el lugar más oscuro del templo, inclinando la cabeza en gesto de agradecimiento. 
Pasó un año sin otros contratiempos, conviviendo en paz los espectros y el sacerdote. Llegó el día de la virgen, se iniciaba la procesión cuando las mujeres de negro volvieron a la marcha, esta vez inclinaron la cabeza al pasar el joven sacerdote en señal de consideración, de pronto se respiró un perfume similar a la de las flores que producían las plantas del viejo cementerio mercedario. Desde entonces conviven en paz los viejos muertos con los vivos, sin interferirse en sus actividades. 
Se muere tres veces, cuando se duerme, cuando la naturaleza dice basta y la muerte nos lleva hacia destinos inescrutables, pero la peor muerte es cuando nadie nos recuerda. Las pretéritas lápidas que se conservan en el cementerio cerrado y olvidado, enterradas por el tiempo y la naturaleza, no pueden leerse pero al caminar se comunican con los vivos. Los vecinos de la calle Buenos Aires y la calle Pellegrini, al fondo del convento, afirman que figuras extrañas ingresan a las casas antiguas que aún está en pie en la zona, como la de la esquina de 25 de Mayo y Buenos Aires; otros, en secreto de confesión, dijeron al sacerdote que las veían siempre, autorizándolo a relatar el hecho fantástico pero sin dar nombres.

Últimas noticias

PUBLICIDAD